Una crónica desconocida de Barba jacob

Durante los meses de ardua investigación para construir Octavio Paz. El misterio de la vocación, uno de los artículos más apasionantes, por su misterio, fue el que dediqué al viaje que el Nobel hizo a Guerrero entre 1931 y 1932.

Como lo señalé en el libro, es muy probable que el joven Paz conociera en tierras guerrerenses a Porfirio Barba Jacob, excéntrico poeta colombiano y asesor del gobierno en turno.

Sobre su paso por el sureste mexicano, Barba Jacob escribió una crónica en Eurindia: revista de asuntos sociales, políticos y económicos, en el número correspondiente a marzo-abril de 1935, que hasta ahora no había sido localizada por sus biógrafos y que transcribo a continuación.

Mirajes de Guerrero

Por Porfirio Barba Jacob

 

Y vi sus monumentos y sus fiestas;

bailé sus danzas y bebí sus vinos…

José EUSEBIO CARO

Por una risueña designación del Destino, a principio de 1933 me tocó residir en la capital del Estado de Guerrero, como colaborador en el Gobierno del General Gabriel R. Guevara. Yo conocía ya muchos Estados de la República; la permanencia en el Sur vino a integrar mi visión de México y me dejó enseñanzas y recuerdos que no olvidaré jamás.

Guerrero es, ante todo, una de las grandes reservas de este país. Cierto que sus hombres han escrito páginas gloriosas en la historia nacional, y que ahora mismo una generación llena de brío y de talento hace sentir su influjo en la política, en la ciencia, en el arte, en las industrias y los negocios; pero las grandes posibilidades de la región, sus enormes riquezas en minería, en agricultura, en la explotación de la pesca y el turismo, permanecen latentes, en espera de vías de comunicación. Lo que a este respecto se ha hecho –la carretera de México a Acapulco, la de Teloloapan, que acaba de ser inaugurada- no hace sino ir revelando la riqueza de aquellas tierras y el brillante porvenir que ofrecen a los hombres de iniciativa y trabajo.

Como a todo viajero que va por primera vez a una comarca, lo que me impresionó inmediatamente fue la calidad del paisaje. Ya para llegar a la eminente ciudad de Taxco –relicario colonial de belleza imponderable- hay que vencer la resistencia de arduas montañas. De allí en adelante, y en una distancia de trescientos kilómetros, la vista descubre por donde quiera la mole gigante de la cordillera, que se articula en sucesión de cerros abruptos, por cuyos flancos escarpados se desciende a valles angostos, risueños y feraces, o a hondas cañadas por donde discurren las corrientes fluviales. Transponiendo la masa orográfica, hacia el Pacífico, se prolongan del Sur al Noreste las costas –Chica y Grande- que se erizan de acantilados y que forman paisajes de una hermosura salvaje y tremenda. En lo general, el panorama es, durante las épocas de sequía, reseco, polvoriento, desolador, pero apenas se insinúa el cambio de la estación con las primeras lluvias, la tierra se reviste súbitamente de un verdor tierno, el ambiente se dulcifica, las lontananzas cobran diafanidad, y una explosión de vida se manifiesta por todas partes, como si la Naturaleza, en raptos de júbilo, se apresura a revelarnos la inagotable potencia que esconde.

Tales condiciones físicas determinan, a modo de primer coeficiente, las condiciones sociales y espirituales del pueblo de Guerrero. Los hombres que por falta de vías de comunicación han vivido en el aislamiento secular, entre la agria montaña y la costa feraz –la costa lejana e indolente, que con su abundancia y su calor adula los instintos primarios- son hombres rudos, impulsivos, llenos de imaginación y de anhelos, que así como acuden al trabajo con diligencia febril a la caída de las primeras aguas, así pasan los largos meses de sequía en la inactividad, en el ensueño y el placer estéril, devanando la madeja de la política local y de los odios lugareños.

Nuevos caminos, distribución justiciera de los campos de labor, organización científica e intensiva de la agricultura, captación y distribución adecuada de las aguas aprovechables, impulso a la minería y a la pesca, difusión de una enseñanza moderna, práctica y eficaz, -creación y estímulo de nuevas industrias, todo ello movilizará un día no remoto las masas humanas del Estado de Guerrero, y hará que las grandes energías y los inagotables tesoros naturales que é guarda contribuyan, como factores de primer orden, al esplendor y a la gloria de la República.

Estas necesidades ingentes debían determinar el programa del Gobierno que iniciaba sus labores cuando yo arribé a Chilpancingo. Eran días de confusión y de violencia.  La pugna electoral acababa de transcurrir, pero a semejanza de los braseros que deja en pos de sí un incendio, había dejado ella mil focos de odio a lo largo de todo el territorio guerrerense, bajo el manto del régimen legal. Por otra parte, las arcas del tesoro se hallaban vacías, los recursos fiscales eran exiguos, y era preciso arbitrar medios para atender a las mil solicitudes urgentes que llegaban de los pueblos y de los campos.

