Cambio en el que puedes creer

Por Bvlxp:

El cambio tiene muchas facetas: a unos les da miedo y a otros los entusiasma; para algunos, el cambio es una esperanza y para otros una venganza contra el orden de las cosas. Para otros tantos, el cambio es un acto de justicia y de rebeldía contra la realidad. En su mejor versión, la idea de cambio es un entusiasmo contagioso, algo que mueve a gente que de otra manera tiende a quedarse inmóvil.

El cambio también es la promesa más recurrente en el ámbito político. No importa que las cosas vayan bien o mal, los políticos siempre prometen cambio porque entienden que nuestro espíritu aún retiene algo de nómada y busca la constante transformación de nuestro entorno y nuestras circunstancias. Sin embargo, para que la promesa de cambio sea creíble hay que encarnar el cambio. Por lo general, las sociedades modernas y abiertas buscan cambios que las impulsen hacia adelante y las hagan mejores de lo que fueron ayer. El fenómeno del populismo es exactamente lo opuesto: un movimiento de la nostalgia política, del retorno al pasado: del cambio hacia atrás. Este es el anzuelo que están mordiendo las sociedades que en el fondo son profundamente conservadoras.

Cuando Barack Obama irrumpió en la escena política estadounidense prometiendo “Change that you can believe in”, las circunstancias estaban puestas para apostar por el cambio que prometía. Luego de ocho largos años del asfixiante conservadurismo de George W. Bush, el trauma del 11 de septiembre, privilegios y recorte de impuestos a los ricos, dos guerras y una recesión económica, la gente estaba lista para apostar por el novel senador por Illinois. Por sí mismo, Obama ya era el cambio: joven, negro, de orígenes discretos, cosmopolita, un outsider del establishment washingtoniano. Además, Obama prometía un cambio progresista: un sistema de salud que no olvidara a nadie, una política exterior modesta y no basada en el poder bélico sino en la persuasión, un nuevo contrato social para las minorías, un trato más parejo para todos. Obama fue contagioso. Su manejo mediático fue muy atractivo, la imagen de campaña es un clásico de la comunicación visual y política. Una avalancha imparable fue Obama.

Encuentro paralelismos interesantes entre lo que despertaron Barack Obama y Andrés Manuel López Obrador en sectores específicos, sobre todo en los jóvenes. Ambos movimientos comparten el mismo brío, manifestado en su comunicación gráfica, en su estridencia y convicción en las redes sociales, en el uso de la creatividad para comunicar su plataforma política. Desafortunadamente, AMLO ha demostrado mil veces ser un cambio en el que no puedes creer. Quieres, pero no puedes por más que quieras. O no debes, más bien, a menos de que seas un maestro del autoengaño.

A nivel de los seguidores y voluntarios de campaña, el entusiasmo entre los obamas y los obradoristas es el mismo, pero hay algo que los separa: de quién se rodeó AMLO y de quién se rodeó Obama, qué prometen y en qué creen; y, sobre todo, la diferencia entre el progresismo de uno y el conservadurismo de otro. Aunque conciten entusiasmos similares, Obama y AMLO van en sentido contrario cuando se trata de cambio.

Al observar de cerca a ambos, uno advierte que hablan de ellos mismos en términos de un “movimiento”. Ante todo, son un “nosotros” y se tienen en el más alto concepto: se idealizan, se entienden como un parteaguas en la historia. Nosotros no somos como los demás; ni como ustedes, los embusteros. La diferencia es que Obama sí incluyó en su primer círculo a sus idealistas que encarnan la idea de cambio, a líderes dignos de hacer pervivir la esperanza y la admiración; en cambio, en su equivocada idea de que había que ganar a cualquier costa, AMLO incluyó a los cínicos y a los tránsfugas, a los mercaderes y a los que contribuyeron a su triunfo pudriendo al país, relegando a los más entusiastas creyentes de lo que dice representar y que están dispuestos hasta la ignominia en las redes sociales. Apenas un pellizco de jóvenes lo acompañan de cerca. Y de estos, ninguno se comporta con la frescura de la juventud: son unos jóvenes de noventa años que comparten la frescura y el progresismo y la simpatía de las figuras más acartonadas de los últimos cincuenta años en el escenario político.

Ambos movimientos se entienden a sí mismos como el final de una época, casi el final de la historia. Ya sabemos cómo le fue a Obama con esa pretensión y en manos de quién dejó su legado. El obradorismo no sabe contar ni cuántas transformaciones ha tenido el país, pero ellos ya se sienten una de ellas: la última, la definitiva. Ambos descartan con cierta arrogancia que la historia es un péndulo y que todo habrá de venir de vuelta. De hecho, AMLO es la más acabada expresión del péndulo que regresa: es como si Echeverría volviera por sus fueros. El progreso de la consolidación democrática llegó a su punto más alto en el año 2018 y el triunfo de Morena representó la culminación del viaje ascendente del péndulo y el momento justo en el que inicia su camino de vuelta. Estamos montados en un péndulo que no va hacia arriba sino en uno que regresa. Obama, por el contrario, fue el último tramo del péndulo ascendiente y Trump se montó al péndulo en su camino de vuelta.

A los hopey, changey obamas les sucedió Donald Trump. ¿Qué o a quién engendrarán los amlos?