Por Oscar E. Gastélum:
«¿Quién soy? […] aquella fuerza fatal que queriendo hacer el mal, logra solo hacer el bien…»
Mefistófeles (Fausto)
Goethe
Mientras redacto esta columna, Joaquín “el Chapo” Guzmán cumple tres días como prófugo de la justicia, tras su espectacular e inverosímil fuga del penal de “alta” seguridad del Altiplano. La explicación oficial, como suele suceder en estos casos en este país, ha resultado tan estrambótica y rocambolesca que ya tiene un lugar de honor en la antología de “verdades históricas” y “cuentos chinos mexicanos”, que incluye clásicos inmortales del género como: “El asesino solitario”, “El cardenal confundido”, “La Paca y la osamenta del Encanto”, “Los Secretarios de Gobernación que cayeron accidentalmente del cielo”, “El error de diciembre”, “Cómo transformar un basurero en un incinerador industrial” o “La primera fuga del Chapo”…
He aquí la alucinante e hilarante versión oficial: Mientras el Señor Presidente de la República de la Simulación volaba rumbo a París acompañado por una modesta comitiva de casi 500 personas, que incluía a todos los responsables de la seguridad nacional, el criminal más poderoso del planeta tomaba una ducha sabatina nocturna, como si estuviera en un spa, y aprovechaba los convenientes “puntos ciegos” de su celda para escapar, montado en una motocicleta, a través de un túnel de kilómetro y medio de longitud, cavado con maquinaria pesada que logró perforar desapercibidamente los anchos bloques de concreto de la prisión y desembocar con precisión milimétrica en la celda del capo.
El Señor Presidente no podía volver a México hasta que su señora esposa fuera de shopping a los Champs Élysées y gastara unos cuantos cientos de miles de pesos en el ajuar que lucirá en una futura portada de la revista Hola, así que en su representación envió al Secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, quien voló desde París para integrarse al grotesco carnaval de confusión e ineptitud ofrecido por sus subalternos, con una bochornosa conferencia de prensa en la que, con un rostro que no podía ocultar su desconcierto, incredulidad y el jet lag, hizo frente a las pésimas preguntas de los reporteros con una combinación de balbuceos incoherentes y la repetición ad nauseam de conceptos propagandísticos huecos: prisión certificada, protocolos internacionales, túnel de alta tecnología, brazalete de seguridad, todo el peso de la ley, etc.
Se suponía, o al menos eso es lo que juraba el PRI, que este gobierno se caracterizaría por su eficacia, pues el ladronzuelo bobalicón e ignorante que lo encabezaría sería solo una fachada a la que Televisa transformaría en material presidencial vendiéndoselo como galán de telenovelas a las masas ignorantes. Pero detrás del príncipe imbécil estarían tecnócratas brillantes que transformarían la economía, y operadores políticos de peso completo que restablecerían el orden. Nada más lejos de la verdad. En tan sólo tres años, el “Nuevo” PRI ha demostrado que no es más que una fuente inagotable de corrupción e impunidad y que es incapaz de gobernar competentemente un país semimoderno.
Respecto a la “fuga” del Chapo, la única pregunta que vale la pena hacerse y tratar de responder es esta: ¿Por qué demonios no se le extraditó a EEUU, y su proceso y encierro se mantuvieron en una opacidad impenetrable? Ya sé que el cansado exprocurador Murillo Karam barnizó de chovinismo barato la razón para mantenerlo en México, el PRI siempre ha escondido sus peores crímenes detrás del discurso de la “soberanía”.
Pero, con toda seguridad, la verdadera razón para no refundirlo en una prisión de verdad del otro lado de la frontera, es que el Chapo sabe demasiado sobre la red de complicidad y corrupción que sostiene al narcoestado mexicano. ¿Cuántos políticos de primer nivel y “respetadísimos” empresarios hubieran acabado embarrados y en la mira del FBI y la DEA si Guzmán Loera hubiera cantado? El Chapo tiene la llave de las pestilentes cloacas donde se pudren los secretos más comprometedores y peligrosos para nuestra clase política y nuestros oligarcas. No sería raro que esa misma llave le haya abierto de par en par las puertas de la prisión del Altiplano.
En las últimas horas he leído que varios de nuestros intelectuales orgánicos creen, o fingen creer, que la fuga del Chapo le ha hecho un daño inmenso a México. Siento mucho disentir, pero el que ha resultado irreparablemente dañado es este gobierno fanfarrón y corrupto que vive de las apariencias, y no el país en su conjunto. La espeluznante violencia que vivimos desde hace dos sexenios no se incrementará ni disminuirá, y el flujo de drogas seguirá atado a la ley de la oferta y la demanda. Sí, todos tendremos una razón más para carcajearnos de la ineptitud de los mafiosos que nos gobiernan, pero la vida diaria del mexicano promedio no se verá alterada significativamente por este hecho.
Pero en el largo plazo, algo muy positivo podría emanar de este grotesco sainete, pues la increíble fuga del Chapo ha dejado en ridículo a los promotores y defensores de la destructiva, hipócrita, irracional e insostenible “guerra contra las drogas”, y podría ser uno de los últimos clavos en el ataúd de este injustificable desvarío colectivo. Por eso desde el primer momento en que escuché la noticia no pude evitar esbozar una sonrisa sardónica y alegrarme por lo sucedido. Pues no se trata de idealizar puerilmente las hazañas de un criminal brillante pero inescrupuloso y sanguinario, sino de festejar que le ha dado un golpe mortal a la prohibición inútil y onerosa que lo engendró y encumbró.
El ansiado e impostergable final de la guerra contra las drogas es una de las mejores cosas que podrían pasarle a este pobre país martirizado y quizás estemos siendo testigos de un punto de quiebre histórico.
No quiero pecar de ingenuidad o exceso de optimismo, pero quizá en un futuro no muy lejano, México, como el Chapo, también pueda ver la luz al final del túnel…