Tras la genealogía de Paz: Arturo Paz Solórzano

Por Ángel Gilberto Adame:

Del matrimonio de José Ireneo Paz Flores y Rosa Clotilde Solórzano Preciado nacieron siete hijos, el tercero de ellos y el primer varón fue Ireneo Arturo Paz Solórzano, quien nació el 22 de junio de 1867 en Mazatlán, Sinaloa, localidad a la que había viajado su padre con el propósito de fungir como secretario de gobierno de la entidad y de fundar el periódico político bisemanal La Palanca de Occidente.

Desde su nacimiento padeció las batallas continuas, prisión y destierro de la agitada vida de su padre. En muchas ocasiones, a su corta edad, tuvo que ayudar a su madre a suplir el desarraigo paterno; sin duda esto contribuyó a forjar su carácter. Textos de la época refieren que, a lo largo de su vida, mostró aptitud para el estudio. Su enseñanza la cursó en la capital del país y, a partir de su ingreso a la Escuela Nacional de Jurisprudencia, en consonancia con el prestigio periodístico de su familia, se convirtió en uno de los personajes recurrentes en la prensa de la época. Sin embargo, al paso del tiempo su figura cayó en el olvido por lo que solo a través de la investigación hemerográfica es posible reconstruir algunos trazos de su biografía.

Una de sus primeras menciones fue en el suplemento semanal del periódico familiar La Patria Ilustrada, que el 3 de noviembre de 1884 le dedicó una calavera:

Fue un periodista sagaz

Y de tanto que escribió

Muriéndose nos dejó

El nombre de Arturo Paz.

Al año siguiente, la edición diaria de La Patria anunciaba en su catálogo las traducciones que, a sus 17 años, ya hacía de novelas costumbristas francesas. Ese periodo también marcó su incorporación, por iniciativa de su padre, a la mesa directiva de la Prensa Asociada de México, a la que perteneció por casi dos décadas y que representó internacionalmente. Los múltiples viajes que realizó en su juventud provocaron que descuidara sus actividades escolares y que su desempeño fuera irregular. Siendo aún estudiante de bachillerato, acudió como representante de la Prensa Asociada a la Exposición Internacional de Nueva Orleans de fines de 1884 y principios de 1885. Sus crónicas se publicaron en La Patria y en El Diario del Hogar de Filomeno Mata. Vale la pena recordar que México presentó en dicho evento el Pabellón Morisco diseñado por el ingeniero José Ramón Ibarrola, y que hoy se encuentra en la colonia Santa María la Ribera. El joven Arturo lo describió así:

El octágono es un edificio morisco, cuyos lados son de 78 pies cada uno y de cada lado hay cuatro columnas que encierran tres espacios cubiertos en su mayor parte con cristales. En la parte interior tiene una bóveda sostenida por ocho columnas internas, y todo el interior del edificio está adornado con relieves artísticos muy bonitos que convierten al octágono en una especie de pequeño paraíso.

Otra de sus principales encomiendas en territorio estadounidense fue la conseguir patrocinios, distribuir y vender el Mexican Graphic, suplemento en inglés con noticias de México y Nueva Orleans. Este periódico se imprimía en los talleres de su padre con información e imágenes de La Patria y de las que él mismo enviaba. El proyecto en cuestión fue efímero y concluyó con su regreso a México.

Su inclinación por la literatura fue creciendo a medida que avanzaba en sus estudios jurídicos. En marzo de 1887 se integró al equipo de fundadores de la revista dominical La Juventud Literaria, en la que ocupó el puesto de gerente y redactor en jefe a lo largo de los 19 números que la conformaron. Entre los autores que colaboraron estuvieron Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Gutiérrez Nájera, José Peón Contreras, Juan de Dios Peza, Guillermo Prieto, Vicente Riva Palacio y Justo Sierra. Ya en octubre, fundó con su padre, con Luis G. Urbina y con Federico Gamboa una sociedad que tenía “por principal objeto la lectura y la declamación, a semejanza de muchas europeas de igual clase”. Como editor impulsó el trabajo de artistas que aún no eran conocidos, tal fue el caso de José Guadalupe Posada, cuyos dibujos incluyó en todas las publicaciones en que tuvo injerencia. Puede suponerse que fue su descubridor. Premonitoriamente escribió: “Mucho nos complace dirigir elogios a quien lo merece, adivinamos en Posada al primer caricaturista, al primer dibujante que tendrá México”.

