Por Frank Lozano:
No es el Trump de hoy, sino el fenómeno que se ha construido a lo largo de los años, lo que vuelve más incomprensible lo que está pasando al seno del partido Republicano. De los cuarenta y cuatro presidentes que ha tenido Estados Unidos, dieciocho han sido republicanos.
De las filas del partido conservador han pasado personajes que le dieron a este país episodios significativos en la historia, como lo fueron Lincoln y Roosevelt. Hoy, el partido republicano se enfrenta a un escenario particularmente desolador: postular al candidato menos malo. La mala noticia para los republicanos, y en cierta medida, para el mundo, es que el más malo de los candidatos es que el lleva la delantera.
Trump simboliza muchas cosas. Más allá de su estrategia polarizadora, de su discurso beligerante y de sus payasadas, Trump está fungiendo como un catalizador de un sector de la población americana agotado y vacío.
Trump simboliza el desgaste de la democracia americana. El adelagazamiento de las fronteras entre lo que es real y lo que es entretenimiento; y quizá sea esa la fórmula de su éxito.
Un país que ha prosperado a lo largo de su historia gracias a la simulación, gracias a la fabricación de sueños y a convicción casi religiosa de tener un liderazgo en el mundo, —representada una y otra vez por la industria cinematográfica— tarde o temprano terminaría por generar una confusión en su población.
Los americanos de hoy, especialmente los conservadores y los frustrados, parecen no poder distinguir qué parte del show es real o qué parte de la realidad es show. El resultado es un creciente número de expresiones xenófobas, una división social en aumento y un tanque de oxigeno que ha dotado de un nuevo aliento a los grupos de odio para salir de sus cavernas y exhibirse.
La amenaza no sólo es para México, que ha fungido como un blanco sin resistencia de parte de ninguna autoridad, la amenaza es global ¿Se imagina usted una negociación entre Putin y Trump, en caso de que éste último llegue a la Casa Blanca?
Hoy el mundo se encuentra en una fase económica y política delicada en la que la paciencia y la prudencia deben marcar las agendas multilaterales. Los equilibrios penden de un hilo y los hilos no pueden estar en manos de estúpidos.
Los americanos deben entender que lo que se están jugando, antes que otra cosa, es su viabilidad a futuro, su calidad democrática, la solidez de sus instituciones, su rol, bueno o malo, en el contexto internacional. Y deben entender que el gran poder que le han dado a la televisión se puede revertir si confunden el show con la realidad.
Hoy parece que para un sector de la población el criterio de selección de su candidato es el morbo y la capacidad que tenga el líder de ser también un buen bufón. Los americanos han pasado de aplaudir un payaso, a consolidar una amenaza. Pobres de ellos.