Por Óscar E. Gastélum:

“This is the primary point of the project: What we just described is not knowledge production; it’s sophistry. That is, it’s a forgery of knowledge that should not be mistaken for the real thing. The biggest difference between us and the scholarship we are studying by emulation is that we know we made things up.”

— Pluckrose, Lindsay, Boghossian

La historia es muy conocida: En 1996 el físico Alan Sokal envió un artículo plagado de disparates y una prosa intencionalmente impenetrable a Social Text, una revista especializada en “estudios culturales”, y predeciblemente los editores decidieron publicarlo. El objetivo de Sokal al enviar aquella sopa de letras ininteligible era exhibir la vacuidad de las humanidades postmodernas, su dogmatismo, desconexión con la realidad y nulo rigor científico. Pero a pesar de que el “affaire Sokal”, como el incidente terminó siendo conocido, fue un golpe muy certero en contra de la reputación del postmodernismo, el influjo de esa superstición intelectual ha crecido preocupantemente en los más de veinte años transcurridos desde entonces. Su tóxica influencia es perfectamente reconocible en el pensamiento y las acciones de esa secta de ultraizquierda que insiste en dividir al mundo en burbujas identitarias irreconciliables, y que se ha transformado en una poderosa inquisición, puritana e histérica, capaz de organizar cacerías de brujas cotidianas y linchamientos virtuales en las redes sociales a la menor provocación. Pero también se manifiesta en la frágil intolerancia de una nueva generación que es incapaz de escuchar ideas que refuten o contradigan sus dogmas.

No creo que sea exagerado afirmar que la democracia liberal está enfrentando su peor crisis existencial desde los años treinta del siglo XX, sitiada por un lado por el fascismo chovinista y nostálgico de un pasado que jamás volverá, y por el otro por la creciente influencia de esos dogmas postmodernos incubados durante décadas en los departamentos de Humanidades de algunas universidades norteamericanas y que cada día contaminan más ámbitos de la vida cotidiana alrededor del mundo. Es por eso que el affaire Sokal de nuestro tiempo no pudo haber llegado en mejor momento, pues ya urgía volver a exponer la indigencia intelectual detrás de esta superstición antiliberal, anticientífica y profundamente autoritaria. Cuando hablo del “affaire Sokal de nuestro tiempo” me refiero al proyecto emprendido hace poco más de un año por mi admirada Helen Pluckrose, James A. Lindsay y Peter Boghossian (y que usted puede consultar en su totalidad aquí). Y es que este trío de audaces intelectuales públicos decidió infiltrarse en el extraño mundo de la academia postmoderna produciendo artículos delirantemente absurdos y tratando de publicarlos  en revistas especializadas que supuestamente cuentan con rigurosos procesos de selección.

Lo primero que hay que decir es que Pluckrose, Lindsay y Boghossian no son troles en busca de risas fáciles, sino intelectuales serios que abordaron su proyecto desde una perspectiva etnográfica y que conocen a fondo las falacias que estaban tratando de exponer. En un principio sus artículos fueron rechazados uno tras otro, pero eso no los desanimó sino que les permitió conocer más a fondo la extraña subcultura objeto de su estudio y refinar su estrategia hasta encontrar la receta ideal para producir basura académica digna de publicación. Y he aquí la invaluable lección que aprendieron: no importa qué tan inverosímil o francamente delirante sea la premisa de un artículo académico postmoderno, ni que esté plagado de datos y estadísticas falsas, pues lo importante es que sirva para confirmar los dogmas ideológicos en boga, y si además se adereza con citas de las vacas sagradas intelectuales veneradas en ese submundo, lo más probable es que sea publicado por revistas supuestamente serias y con ínfulas científicas. Fue así que, en un plazo de tan sólo diez meses, Pluckrose, Lindsay y Boghossian lograron publicar SIETE artículos en prestigiosas revistas académicas a pesar de sus disparatadas e inhumanas tesis (otros siete textos estaban en espera de una respuesta cuando el proyecto tuvo que ser abandonado, y seis más fueron rechazados). Para entender la magnitud de su logro, baste decir que un académico capaz de publicar la misma cantidad de artículos en un lapso de cuatro años regularmente se hace merecedor de “tenure”, es decir, de un puesto académico fijo. Pero, ¿qué tan absurdos son los artículos que nuestros héroes lograron publicar? Juzgue usted mismo.