El 28 de agosto de 1888 le fue expedido el título de abogado, con la defensa del trabajo “Algunos puntos de casación en materia penal”, en el que analizó la naturaleza de ese recurso jurídico, lo distinguió de otras figuras que le eran afines y señaló algunos equívocos que hasta entonces había tenido su aplicación. Concluida su exégesis, expresó con modestia en la última cuartilla:

Es tan difícil, tan crítica mejor dicho la situación en que se encuentra el que llega ante sus jurados lleno de fe en lo porvenir para recibir de ellos un inapelable fallo, que abate el ánimo más firme.

Sus temores eran fundados, ya que el jurado que lo calificó estaba integrado por siete de los abogados de mayor prestigio, quienes lo evaluaron con severidad. En el acta de su examen profesional, que se encuentra en su expediente académico, se asentó que respondió “a las preguntas que le hicieron […] por espacio de 1 hora ¾ resultando, después de hecho el escrutinio, aprobado por mayoría de 5 votos”. Los ejemplares de su tesis se publicitaron para su venta a través de diferentes medios impresos, en los que también se le felicitó por su titulación. Tal fue el caso de El Universal (1886-1901), en el que se leyó: “Arturo Paz es muy joven, ha hecho una brillante carrera, y es de esperarse que con el tiempo llegue a ocupar un puesto digno de su talento e ilustración”.

A los pocos meses, el Ejército le ofreció el puesto de defensor de oficio y le concedió el grado de coronel. Simultáneamente, ubicó su despacho en el callejón de Santa Clara número 6. Uno de sus amigos cercanos, Ciro B. Ceballos, escribió sobre esta etapa:

[Arturo] era un joven alto y flaco, de bigote corto, de tartajosa palabra y carácter benévolo que tenía muchos amigos y de todos era querido por su natural bondad. En aquella época, en los ratos que le dejaban libres sus ocupaciones como asesor militar, el trato de sus amigos y el póquer, se consagraba con entusiasmo a escribir leyendas romanas.

Ambos fueron clientes habituales de la taberna La Alhambra, en la que se encontraban con Amado Nervo, Bernardo Couto y José Bustillos. José Juan Tablada no acudía a las veladas ya que, según recuerdos del propio Ceballos, consideraba que el lugar estaba “atestado de genios”.

A pesar de las defensas jurídicas que debió encarar, Arturo Paz continuó escribiendo. En marzo de 1889 se presentó como redactor propietario de Revista de México; también se le incluyó en la antología Poetas y escritores mexicanos, de Luis A. Escandón. De estas fechas data su primera novela que tituló Sofía. El 2 de septiembre propuso que se levantara un monumento a Manuel Acuña en el Panteón de Dolores, iniciativa que fue acogida con entusiasmo.

Incursionó en la política en junio de 1890, tras la obtención de una diputación federal. Esto no significó el fin de su producción literaria, que continuó con Cuentos sociales(1890), Consecuencias (1891) y Leyendas históricas romanas(1892). Con motivo de la conmemoración de los 400 años del descubrimiento de América, convocó a los escritores mexicanos a participar en un certamen organizado por la Real Academia Española. La respuesta de la comunidad artística fue casi nula, pues la opinión generalizada daba por seguro ganador a un peninsular. Para motivar a los participantes, se puso en contacto con su íntimo amigo José Yves Limantour y le pidió su apoyo para que el gobierno ofreciera un premio independiente al mejor trabajo escrito en México.

