“The new always happens against the overwhelming odds of statistical laws and their probability, which for all practical, everyday purposes amounts to certainty; the new therefore always appears in the guise of a miracle.”
–Hannah Arendt
El verano pasado las casas de apuestas británicas ofrecían pagar 5000 a 1 a todo aquel que, estando bajo los efectos de algún alucinógeno barato, decidiera apostar que una civilización extraterrestre descendería sobre Reino Unido en cualquier momento; o al demente que se atreviera a anticipar la captura inminente del «monstruo de Loch Ness”; o a los chiflados que decidieran tirar su dinero a la basura apostando a favor de la Antártida como sede del mundial de 2026.
Estos ejemplos absurdos, pero 100% reales, ponen en perspectiva la insólita y heroica hazaña protagonizada por el modesto Leicester City, flamante campeón de la Premier League inglesa (la liga de futbol más competitiva y dura del mundo). Y es que esos eran precisamente los momios que las casas de apuesta ofrecían el verano pasado a quien quisiera desperdiciar unas cuantas libras esterlinas jugándosela a favor de un campeonato del Leicester.
Sí, según losapostadores, esos buitres sagaces y despiadados, hace apenas nueve meses un campeonato del Leicester era tan poco probable como que una civilización extraterrestre decidiera conquistar Reino Unido. Y tenían muy buenas razones para ser tan pesimistas, pues en 132 largos años de historia, el vetusto y humilde Leicester jamás había logrado coronarse campeón de la liga inglesa, y se había pasado el último torneo luchando por salvarse del descenso.
De hecho, para muchos aficionados y expertos, el milagro que se consumó el pasado lunes en Stamford Bridge empezó a fraguarse desde la temporada pasada, cuando los zorros, al borde del abismo del descenso, lograron ganar siete de sus últimos nueve juegos, un lujo que ni siquiera el Chelsea, campeón de ese torneo, fue capaz de darse. En aquel entonces, un amplio segmento de la fiel afición del Leicester le atribuyó la inesperada resurrección de su equipo al espíritu del rey Ricardo III, hijo ilustre de la ciudad e icono histórico inmortalizado por Shakespeare, cuyo cadáver finalmente había sido encontrado, debajo de un estacionamiento, inhumado y enterrado con todos los honores, 530 años después de su violenta muerte.
Curiosamente, la principal empresa de Vichai Srivaddhanaprabha, el tacaño multimillonario tailandés que funge como accionista mayoritario del equipo, se llama King Power, y su logotipo adorna la parte frontal del uniforme de los “foxes”. Esa extraña casualidad contribuyó a que la poética, descabellada y regia hipótesis “ricardiana” se arraigara en la psique colectiva de una afición acostumbrada al sufrimiento y hambrienta de satisfacciones.
Pero el primer capítulo de esta milagrosa historia se vio súbitamente opacado por un bochornoso escándalo sexual que amenazó con poner nuevamente al equipo al borde del abismo, justo cuando el inicio de la temporada estaba a la vuelta de la esquina. Y es que durante una gira por Tailandia, tres jugadores del equipo, incluyendo al hijo del entrenador, decidieron organizar una orgía con prostitutas locales y se grabaron teniendo sexo y haciendo bromas de mal gusto a costa de sus acompañantes asiáticas, emitiendo un puñado de inocentadas inocuas que los hipócritas tabloides amarillistas de Reino Unido tildaron de “racistas”.
Srivaddhanaprabha, sin embargo, estuvo de acuerdo con los tabloides y decidió despedir fulminantemente a los tres futbolistas y al entrenador, a unas semanas de que arrancara la temporada. Fue entonces cuando entró en escena Claudio Ranieri, el curtido estratega italiano que, a pesar de gozar de un prestigio innegable, nunca había logrado ganar un título de liga en los países en los que había laborado, y para colmo de males acababa de ser despedido de la selección griega tras perder un encuentro eliminatorio ante las Islas Faroe. Ante semejante panorama los apostadores y los analistas coincidían: el Leicester era el principal candidato al descenso.
Lo que vino después ya es historia: un inesperado despliegue de frescura, entusiasmo desbordado, camaradería solidaria, virtuosismo futbolístico, maestría estratégica y una constancia a prueba de balas. El modesto Leicester, poseído por el espíritu indómito de un rey jorobado, dejó atrás muy pronto en el torneo a gigantes de la talla del Liverpool, el Chelsea y el Manchester United, y derrotó en el sprint final al sorprendente y deslumbrante Tottenham (otra gratísima revelación), al Manchester City y al Arsenal, dos gigantes que fueron incapaces de mantener el vigoroso e infatigable paso marcado por el campeón.
Pero los milagros no se limitaron al plano colectivo. En lo individual, ningún aficionado al Leicester o al fútbol inglés podrá olvidar jamás que el 21 de noviembre de 2015, los amantes de este hermoso deporte alrededor del planeta atestiguamos atónitos y conmovidos cómo Jamie Vardy, un jugador inglés de 28 años y que unos meses atrás trabajaba como obrero en una fábrica, pulverizaba el récord de partidos consecutivos marcando gol en la Premier League que había instituido el gran Ruud van Nistelrooy, hazaña que lo catapultó a la selección inglesa. Y aún hoy, con 22 goles a cuestas, Vardy sigue compitiendo por el título de mejor goleador del año contra su compatriota Harry Kane.
Por si esto fuera poco, un desconocido jugador argelino de nombre Riyad Mahrez se reveló como un auténtico crack de clase mundial y deslumbró con su talento a propios y extraños jornada a jornada. Y no sólo fue la pieza más importante en el milagroso campeonato de su equipo sino que fue reconocido como el mejor jugador de la liga por la asociación de futbolistas profesionales y hoy en día es una de las joyas más codiciadas por los grandes equipos europeos.
La increíble e inspiradora historia del Leicester City honra a su liga y al deporte inglés en general. En ninguna otra liga europea podría haberse dado un caso semejante pues todas están dominadas por monopolios o duopolios inquebrantables. En España hay dos equipos galácticos que parecen armados por un niño gordo, antipático y mimado que compró su FIFA 16 para jugarlo en el nivel más fácil y ganar todos los partidos diez a cero. El caso de Alemania y Francia es aún más grotesco pues hay un solo equipo que domina de calle sus ligas cada año.
Aunque parezca increíble, he leído a varios cretinos jactándose de que la espeluznante liga mexicana no tiene nada que envidiarle a la inglesa pues aquí puede ganar cualquiera. Semejante comparación es un exabrupto de imbecilidad ignorante que rosa el sacrilegio. La liga mx está a años luz de la Premier League en todos los renglones imaginables (espectáculo, organización, infraestructura, comercialización, excelencia deportiva, afición, comunicación, compromiso social, etc.). Y si cualquier equipo puede ser campeón en México es porque todos son igual de mediocres. El horroroso sistema de competencia mexicano, con sus torneos de seis meses que coronan campeones de chocolate y sus lucrativas pero profundamente injustas liguillas, promueve esa asfixiante y soporífera mediocridad.
Sí, el entrañable Leicester City solo podía ser producto de la mejor liga del mundo, la espectacular, bellísima y competitiva Premier League. Y así como el futbol mexicano refleja al país corrupto, violento y atrasado del que emanó, es indudable que la liga inglesa es un reflejo fiel del hermoso y civilizado país que la concibió.