Por Frank Lozano:
Con Ayotzinapa nadie gana, todos pierden. Los primeros que perdieron fueron los estudiantes, ¿quiénes los mandaron a ese viaje sin retorno? Las familias de los muchachos, más que deudos, se volvieron símbolos vivos de la impotencia de un país que cada día pierde algo.
Perdieron los políticos, quienes se echaron la bolita sobre el padrinazgo de la pareja infernal, compuesta por el Presidente Municipal de Iguala y su esposa, hoy presos. Perdieron todos los partidos políticos al guardar un vergonzoso silencio durante meses en los distintos ámbitos de representación. Perdió el Presidente de la República y su camarilla de lambiscones.
Ayotzinapa, a diferencia de la matanza de Tlatelolco, es un agujero negro. En Ayotzinapa hay víctimas identificadas, pero victimarios fantasmagóricos. No hay, como lo hubo en el 68 un Díaz Ordaz vociferante, un Luis Echeverría sin escrúpulos, un ejército alineado a las políticas anticomunistas que predominaban en la escena mundial.
En Ayotzinapa hay una presunta verdad histórica que no logró sobrevivir como tal. La verdad histórica terminó como una componenda maltrecha, una pésima historia construida sobre las ruinas de los derechos humanos: a golpe de torturas, desde la mentira y la manipulación.
A dieciocho meses de ocurrida la tragedia, hay más incertidumbre, más desconfianza y, sobre todo, más división en la población mexicana. El escepticismo, encaramado en la polarización, se ha convertido en la moneda de cambio entre quienes defenestran al movimiento de los cuarenta y tres y entre quienes lo defienden.
Lo peor del asunto es que ya no queda espacio para la objetividad y para el argumento. Se descalifica por consigna y por asociación. Lo que se dice importa menos que quien lo dice. Ciertamente, los disconformes son mayoría y los partidarios de la visión oficial una abrumadora minoría.
En el plano internacional, la imagen del gobierno mexicano está dañada. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Organización de las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos, han puesto en entre dicho el actuar del gobierno en el manejo de las averiguaciones.
Hillary Clinton, la candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos de América, se sumó a las voces de la indignación. Más allá del aprovechamiento político que hace del tema, lo destacable es que Ayotzinapa se ha convertido en una piedra gigantesca que el gobierno mexicano no puede ocultar.
Es difícil saber en dónde y cómo va a terminar esta historia. Pero sin duda se convertirá cada vez más en un factor de decisión de los mexicanos para el 2018. Conforme nos acerquemos a las elecciones presidenciales, es de esperarse una radicalización. Se consolidará el solipsismo, el diálogo de sordos, el grito mudo. Ayotzinapa será la historia de la derrota de todos, la duda, el dolor y la miseria.