Cartografía de los sueños

Los sueños son nuestra única geografía: nuestra tierra natal.
Dejan Stojanović

El otro día soñé que estaba en la casa de mi infancia, excepto que no era la casa de mi infancia “real”, sino en la que crecí en mis sueños. No es muy seguido, pero a veces pasa: sueño el mismo lugar en el que nunca he estado despierta y en mi sueño ese lugar es tan familiar para mí como la casa en la que me encuentro ahora mismo. Suena raro pero, ¿por qué tendríamos que habitar, mientras dormimos, los mismos lugares en los que vivimos despiertos? Si podemos volar o respirar bajo el agua, ser pájaro y pez cuando cerramos los ojos, entonces construir una nueva geografía no parece tan descabellado.

A veces los lugares que sueño se parecen mucho a los que ya conozco. Mi casa puede verse casi siempre como mi casa pero aparece una nueva puerta. Detrás no hay un monstruo ni es la entrada a otro mundo, puede que solo se guarden escobas y cubetas, pero es un espacio que solo existe en mi cabeza. La arquitectura de mis sueños no es tan ambiciosa, pero siempre está en constante movimiento. Cuando no sueño un nuevo lugar por completo, entonces los cuartos, como las escaleras en Hogwarts, cambian de lugar a su antojo. Mi cama está en medio de la sala en lugar de los sillones, la cocina se mueve al segundo piso, aparece un sótano en el que no hay nada excepto una lavadora, un ático abandonado.

La invención de esos espacios no se limita a lo que puedan contener cuatro paredes; existen, desde que tengo memoria, lugares que jamás he visto y son tan grandes como la ciudad en la que vivo. Desde luego sé que todo lo que veo al dormir, aunque nunca haya estado físicamente ahí, está influenciado por las imágenes que veo. Películas, series, fotografías e incluso descripciones en los libros que leo, todo se mezcla para crear parques, edificios, calles o hasta ríos y montañas oníricos de los que podría, si mi memoria lo permitiese, dibujar mapas enteros. Pero cuando despierto casi nunca recuerdo los detalles, de inmediato comienzan a borrarse la forma exacta de los árboles, se hace borroso el camino y olvido en qué calle giré para llegar a una fuente o qué tan lejos del pueblo estaba la orilla del mar. Mientras estoy ahí conozco el lugar como la palma de mi mano, pero cuando suena mi alarma ese mundo se cubre de niebla. La cartografía de los sueños es una ciencia que solo existe cuando cerramos los párpados.

No estoy segura de si el crédito de esos sueños es totalmente mío. A veces siento que, más que un arquitecto, lo que hay detrás de mis sueños es un director. Alguien que le dice a otros dónde poner las cosas; en qué edificio poner un piso nuevo, de qué tamaño es la campana de una iglesia, en dónde deben reunirse las personas. Otras veces lo veo como un collage: mis sueños son recortes de todo lo que veo, escucho y leo durante el día, mezclados con mi imaginación para crear algo nuevo. Tal vez soñar es un arte y, aunque no sepamos exactamente de quién o de dónde viene, tendríamos que recordar que el mundo exterior, con su terror y belleza, es siempre una influencia. Si pudiera ver en una pantalla gigante, uno tras otro, los mapas de mis sueños, esperaría hasta el final para leer los créditos.

Aún no sé de qué nos sirven esos lugares que soñamos, los que parecen normales y no dan para escribir el nuevo libro de fantasía o ciencia ficción que se vuelva best seller, los que se parecen tanto a nuestro mundo que parecen más un recuerdo que un sueño. Pienso en Onetti y Santa María, la ciudad que se inventó para cuentos y novelas, tan parecida a las que amaba (y una a la que no podía volver) y que sí existen en los mapas. En esa mezcla de lugares que existen y los espacios que él creaba de la nada imagino su corazón, tal vez metido en una cajita y escondido en el kiosco de la plaza. Quizá, como otros han dicho, los sueños son nuestra verdadera patria. Solo tenemos que cerrar los ojos para volver a casa.