El primero de los textos publicados argumentaba que los parques para perros son lugares que condonan la “cultura de la violación” y que promueven la discriminación sistemática de perros oprimidos. Y no sólo eso, sino que la reacción humana ante dicha dinámica revela nuestra actitud ante esos abusos en nuestra propia sociedad. Y remataba sugiriendo que los hombres pueden y deben ser entrenados como perros para contener los impulsos violentos a los que son tan proclives. Cualquier persona mentalmente sana detectaría de inmediato que esto es una parodia burda, pero los editores de “Gender, Place and Culture” no sólo aceptaron publicar el texto sino que lo premiaron con un reconocimiento por su excelencia académica. Otro de los artículos “argumentaba” que si los seres humanos admiran la tonificación muscular en lugar de la acumulación de grasa en un cuerpo, es debido a un puñado de opresivas normas sociales, y que por ello debería promoverse un fisicoculturismo para gordos que premie la belleza de la gente obesa y de los cuerpos legítimamente esculpidos a base de grasa. Confieso que no puedo contener la risa cada vez que leo los detalles de este artículo, pero los editores de Fat Studies pensaron que era tremendamente lúcido y también decidieron publicarlo.

El título de otro de los artículos es por sí mismo una obra maestra del absurdo, así que trataré de traducirlo haciéndole justicia al original: “Entrando por la puerta trasera: Retando la homohisteria y transfobia masculina heterosexual a través del uso receptivo y penetrante de juguetes sexuales”. Como su larguísimo y desternillante título sugiere, la tesis de este texto sostiene que los hombres heterosexuales serían menos “homohistéricos” (confieso que es la primera vez que me topo con ese adjetivo) y transfóbicos si usaran un dildo mientras se masturban. Otro artículo proponía que los maestros deberían obligar a sus alumnos blancos a tomar clases en silencio, sentados en el piso y encadenados para que entendieran su privilegio y pagaran por los crímenes de sus antepasados. Uno más afirmaba que la Inteligencia Artificial es masculinista pues está siendo programada racionalmente y proponía una Inteligencia Artificial feminista e irracional. Otro más proclamaba que la astronomía es esencialmente sexista y eurocéntrica y por ello debe dejarse influir por la “astronomía” feminista, “queer” e indígena (como los horóscopos). Y uno más alegaba que si un hombre se masturba en privado fantaseando con una mujer, está cometiendo un acto de violencia “metasexual” al cosificarla para obtener un orgasmo. Sí, damas y caballeros, estamos entrando al terreno de los crímenes de pensamiento.

Es imposible no carcajearse ante semejante sarta de disparates, transformados en conocimiento científico espurio por un trío de bromistas brillantes y aceptado acrítica y efusivamente por un grupúsculo de intelectuales fanáticos, puritanos e intolerantes. Pero esta bufonada es muchísimo más trágica que cómica, pues las delirantes y enfermizas ideas que estos ideólogos tratan de imponerle al mundo están contribuyendo a la destrucción de nuestra civilización, envenenando la convivencia cotidiana y socavando valores e instituciones que son básicos para la supervivencia del mundo moderno, empezando por la Universidad, la preeminencia de la razón sobre las emociones, el rigor científico, la honestidad intelectual y la libertad de expresión. Y por si todo esto fuera poco, la arrogancia intolerante y mojigata de los inquisidores y censores posmo está fortaleciendo al fascismo internacional, pues es un hecho innegable que el éxito político de personajes tan repelentes como Trump y Bolsonaro sería imposible sin sus abusos y ridículos excesos.

Pareciera que todo este siniestro circo está muy lejos de nosotros, pero no podemos olvidar que el demagogo autoritario que pronto ejercerá un poder casi absoluto sobre México está rodeado de gente que cree en duendes, de propagandistas mendaces que promueven cínicamente el antiintelectualismo y de ingenieros-contratistas que juran que los aviones no pueden chocar porque se repelen. Además, es sumamente preocupante que haya nombrado al frente del CONACYT a una jipi que jura que el maíz tiene alma, y que cree que los logros de la ciencia occidental son inútiles, que los transgénicos provocan autismo y un interminable etcétera de bochornosas supersticiones. Por si todo esto fuera poco, algunos intelectuales lopezobradoristas se han vuelto súbitamente proclives a utilizar las redes sociales como tribunales populares en los que se acusa de racismo, misoginia y clasismo a todo aquel que ose contradecirlos a ellos o a su líder. Y cada vez hablan más de “privilegio blanco”, “microagresiones”, “racismo inverso” y otros conceptos importados y calcados extralógicamente de las mismas fuentes envenenadas que Pluckrose, Lindsay y Boghossian expusieron y ridiculizaron sin piedad.

Así pues, resistir frente a la transformación de cuarta también consistirá en no dejarnos intimidar por los inquisidores locales de esa secta internacional. Pues por más vociferantes y agresivos que sean, no debemos olvidar que sus ideas no tienen ningún sustento científico y son terriblemente nocivas para el tejido social y la salud mental de los jóvenes. Y que quede muy claro, esta no es una crítica desde el conservadurismo reaccionario sino desde la izquierda liberal y democrática. Pues afortunadamente hay vías muchísimo más ilustradas, honestas y eficaces para luchar en contra de la discriminación, el odio y la injusticia…