Por: Juan Francisco Morán
Todo comenzó por el lúdico gusto de compartir lecturas. Me encontraba con un amigo en la entrega del Premio Lipp 2016. El ambiente nos llevó a una reflexión literaria para intercambiar opiniones sobre autores y libros leídos y por leer, lo cual me hizo recordar aquellos tiempos de la infancia cuando intercambiaba estampas con mis compañeros de clases. Sonreía mientras los comparativos peloteaban en mi cabeza. Después de un rato, una idea se apoderó de él. Entrecerró sus ojos como si enfocara a un tiro al blanco y me dijo: ¿Tienes tiempo?, acompáñame a la librería El Péndulo. En el transcurso, mientras nos dirigíamos a nuestro destino, me propuso lo siguiente: ¿Qué te parece si escogemos un libro que no hayamos leído y nos reunimos para platicar de él? La propuesta me pareció interesante y me despertó del lánguido y solitario mundo en donde, en ocasiones, los lectores nos encontramos.
Mientras él recorría los libreros de la tienda como si fueran los de su propia casa, yo revisaba en mi celular la lista de libros que tenía pendientes por leer. El dedo índice de su mano derecha sacaba de su sitio algunos libros, pero ninguno lo convencía y los acomodaba de nuevo en su lugar. A veces intuyo que los libros nos escogen, y en esa ocasión lo confirmé. La elección tardó un poco, pero de mi lista apareció El Danubio de Claudio Magris, un libro que alguien me recomendó tiempo atrás y que anoté en mi lista para no olvidarlo. Cuando le propuse a mi amigo leerlo, un destello en su mirada me hizo comprender que había dado en el blanco. Ávidamente se dirigió a un librero en el centro de la tienda, el mismo dedo hizo un escrutinio y en segundos dio con mi propuesta. La fecha quedó acordada y esa misma noche comencé a leerlo.
Las primeras páginas fueron suficientes para darme cuenta que su lectura iba a ser un viaje en el tiempo, una travesía a través de los siglos por las entrañas de la Mitteleuropa. No tenía una idea preconcebida de lo que iba a leer, sin embargo, mientras continuaba leyendo, sentí nacer una empatía con el libro -como cuando sin esperarlo te presentan a alguien con gustos similares, compatible y afín a ti- y mis gustos por la historia, el derecho y la cultura pronto quedaron más que satisfechos. En ese momento reafirmé mi intuición de que los libros lo escogen a uno.
El recorrido de Magris a lo largo del Danubio es el hilo conductor para sus historias, mitos y reflexiones filosóficas. Su prosa hace que el tiempo se distorsione y los sucesos cobren vida y se vuelvan presentes, que un suceso pasado cuya lejanía o cercanía no se distinga, como lo refleja en el capítulo “Las vías del tiempo”: “Se viven como contemporáneos acontecimientos sucedidos hace bastantes años, hechos y sentimientos que tienen un mes de vida. El tiempo se adelgaza, se alarga, se contrae, forma grumos que parecen poder tocarse con la mano o se disuelve como bancos de niebla que se disipan y desvanecen en la nada; es como si tuviera muchas vías, que se cruzan y separan, sobre las cuales transcurre en direcciones diferentes y contrarias. Desde hace algunos años el año 1918 parece de nuevo más cercano; el fin del imperio de los Habsburgo, ya desvanecido en el pasado, ha regresado al presente y es objeto de apasionados debates.”.
Dentro del abanico de temas que aborda el filósofo de Trieste durante su recorrido por el Danubio, en su paso por la ciudad alemana de Ulm y su conocida catedral de arquitectura gótica con la torre de iglesia más alta del mundo, me llama la atención, por mi profesión de abogado, el sencillo -pero no por ello superfluo- análisis jurídico-político de lo que él llama el «idilio alemán»: “Ulm es un centro del particularismo alemán sacro-romano-imperial y de la vieja Alemania basada en el derecho consuetudinario que sancionaba tradiciones y diferencias históricas, oponiéndose a cualquier poder central, a cualquier forma estatal y también a cualquier codificación unitaria. El universalismo imperial, que no consigue -pese a los grandes esfuerzos de los soberanos sajones o suevos- transformarse en un estado compacto y unitario, se convierte en la atomizada disolución de todas las unidades políticas o se desmenuza en un archipiélago de autonomías locales y privilegios corporativos. El Schwabenspiegel, la colección de leyes del siglo XIII, codifica dichas libertades de los cuerpos sociales de las corporaciones y su separación de la que nace el tortuoso y desgarrador idilio alemán, el particularismo, el fraccionamiento social, la discordia entre ética y política, el amasijo de la deutsche Misère, la miseria alemana, como la llamaría Heine”. Este tipo de reflexiones permite comprender desde una perspectiva jurídica una parte de la idiosincrasia alemana.
Claudio Magris convierte al Danubio en testigo de su narrativa, como si tuviera ojos y con ellos observara el entorno de los pueblos y ciudades que descansan en su orilla. Cuando describe la ciudad de Budapest, parece inducirnos en un túnel del tiempo, logrando ubicarnos al margen del Danubio frente a esa gran ciudad, refiriéndose a ella como “la más hermosa ciudad del Danubio, con un señorío y una autoridad de ciudad protagonista de la historia”. Pero su disquisición va más allá al explicar cómo Budapest fue la cuna de una extraordinaria cultura que suscita la pregunta por la relación entre el alma y las formas, reflexiones que surgen de las reuniones de los amigos de Béla Balász que se juntaban en 1915 en la casa del poeta en el llamado “Círculo del domingo” (entre los que estaban Lukács, Hauser y Mannheim) y en donde indagaban las “posibilidades de la vida adecuada”.
Luego de la lectura me quedo con una pila de notas y apuntes, información relevante para conocer la Mitteleuropa. El libro resulta ser un museo, una enciclopedia y una guía que motiva a preparar un viaje por el Danubio. Si algún día recorriera la Europa Central, no dudaría en viajar acompañado de El Danubio de Claudio Magris.