AMLO nos cree tontos

Por Bvlxp:

La elección del próximo julio es una elección que pone a debate (y en riesgo) muchas cosas, pero tres en especial: la corrupción, la seguridad y la economía. Curiosamente, el supuesto puntero en las encuestas al día de hoy, Andrés Manuel López Obrador, no tiene credenciales en ninguno de los temas. Como Jefe de Gobierno del Distrito Federal, el desempeño en materia de seguridad de AMLO fue abismal: la ciudad nunca ha visto un índice de secuestros como en aquellos días y, con excepción de un solo rubro (los homicidios dolosos), el índice de todos los delitos era mayor al que tenemos hoy bajo la administración de Miguel Ángel Mancera, parezca lo que parezca. El desempeño en materia de desarrollo económico durante la administración AMLO fue lo que se espera de él: la ciudad parecía un árido paraje echeverrista sin innovación y sin rumbo, manteniendo a los empresarios como sospechosos comunes (excepto, se entiende, a los que privilegió asignándoles obra desde el poder). Con estas credenciales, resulta increíble que AMLO haya decidido dinamitar la única credencial de credibilidad que le quedaba para ser electo: la anticorrupción.

Es especialmente notable que AMLO haya decidido optar por el cinismo en una coyuntura que, como no lo fue en 2006 y 2012, los principios importan más que otra cosa. Es increíble que, justo cuando existe un reclamo social por una renovación de la ética pública, el autoasumido candidato pulcro y outsider de la clase política haya decidido tirar por la borda la percepción de honradez de la que hasta cierto punto gozaba y haya optado por armar una coalición que aglutina a lo peor de lo peor que ha dado la clase política nacional en los años recientes, pensando que eso lo va a llevar a cumplir con la obsesión de toda una vida. Si en 2006 renunció a los votos que le ofrecía Elba Esther Gordillo porque no quería ganar haiga sido como haiga sido, en 2018 acoge gustosamente a La Maestra y a toda su familia. O recoge del exilio a Napoleón Gómez Urrutia, un líder sindicalista hereditario cuya familia ha expoliado a los trabajadores mineros de varias generaciones y que huyó del país habiéndose robado los ahorros de los trabajadores depositados en un fideicomiso. O a la secuestradora guerrerense Nestora Salgado. O a Félix Salgado Macedonio, el alcalde que le abrió las puertas de Acapulco al crimen organizado. O a Cuauhtémoc Blanco, el futbolista que aceptó millones de pesos para ser candidato a alcalde de Cuernavaca y sacar así a un partido político local de la irrelevancia abriéndole las puertas del dinero. O a Fausto Vallejo, el Gobernador cuyo hijo todos vimos departir alegremente con La Tuta, mientras Michoacán ardía en llamas. O a René Bejarano, a quien todos vimos recoger fajos y fajos de billetes que no alcanzaban a contener las ligas que llevaba para la ocasión. O a Eva Cadena, la señora que pidió una bolsista para llevarse su soborno de millones de pesos y entregárselo personalmente a Andrés Manuel. La lista es larga y así podríamos seguir una media hora de texto.

En corto: AMLO ofrece construir la esperanza de México con los personajes que le robaron la esperanza a México y cree que todos estamos tontos y no nos damos cuenta; personajes que no invitan a nadie a votar por él, que solo invitan y profundizan el asco por la clase política. Sus fieles y adictos lo disculpan diciendo que Andrés ya entendió que necesita una coalición amplia para ganar, cuando la única coalición que AMLO le ofrece a México es una coalición amplia de bandidos que lo van a expoliar, basándose en la quimera de que, si él es honesto, todos lo serán y nadie va a robar. Y ahí tiene a las mentes brillantes que lo acompañan (que son pocas y no tan brillantes) defendiendo a personajes de la peor calaña, sometiéndose a los caprichos de los orgullos de su nepotismo, en vez de utilizar sus talentos en defender sus propuestas de gobierno (las que haya). AMLO asegura tener las manos limpias, pero es imposible mantener las manos limpias cuando estás recogiendo basura. Los súbitos adeptos morenistas no son sino una caterva de oportunistas; un amplio catálogo de corruptos que evidentemente no se sienten intimidados por el candidato que asegura terminará con la corrupción; una lista negra llena de impresentables gitanos entre quienes no habrán de leerse las manos.

AMLO olvida que la congruencia política es un valor y que, en el caso de un hombre con profundas y evidentes limitaciones como él, uno de sus escasos activos políticos. AMLO es un político más que nos cree tontos que no sea han dado cuenta que, más que principios, AMLO tiene una incomparable sed de ganar. Todos sabemos que si te manchaste las manos queriendo ganar una elección, no tendrás escrúpulos en ensuciártelas ejerciendo el poder. Recientemente, Enrique Krauze explicitó las amenazas que López Obrador representa para México: el regreso al país de un solo hombre, el derrumbe de la institucionalidad democrática, el fin del principio de no reelección y con ello el fin de la República.

Y es que AMLO es el programa y el destino. No se discuten sus ideas y sus propuestas porque no existen. AMLO se ha encargado de ser El Hombre, la pregunta y la respuesta; él es el proyecto, en él nace y termina todo. Hemos de creer que él es el bálsamo de las soluciones del país sólo porque sí y que todos los personajes cuestionables que ha escogido para que le aporten dinero o votos han sido santificados con la confesión y la penitencia. Si escuchamos con detenimiento y seriedad hablar a AMLO, no podemos eludir la sensación de inverisimilitud que este hombre quiera hacerse cargo de nuestros destinos. Sin embrago, quizá después de todo AMLO no crea realmente que somos tontos y que no nos damos cuenta; quizá está seguro de que con convencernos de que es el “menos peor” basta; que, si ya no llega como el gran prohombre, llegará bajo la creencia que debería ser su lema de campaña: “Peor ya no podemos estar”. Triste consuelo para el hombre que un día se creyó “el Gandhi de México”. Si es un destino triste para un hombre con tan buena opinión de sí mismo, para México sería catastrófico descubrir que siempre se puede estar peor y que nos faltan varios sótanos por caer antes de que estemos matándonos por un rollo de papel de baño.