Crónica de una Desastrosa Transición Anunciada

Por Óscar E. Gastélum:

“Los populistas tienen en común una mentalidad tribal, la misma que conduce al nacionalismo y al autoritarismo. Sienten hostilidad hacia las instituciones, buscan un líder natural que exprese la pureza y la verdad de la tribu. Les cuesta aceptar la idea democrática e ilustrada de que el gobernante es un custodio temporal del poder, sometido a deberes y limitaciones.”

—Steven Pinker

 

No hay fecha que no se cumpla ni plazo que no se venza y tras cinco pesadillescos meses, este sábado primero de diciembre Andrés Manuel López Obrador, frente a invitados de honor de la talla de Nicolás Maduro e Ivanka Trump, finalmente cumplirá su largamente acariciado sueño de ser investido como presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, enfundándose en la codiciada banda presidencial. Y me refiero a la auténtica, no a aquel trapo ridículo que le pusieron en el zócalo cuando se autodesignó “presidente legítimo” en una de las ceremonias más delirantes, grotescas y bochornosas de nuestra triste historia. Pero antes de que esta pesadilla se haga realidad, valdría la pena hacer un recuento de lo que hemos vivido durante esta larguísima transición, pues creo que ha sido un fiel anticipo del desastre que nos espera.

Para empezar tenemos que hablar del gobierno saliente, pues nunca antes en la corta historia de nuestra democracia un gobierno en funciones había desertado de sus responsabilidades de una manera tan ruin y patética. Y es que después del primero de julio, Peña Nieto se convirtió en una sombra impotente y muda, condenada a contemplar a la distancia cómo López Obrador tomaba las riendas del país antes de tiempo y destruía buena parte de su, de por sí paupérrimo, legado. Pero a pesar de estar atados de manos por el pacto de impunidad que forjaron con el demagogo, Peña y Luis Videgaray, su socio en la ignominia, alcanzaron a escupir un último gargajo en el rostro de la sociedad mexicana, a la que obviamente desprecian pues, según ellos, no supo aquilatarlos, premiando al yerno de Donald Trump, un junior inútil que muy probablemente acabará en la cárcel, con el Águila Azteca, la más alta condecoración entregada por el gobierno mexicano. Es obvio que se sienten muy seguros e intocables con el demagogo cuidándoles las espaldas; de otra manera no se hubieran atrevido a redondear su traición con semejante gesto de lambisconería. Pero si yo estuviera en su lugar no me sentiría tan tranquilo, pues el demagogo nunca se ha caracterizado por cumplir sus promesas, y en un momento de desesperación podría decidir perseguirlos y echárselos a los leones. Ojalá que así sea.

En segundo lugar es inevitable hablar de la cancelación del NAICM, pues ese será el pecado original que marcará para siempre al gobierno del demagogo. Y es que tirar a la basura miles de millones de dólares, dejar sin empleo a decenas de miles de trabajadores y hundir en la incertidumbre económica a todo un país, con el único fin de demostrar “quién manda aquí”, como si México necesitara a un macho acomplejado y no a un estadista gobernándolo, es un disparate irracional que tendrá un costo incalculable. La cancelación del aeropuerto fue tan demencialmente autodestructiva e injustificable, que si en lugar de eso el demagogo hubiera salido corriendo desnudo por Reforma, gritando incoherencias y anunciando la inminencia del Apocalipsis, ese arranque de locura le hubiera hecho mucho menos daño a su credibilidad ante la comunidad internacional y los inversionistas.

Y hablando de la confianza de los mercados internacionales, el caos que ha reinado en el equipo de transición de la Secretaría de Hacienda, y que finalmente desembocó en la defenestración del doctor Gerardo Esquivel, no ha hecho sino profundizar la mala imagen del nuevo gobierno ante los inversionistas internacionales. Y es que tras varios errores garrafales, Esquivel, una figura que se suponía garantizaría coherencia, responsabilidad y estabilidad, no sólo dejó acéfala a la importantísima Subsecretaría de Egresos a menos de una semana de la toma de posesión del nuevo gobierno, sino que su salto a Banxico puso automáticamente en duda la autonomía de esa institución, pues el doctor es percibido, con razón, como un incondicional del demagogo, además de estar casado con su futura secretaria de economía. Los mercados habían tomado muy bien la designación de Carlos Urzúa al frente de la Secretaría de Hacienda, pero tras la cancelación del aeropuerto y este accidentado arranque, ni Batman sería capaz de recuperar la confianza de los inversionistas durante el resto del sexenio.

A todo este preocupante caos hay que agregarle las famosas “consultas”, esos simulacros pseudodemocráticos, fraudulentos y fuera de la ley, que López Obrador utilizó ya en dos ocasiones en tan solo cinco meses, para maquillar sus caprichos de voluntad popular, y que amenaza con seguir utilizando cada vez que así le convenga durante los próximos años. No se necesita ser un psíquico ni mucho menos sufrir de delirio de persecución para temer que a través de esa sucia estratagema el demagogo buscará revivir la reelección presidencial o atacar la autonomía de instituciones incómodas como el Banco de México. Y ni hablar de los personajes que han ido emergiendo en estos meses y a cuyo protagonismo nos tendremos que acostumbrar en los próximos años, desde los legisladores lambiscones que usan el recinto legislativo para cantarle las mañanitas y echarle porras al Gran Líder, hasta la caricatura ambulante que dirigirá el venerable Fondo de Cultura Económica y que se cree la reencarnación del Che Guevara y Ernest Hemingway (pero con el vocabulario de un carretonero alvaradeño), pasando por los flamantes, ubicuos e inescrupulosos propagandistas del nuevo régimen, ya enquistados en todos los medios masivos de comunicación.

El periodo de transición ha sido tan desastroso y ominoso que ya me acabé el espacio de esta columna y ni siquiera he podido hablar de la militarización total y permanente de la seguridad pública, la más grave de las incontables traiciones con las que el demagogo ha agradecido el apoyo incondicional de sus votantes. Pero a pesar de que el panorama luce tremendamente obscuro y de que tendremos que defender durante años, desde una posición de desventaja, a nuestra incipiente y moribunda democracia de un autócrata sumamente peligroso, no todo está perdido. Y es que la popularidad de López Obrador se desplomó casi diez puntos desde su demoledor triunfo en julio pasado. Sí, la elección ya pasó y el arrepentimiento de esos millones de ciudadanos ya no sirve para nada, pero debemos encontrar consuelo y motivación en esos números, pues nos confirman que la secta del demagogo no está integrada por treinta millones de zombis, y que millones de nuestros compatriotas votaron por él cegados por el hartazgo pero no están dispuestos a seguirlo al abismo.

Si integramos a esa gente a un frente opositor plural pero comprometido con la defensa de la democracia liberal, quizá logremos frenar los peores impulsos del demagogo, e incluso existe la posibilidad de que emerjamos fortalecidos de esta pesadilla. Por lo pronto, tenemos, al menos, seis arduos años de lucha por delante…