Trimalción en Periscope

Por Oscar E. Gastélum:

«Ved los comicios; manda el oro en ellos;

el oro le da el triunfo al candidato, no la virtud ni el mérito.

Venales senado y pueblo ahora, ambos se humillan

 a quien los compra, y a los pies de Pluto

yace ¡oh, dolor! la majestad romana.”

Petronio

“Hablo de los basureros del tamaño de una montaña y del sol taciturno

que se filtra en el polumo,

de los vidrios rotos y del desierto de chatarra, del crimen de anoche

y  del banquete del inmortal Trimalción,

de la luna entre las antenas de la Televisión y de una mariposa sobre

 un bote de inmundicias.”

Octavio Paz

El Satiricón fue la primera novela picaresca en la historia de la literatura europea. En ella, su autor, el poeta y político latino Petronio, describe sin contemplaciones la decadencia moral, política y social del Imperio Romano bajo el yugo del tristemente célebre emperador Nerón. A finales de los años sesenta del siglo pasado, el gran director italiano Federico Fellini adaptó magistralmente el texto al cine, renovando en un público masivo el interés por una obra literaria que con el paso de los siglos, y a pesar de que solo conservamos fragmentos de la misma, se había transformado ya en un auténtico clásico. Tanto el libro, testimonio extraordinario de la valiente franqueza que terminó costándole la vida a su autor, como la película, son gemas indispensables que toda mente inquisitiva debería buscar y disfrutar.

Pero lo que me hizo volver a las páginas de “El Satiricón” en esta coyuntura, es una escena en particular, quizá la más famosa del libro y de la propia película. Me refiero al egregio “Banquete de Trimalción”. En ella, Petronio nos narra la descomunal comilona ofrecida por un poderoso y grotesco nuevo rico llamado Trimalción. Un antiguo esclavo al que su difunto amo le heredó buena parte de su fortuna, herencia que este se encargó de multiplicar por medios jamás revelados pero obviamente ilícitos y tenebrosos. Los excesos narrados en la escena son tan extravagantes y repelentes que, a través de los siglos, la figura de Trimalción se ha convertido en sinónimo de corrupción y mal gusto.

¿Pero qué fue exactamente lo que me llevó a pensar en Trimalción y su estrafalario banquete? Pues la maravillosa y muy reveladora sesión de “Periscope” que, con conmovedora ingenuidad rayana en el suicidio político, nos regaló Xóchitl Gálvez el pasado fin de semana desde el rancho de Diego Fernández de Cevallos, ese siniestro personaje que jugó un papel protagónico y nefasto en las más recientes y aciagas décadas de la historia nacional. Para hacerse una idea aproximada del poder y la influencia que llegó a ejercer  esta versión barbuda y canosa del esperpéntico Trimalción basta con echar un vistazo a los invitados que asistieron a su banquete, es decir, a la oligarquía nacional en pleno, esa gentuza arribista y vulgar pero con  ínfulas risiblemente aristocráticas que en cuestión de corrupción y mal gusto supera con creces al caricaturesco personaje de Petronio.

Entre los invitados al banquete no podía faltar, por ejemplo, Carlos Salinas de Gortari, el más nocivo de los presidentes que ha producido este país, tan fecundo en políticos ineptos, corruptos y asesinos, y el hombre a quien Fernández de Cevallos sirvió con mayor celo y lealtad a pesar de pertenecer a un partido supuestamente de “oposición”. Bastaría con recordar la manera en que Fernández de Cevallos exigió a grito pelado desde la tribuna de la Cámara de Diputados que se quemaran las boletas de la fraudulenta elección presidencial de 1988, para confirmar el nivel de servilismo al que era capaz de rebajarse y comprender la desmesurada recompensa económica que recibió a cambio de sus obscenos servicios. Se sabe, por ejemplo, que a cambio de incinerar la evidencia del fraude que lo llevó al poder, Salinas le obsequió a Fernández de Cevallos varias hectáreas de valiosísimos terrenos en esa exclusiva zona de Acapulco conocida como Punta Diamante.

Quizá mis lectores más jóvenes no lo recuerden pero, en sus tiempos de gloria, Fernández de Cevallos combinaba su anacrónico look de conquistador español con una actitud prepotente, despótica y vociferante muy parecida a la de Donald Trump y tantos otros demagogos delirantes que vinieron antes que ellos. Bufones con quienes “Diego” también tenía en común ese machismo de salón, impostado y neurótico, al que suelen ser tan proclives algunos hombres de edad madura aquejados de disfunción eréctil. Quien dude de lo que digo debe buscar en YouTube el video del que hablé antes. Ese en el que el “Jefe”, como le llaman sus múltiples aduladores, exige estentóreamente que se destruya la evidencia del fraude electoral que elevó a Salinas a la presidencia. La escena resulta tan inverosímil que parece sacada de un sketch de Monty Python y, si no se tratara de la indignante consumación de un descomunal robo a la nación, sería desternillante.