El primer empeño del General Guevara en aquellos días angustiosos fue apaciguar la violencia de las pasiones, haciendo comprender que él no era el gobernador de un partido, de “SU” partido, sino de todos los ciudadanos, y que a todos por igual haría justicia. Fui testigo de sus esfuerzos en tal sentido: lo oí dictar órdenes, girar amonestaciones, dar consejos. Los jueces fueron excitados a proceder con estricta sujeción a la ley y con actividad sin desmayo; todas las autoridades administrativas recibieron órdenes de obrar energéticamente,  ora para prevenir la comisión de delitos contra la propiedad y contra la vida de los ciudadanos, de cualquier bando político que fuesen, ya para perseguir y aprehender a los delincuentes a fin de entregarlos a los encargados de investigar y castigar. Muchas veces el rigor del gobernante hubo de ejercitarse no contra los adversarios de la campaña electoral, sino contra los propios amigos que solían excederse. Tal conducta invariablemente seguida durante dos años, ha acabado por amortiguar los instintos violentos, por disminuir hasta lo mínimo los hechos delictuosos y por devolver la tranquilidad y la confianza a todos los habitantes de ese convulso Estado.

Serenados así los ánimos, establecido un principio de orden en el ramo fiscal –pues la falta de sistema en la percepción de los ingresos hacía imposible todo impulso al progreso de la capital y de los municipios- el General Guevara inició la obra de estimular el progreso material, de resolver el problema de la tierra de acuerdo con los postulados de la Revolución, de crear escuelas y de abrir caminos. Puede decirse que de entonces acá, no ha habido un solo pueblo de Guerrero que no haya sentido –dentro de los límites de los posible- la influencia benéfica y protectora del Gobierno. Para muchas de las obras emprendidas, los propios moradores han ayudado; para otras –las de mayor alcance- la colaboración no ha sido acorde ni con los propósitos del gobernante ni con la necesidad y conveniencia de realizarlos. Esto último aconteció  particularmente con tres proyectos: el establecimiento de un Banco para refaccionar  a los agricultores e industriales del Estado, la irrigación del magnifico valle de Iguala y la dotación a esa ciudad de un buen servicio de agua potable. Pero a pesar de la falta de colaboración por parte de muchos de los hombres de empresa y de dinero, tocados de egoísmo, el General Guevara ha insistido, ha logrado el apoyo de la Federación, y las tres grandes obras pueden considerarse ya como una realidad consumada.

Página brillante en la historia de este Gobierno la constituyen las dos excursiones realizadas por el joven y austero mandatario, en compañía de un grupo de colaboradores y de representantes de varios Secretarías de federales, a la Costa Grande y la Costa Chica. Son regiones aquellas tan remotas y olvidadas, de tan difícil acceso, de climas tan insalubres, de caminos tan arduos, de selvas tan tupidas, de ríos tan violentos, de condiciones físicas y sociales tan diversas, que ningún Gobernante del Estado se había atrevido jamás a recorrerlas y estudiarlas. El General Guevara las recorrió palmo a palmo, en ímprobas marchas, apaciguando los ánimos, extinguiendo los odios, fundando escuelas, cambiando las autoridades arbitrarias, estudiando todas las necesidades públicas, planeando obras de interés común que es necesario realizar. En una palabra, iniciando el “gobierno de acción”, que con posterioridad ha puesto en práctica el Presidente Cárdenas, extendiéndolo a toda la República, y que tan benéfica influencia ha de ejercer en la organización y en la economía de México.

Quisiera consignar en estas páginas de “EURINDIA” unos cuantos datos acerca de las riquezas minerales de Guerrero, de las grandes posibilidades agrícolas que ofrecen al Estado la pesca en sus ricas aguas, el ajonjolí, el cocotero, la sandía y el melón, el tomate, el maíz, el frijol y mil productos más en su fértil suelo. Quisiera hacer el elogio de su pueblo, tan viril e inteligente, tan hospitalario, tan imbuido en nobles anhelos; pero el espacio que me ofrece la revista llega a su límite y me es forzoso dar fin a esta nota.

Quede constancia, cuando menos, del amor que ese pedazo de la gran patria indoamericana despertó en mi, de la esperanza que me hizo concebir, de las visiones de energía latente y de belleza inefable que incorporó a mi visión total de México. . . Quede constancia de la admiración y de la gratitud que debo al General Guevara y a los numerosos amigos de Chilpancingo, de Iguala, de Tixtla, de Acapulco, que me brindaron atenciones y afectos. Consideraré siempre como una honra el haber residido en su suelo y el haber trabajado a la par con ellos, dentro de la modestia de mis facultades, por unos breves días, en la obra común del progreso de la comarca, bajo un régimen de honestidad, al lado de un mandatario cuyas virtudes pueden señalarse como ejemplares en el México de hoy.