Su papel de organizador en el concurso le ganó críticas mordaces por parte de algunos periodistas, en particular de José Ferrel y Félix quien colaboraba para El Demócrata y en febrero de 1893 hizo públicos sus cuestionamientos sobre el destino de los montos ofrecidos. El encono entre ambos tenía un cariz más personal y se remontaba a un artículo de Ferrel dedicado a Paz, que apareció en su libro Los de la mutua de elogios, en el que se burlaba de la Revista de México a la que calificaba como “encubridora de las correrías literarias del Sr. Paz”, y de su novela Consecuencias.  El conflicto fue creciendo al grado que Paz lo denunció por difamación y Ferrel pasó unos días en la prisión de Belem. Una vez liberado, decidieron dirimir sus diferencias batiéndose a duelo el 2 de marzo de aquel año. En la familia pesaba la sombra de un lance de trece años antes, que llevó a su padre a matar a Santiago Sierra, hermano de don Justo. Una nota aparecida en El Siglo XIX relató:

Ayer, como a las tres y media de la tarde, tuvo lugar un lance de honor entre nuestro compañero de redacción el Sr. José Ferrel y el Sr. Arturo Paz. El arma elegida por los representantes del señor Paz, fue la espada. El encuentro tuvo lugar a inmediaciones de la Casa Mata. Los dos primeros asaltos no dieron resultado alguno, pero en el tercero el Sr. Ferrel fue tocado, aunque no gravemente. El combate duró 15 minutos y fueron representantes del Sr .Paz los Sres. Tovar y Límbano Domínguez y del Sr. Ferrel los Sres. Francisco R. Blanco y Manuel Izaguirre.

El episodio también fue reseñado en El duelo en México, libro de Ángel Escudero. No es de extrañar que Arturo resultara ganador, ya que la esgrima era uno de sus pasatiempos.

Los años siguientes continuó ejerciendo su puesto en la milicia, encargándose de sus tareas periodísticas y participando en salas de lectura. Escribió Breves apuntes sobre derecho penal militar y manual de administración de justicia militar (1894) y, a pesar de las duras críticas que había recibido, la novela Perjura (1896). Además, colaboró en el suplemento El Renacimiento, dirigido por Enrique de Olavarría y Ferrari. En el último decenio del siglo XIX, frecuentaba y organizaba eventos en el seno de la sociedad porfirista, tal como lo demuestran las recopilaciones de Clementina Díaz y de Ovando. La Abeja hizo la reseña de una fiesta que le hicieron sus padres por su cumpleaños:

A las tres de la tarde […], los invitados partieron en trenes especiales de la Plaza de la Constitución con rumbo a Mixcoac. Llegados a la casa empezó el baile. En el salón una música de cuerda dejaba oír cadenciosos valses y lánguidas danzas, y en el jardín, la música del 21 Batallón, tocaba alternándose. En el salón de la casa alfombrado con blanca lona, y en el corredor paralelo a esta sala, bailaban animosamente multitud de parejas. A veces suspendíase el baile, y los jóvenes se internaban por las enarenadas calles del jardín y paseaban conversando; y me cuenta algún indiscreto, que no sabía qué admirar más, si las rosas, las margaritas y las violetas que en los pequeños prados brotaban o aquellas otras flores movibles, animadas, que iban de un lado a otro, del brazo de los galantes jóvenes que el Sr. Paz reunió esa tarde en su casa. Entre la concurrencia figuraban políticos, periodistas y hombres de letras muy señalados, como José María Vigil, José Peón Contreras, Manuel José Othón, Antonio de la Peña y Reyes y Ángel de Campo (Micrós).

Entre la cantidad de noticias sobre Arturo Paz, destacan su asistencia a las exequias de Ignacio L. Vallarta y una crónica en la que Amado Nervo lo sitúa como padrino en la boda de su hermana María Rosa, el 16 de abril de 1896. También de ese lapso datan diversos relatos que lo ubican, al igual que su padre, como miembro de la logia masónica.

