Por Frank Lozano:
En democracia, las coaliciones son instrumentos que permiten al agua y al aceite mezclarse. A las coaliciones, en principio, las rigen la urgencia y el pragmatismo. En el caso mexicano, el planteamiento de coalición que proponen el Partido de la Revolución Democrática y el Partido Acción Nacional se inserta en esa lógica.
En el papel, ambos partidos pertenecen a espectros ideológicos opuestos. Sin embargo, ante la urgencia de suplir la falta de una segunda vuelta electoral en el país, se impone el pragmatismo. Una coalición puede ser electoralmente exitosa pero programáticamente desastrosa.
¿Qué pretenden enfrentar con esta coalición? Por una parte, al régimen priísta, envalentonado con sus victorias en el Estado de México y en Coahuila. En ambas elecciones, el PRI demostró que las instituciones electorales no son un obstáculo para ellos.
Tanto en el Estado de México como en Coahuila, nada pudo frenar la compra de votos en campaña disfrazada de prebendas, los acarreos, el uso de programas sociales con fines electorales, la presencia asimétrica de funcionarios del gobierno federal y todo un largo catálogo de las porquerías que suelen hacer, una y otra vez. La sola existencia del PRI en el poder y la sola necesidad de hacerles frente justifica esta coalición.
Por otra parte, se enfrentan a Andrés Manuel López Obrador y sus dieciocho años ininterrumpidos de campaña. Andrés Manuel ha declarado una y otra vez que el que no está con él, está en su contra. No solo se encargó de desfigurar al PRD, sino que ha pepenado a los liderazgos más grises de otras fuerzas políticas y sindicales en su propia versión del pragmatismo. Para él, ser pragmático es justo —aunque se alíe con el perverso Partido del Trabajo—, pero si lo hacen otros automáticamente se trata de comparsas del PRI.
Más allá de ello, PRD y PAN ven con claridad lo que significan Andrés Manuel y Morena: vacuidad, discurso hueco, consignas simplistas. Morena no tiene proyecto y no tiene visión. Al lucrar con la pobreza, AMLO se ha erigido como un líder social. Su movimiento crece y sin duda es el rival a vencer en el 2018. Para el PRD y para el PAN ahí está el segundo motivo para hacer una coalición.
El proceso de construcción de esta posible coalición será difícil. Por una parte, cada partido, en su fuero interno, tendrá que vivir un proceso de ajuste de sus reglas. Los propios aspirantes de cada uno tienen que estar conscientes de que, por encima de sus perspectivas, está lo que necesita el país.
Al parecer, lo que el país necesita son figuras frescas, característica de la que Moreno Valle o Miguel Ángel Mancera, por citar dos ejemplos, no gozan. Otro punto fundamental es la construcción de un proyecto y de una agenda amplia, representativa, incluyente. De poco sirve una colación sin contenido. De poco sirve una coalición sin representatividad social. Hasta ahora, los promotores se han mirado al ombligo. En el anuncio de su intención no hubo otras voces más que las suyas.
La definición de quién encabezará esa eventual coalición determinará el parámetro moral de la lucha. Si la apuesta es genuina y busca todo lo que dicen que busca, todos aceptarán lo que se decida y se sumarán a apoyar. Mejor aún, si tanto el PRD como el PAN leen correctamente el anhelo de la gente y deciden postular un candidato verdaderamente ciudadano, sería más atractivo para los votantes. Y más serio.
Por otra parte, el contenido y la agenda, determinarán la capacidad que dicha coalición tenga para inspirar a ciudadanos libres, para ser factor de articulación de otros esfuerzos. Si el PRD o el PAN descuidan este proceso por concentrarse en la grilla, su coalición será una colisión, un mero ir juntos, o, peor aún, de llegar a ganar, el presagio de un gobierno fallido, sin rumbo, ni metas clara.
Habrá que estar atentos.