Pero la indiscreta y oportuna cámara de Xóchitl no sólo captó a Salinas de Gortari, sino a muchas otras alimañas de la clase política y empresarial, además de uno que otro miembro de la servil y rastrera “prensa” nacional. Ahí estaba, por ejemplo, Carlos Slim, el empresario que llegó a ser el hombre más rico del planeta explotando un monopolio gigantesco que el propio Salinas privatizó y le asignó a discreción. También departía alegremente entre esa pléyade de maleantes el expresidente Felipe Calderón, ese burócrata gris, antipático y obtuso que se obstinó en ahogar al país en un océano de sangre declarándole estúpida e irresponsablemente la guerra al narcotráfico, una fuerza muchísimo más poderosa que cualquier institución del Estado pues las tiene infiltradas a todas.

¿Y qué decir de los “periodistas” e “intelectuales” que hacen vida social con nuestros oligarcas y que se dejan agasajar por esa élite a la que deberían de criticar continuamente y cuyos obscuros negocios y complicidades tendrían que investigar a fondo? ¿Cómo podemos esperar que cumplan con su deber periodístico cuando sus sueldos y privilegios salen del bolsillo de los principales enemigos del bien común, precisamente aquellos a quienes la prensa más debería de vigilar y denunciar? La triste realidad es que los verdaderos periodistas están desempleados, vetados, amenazados o muertos. Y estos deleznables usurpadores no son más que voceros oficiosos y lacayunos, mercenarios de la pluma y el micrófono dispuestos a vender su alma a cambio de la cifra correcta y del dudoso y tristísimo placer que les produce sentarse a la mesa de Trimalción para recibir las migajas de su banquete.

Todos sabemos desde hace décadas que una oligarquía parasitaria y minúscula es dueña absoluta de este país y que emplea su descomunal poder político y económico para corromper el proceso democrático, torcer la ley a su favor y forjar fortunas obscenas sin tener que competir lealmente, o crear productos valiosos e innovadores, u ofrecer servicios de calidad a sus consumidores, o, dios no lo quiera, tener que devolverle algo a la sociedad pagando impuestos razonables y justos. Pero verlos a todos reunidos y departiendo cínica y alegremente ha sido una patada de mula en el hígado de la sociedad civil, un espectáculo nauseabundo que confirmó más allá de toda duda razonable nuestras peores sospechas.

Y es que es muy obvio que Trimalción y sus invitados están perfectamente conscientes de que más allá de sus insignificantes diferencias ideológicas y luchas por el poder, todos forman parte de la misma empresa criminal y juegan en el mismo bando en esta batalla por el futuro del país. Es por eso que prefieren estar unidos, pues saben muy bien que una división interna arruinaría ese lucrativo negocio que es la expoliación despiadada e impúdica de México. El resultado de ese pacto mafioso en la cima es el estancamiento de la incipiente democracia mexicana, que languidece enredada en una pegajosa telaraña de complicidades, corruptelas e impunidad. Pues quienes deberían competir como rivales en el juego democrático para generar cambios auténticos han decidido repartirse el botín amigablemente a costa del bienestar general.

No nos engañemos, el cambio, si es que llega algún día, tendrá que surgir desde las trincheras de la sociedad civil, ese puñado minúsculo pero potencialmente influyente de auténticos ciudadanos que se niegan a seguir viviendo en un rincón olvidado, sucio y violento del tercer mundo. Y que jamás confundirían patriotismo con conformismo o crítica con traición, pues no pueden sentirse orgullosos de una patria bochornosamente desigual y atrasada, ni ser indiferentes ante la miseria lacerante y la insultante opulencia que los rodea.

Por lo pronto, habría que agradecer la torpeza política de Xóchitl pues nos permitió echar un vistazo al impenetrable universo de la oligarquía nacional a través de uno de los muchos banquetes que nuestros Trimalciones de pacotilla ofrecen cada año. Solo por eso, si algún día esa gentuza arribista y voraz pierde el poder, Gálvez merecería ser designada “Nation Manager” del México democrático que emerja de sus propias cenizas…