A principios de 1898 se hizo eco en diferentes diarios de su traducción de Los criminales en el arte y la literatura, obra de Enrico Ferri, de la cual publicó algunas entregas en El Foro. Diario de Derecho, Legislación y Jurisprudencia. Cuando, en el mes de febrero, Émile Zola fue citado por los tribunales franceses por su intervención en el famoso caso del capitán Alfred Dreyfus, Arturo le envió una carta en solidaridad a nombre de la Prensa Asociada, misma que el escritor galo agradeció con una postal que fue reproducida en los diarios.

Su matrimonio con la tapatía Eva González Shannon, de 18 años, fue seguido muy de cerca por la prensa rosa. Las notas refieren que el 18 de febrero de 1901 se celebró la ceremonia religiosa en la ciudad de Guadalajara y que el padrino fue el gobernador del Estado de México. La cobertura mediática se extendió al día siguiente, fecha en que se llevó a cabo la boda civil en la finca paterna de Mixcoac, teniendo como testigos, además de Limantour, a los afamados Bernardo Reyes, Jacinto Pallares y Federico Gamboa. De su unión nacieron tres hijos: Eva Aurora Elena, Margarita y Arturo.

Los años siguientes le trajeron un conflicto que involucraba a El Hijo del Ahuizote, al que acusó de publicar injurias en su contra (una caricatura en forma de reptil dibujada por Remigio Mateos). El asunto provocó que el director Daniel Cabrera —tío de Luis Cabrera— y varios de los redactores de ese periódico pasaran algunos días detenidos, generando una división de opiniones gremial acerca de la libertad de prensa. Regeneración, el periódico de los hermanos Flores Magón, publicó un artículo sobre este asunto el 15 de abril de 1901 donde toma postura a favor de los denunciados. Después de este incidente Arturo fue alejándose gradualmente de su labor editorial para dedicarse al litigio, al tiempo que empezó a habitar con su familia en el número 5 de la calle de Bucareli y ubicó su despacho cerca de su domicilio. Otra de sus actividades fue la de conferencista. El Popular de 23 de octubre de 1903, dio cuenta de su participación, junto con el licenciado Joaquín Clausell —el futuro pintor impresionista—, en los actos en conmemoración de la fundación del Centro Militar México.

Así, parecía que después de tanto ajetreo la calma llegaba a la vida de Arturo Paz. El 3 de diciembre de 1907, La Patria publicaba una curiosa nota:

Día de campo. El Domingo varias familias de la Capital, fueron a pasar el día al Desierto de los Leones. No obstante el frío que hacía y la niebla sumamente espesa que impedía ver a una persona a dos pasos de distancia, los excursionistas lograron llegar hasta el Convento que se encuentra en el centro del hermoso bosque y desde allí contemplaron el panorama que consistía en un campo blanco de nieve. Las personas que concurrieron fueron el Sr. Lic. Ireneo Paz y familia, Lic. Arturo Paz y familia, Ing. Gabriel Cruces y Señora —Laura Paz—, Nemesio García Naranjo, Ricardo Couto y Octavio Paz.

El 23 de febrero de 1911 volvió a aparecer en las primeras planas. El Tiempo dio el anuncio de la detención de Ireneo Paz, quien fue acusado por el procurador general de la nación de incitar a la rebelión, ya que en La Patria se publicó un artículo titulado “¿Indiferencia, cobardía… o qué?”, firmado por Federico Gris, en el que se convocaba a la oposición a manifestarse contra el grupo de los Científicos. En su volumen Leyenda histórica Porfirio Díaz, Ireneo describió su captura:

Entregué el original del escrito denunciado, que es en verdad un ridículo mamarracho. Los mismos policías al leerlo se soltaron riendo, extrañándoles que la autoridad tuviera que intervenir en tales pequeñeces. […] Aunque a esa hora ya estaban cerrados los talleres, alguno observó lo que pasaba y avisó a sus compañeros, el caso fue que cuando pasé por el patio estaban reunidos casi todos los que desde hace tantos años han venido acompañándome en el trabajo tipográfico. Todos me abrazaron y lloraron y cada uno quiso ser admitido en mi lugar.

