Summer is coming

Por Oscar E. Gastélum:

“Ya viene el verano la estación violenta

mi juventud ha muerto como la primavera.”

 Guillaume Apollinaire

El domingo pasado terminó una temporada más de Game of Thrones y, como suele suceder desde hace cinco años, el final nos dejó hundidos en un profundo duelo que tendremos que superar en los próximos, larguísimos, diez meses. Y es que para nosotros, los auténticos fanáticos de la saga, el invierno comienza en el verano.

Por si esto fuera poco, y en un gesto que ya se ha convertido en una tradición anual, otra camada de almas susceptibles e impresionables decidió desertar definitivamente de la serie tras un espeluznante sacrificio humano y la muerte de uno de los personajes principales. Ante tanta desolación y polémica, la pregunta que muchos, seguidores o no de la serie, suelen hacerse con sincera incredulidad es: ¿por qué someterse anualmente a semejante calvario?

Como no pretendo conocer los muy personales motivos de millones de telespectadores y lectores irredentos, en esta columna solo aspiro a enunciar algunas de las razones por las que, yo, personalmente, amo el universo alternativo de Westeros, a pesar de la cruel zafiedad de la inmensa mayoría de sus habitantes y la, para muchos, sádica frialdad de sus creadores.

Para empezar habría que aclarar lo obvio: no todo es muerte, maldad y devastación en el mundo creado por George R.R. Martin. Y, como en la vida misma, los escasos y efímeros, pero preciosos, destellos de luz, belleza, amor, sabiduría y bondad, que logran colarse entre las tinieblas, bastan para darle sentido a ese universo ficticio y hacen que valga la pena persistir como lector o espectador.

Y es que una de las grandes virtudes de Game of Thrones, aunque parezca paradójico decirlo de una obra en la que abundan los dragones y los zombis, es el honesto realismo con el que aborda la esencia trágica de la condición humana. El choque constante y desasosegante entre derechos, reivindicaciones y valores simétricos, es lo que dota a la trama de complejidad y carga la historia con el peso ético, estético e intelectual de la tragedia, alejándola de géneros menos valiosos como el melodrama.

Otro de los elementos indispensables para entender la devoción, supuestamente masoquista, de los seguidores de Game of Thrones, es la inmensa pericia narrativa con la que Martin y sus cómplices televisivos crean personajes memorables y desbordantes de vida. Y es que lo que distingue a un gran narrador es su capacidad para despertar la más profunda empatía por sus criaturas en lectores o espectadores suficientemente inteligentes y sensibles.

No debemos olvidar que nuestra capacidad empática se desarrolló hace decenas de miles de años, en una época en la que el contacto con nuestros semejantes se reducía a unos cuantos individuos, y está inevitablemente limitada a nuestros seres más cercanos: nuestra pareja, la familia y quizá un pequeño grupo de amigos.

Es por ello que propósitos tan bienintencionados como amar a la humanidad entera o al prójimo como a uno mismo, son, valga la redundancia, humanamente imposibles. Y quizá sea mejor así, pues ni la justicia ni la ética dependen del amor indiscriminado o la empatía universal para existir y refinarse, y amar a todos los individuos de nuestra especie equivaldría a no amar a ninguno, pues el amor es selectivo por naturaleza y transforma a unos cuantos elegidos en seres imprescindibles.

Por todo esto es que el poder demiúrgico de un gran narrador resulta tan sorprendente y misterioso. Pues logra engendrar personajes ficticios capaces de colarse en el círculo más íntimo de nuestros afectos y despertar esa empatía visceral que no podemos sentir por miles de millones de seres humanos desconocidos pero tan reales como nosotros.

Quizá esa sea la razón más importante por la que tantos nos negamos a renunciar a Game of Thrones a pesar de los frecuentes malos ratos que nos hace pasar. Pues conforme hemos avanzado a través de la historia de los Siete Reinos, varios hombres y mujeres, que no existen más allá de la pantalla y la página impresa, se nos han vuelto cercanos y entrañables. Lloramos sus muertes, celebramos sus triunfos y no podemos dejar de acompañarlos en su camino pues sus destinos nos importan demasiado.

El amor es la cúspide emocional de la experiencia humana, pero quien se atreve a amar se expone a sufrir. Por eso los cobardes prefieren las relaciones superficiales e inofensivas. Quienes renuncian a Game of Thrones cada vez que un personaje relevante muere, no merecen el inmenso esfuerzo y talento invertidos en la creación de ese salvaje y bellísimo universo paralelo, y deberían dedicarse a ver telenovelas.

Más razones para no abandonar Game of Thrones, la próxima semana.