Aunque El Tiempo no ahondó en los fundamentos de la acusación, informó también que el viejo periodista envió una carta al presidente Díaz haciéndole saber su aprehensión, misma que acompañó del texto motivo de la controversia. En su defensa escribió: “Como usted ve, señor Presidente, en este artículo adjunto no hay nada que pueda considerarse sedicioso, pues, por el contrario, en él La Patria, ya que no el autor del artículo, se manifiesta, como siempre, afecto a usted y a su gobierno”. Los emisarios encargados de llevar la misiva a su destino fueron Arturo y su hermano menor Octavio. A pesar de su insistencia no lograron hacer que el mensaje llegara directamente a manos de Díaz, por lo que siguió en prisión y el periódico fue clausurado. Días más tarde, el juez encargado del asunto acordó su libertad caucional a cambio de un depósito de 300 pesos. El diario reanudó sus actividades a partir del primero de mayo, con la salvedad de que el nuevo director era Arturo Paz, aunque al poco tiempo, al sentirse desplazado, renunció y explicó sus motivos:

[13 de mayo de 1911] Cuando me fue propuesta la dirección de La Patria creí que iba a ser el verdadero director y que no habría artículo ni gacetilla que se publicara sin mi consentimiento. Ha resultado desgraciadamente que, muchas veces, después de tirada la edición, he sabido por personas extrañas lo que ha salido y con pena me he enterado que han sido publicados pequeños párrafos insidiosos, otros con ataques personales y esto me ha producido profundo disgusto. […] Por otra parte, mis ocupaciones profesionales me impiden ocuparme de la dirección […] con la atención que en este momento merece un periódico político. Le dedicaría todas mis energías si se siguiera en todo la marcha que yo le imprimiera, pero como las ideas de uds. son tan distintas de las mías, […] les suplico se sirvan aceptar mi renuncia de director honorífico.

Este hecho provocó un rompimiento entre los involucrados. Arturo informó a Limantour que ya no trabajaba en la empresa familiar y se dijo molesto ya que “mi señor padre no admitió que se publicara la carta [de renuncia], y se limitó a que se borrara mi nombre como director”.

Cuando, en noviembre de ese año, las cámaras votaron para validar la elección de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, Arturo Paz, que ostentaba el cargo de diputado, fue una las 19 personas que sufragaron en contra de su designación. A mediados de 1912, obtuvo una nueva diputación por San Luis Potosí y todavía se dejaba ver en eventos de gala organizados por la aristocracia. A lo largo de ese año buscó entrevistarse con Madero y proponerle diferentes proyectos editoriales, toda vez que su familia atravesaba una crisis económica. A pesar de su insistencia, sus solicitudes de audiencia no fueron atendidas y se le notificó que por disposición presidencial era dado de baja “como defensor de oficio del Supremo Tribunal Militar”. Al poco tiempo desistió de su propósito y, meses más tarde, se adhirió a los simpatizantes de Victoriano Huerta.

Su última mención en la prensa fue en el ejemplar final de La Patria de 25 de agosto de 1914, que daba cuenta de la liquidación de los libros de la casa, entre los que se encontraban los suyos. Murió inesperadamente el 16 de noviembre de 1915 en la finca de Mixcoac, a los 48 años, a causa de una granulia aguda pulmonar, cuando el hijo de su hermano Octavio y su esposa Josefa Lozano apenas tenía año y medio de nacido.

Ya como escritor consagrado, Octavio Paz recordaría que en la biblioteca de su abuelo se sorprendió al encontrar un ejemplar de los Poemas Rústicos de Othón dedicados a su tío. El acervo finalmente fue dividido en dos partes, una que él conservó y otra que correspondió a la familia de su tío Arturo, con quienes ya no mantuvo cercanía.

NOTA: Una primera versión de este texto se publicó en Letras Libres