Por @Bvlxp:

El discurso político en México es un perro que corre frenético en círculos buscando morderse la cola. No parecería haber forma de escapar a nuestro dilema. No existen voces frescas y las voces viejas, las que sólo pueden ofrecer experiencia, parecen no haberse enterado del hartazgo y la sed de cambio.

El autoasumido candidato anti-sistema es un hombre próximo a la setentena que ha sacado raja del sistema toda su vida y que lo ha moldeado a sus caprichos: por ejemplo, el anacrónico y disfuncional sistema electoral que tenemos hoy se lo debemos a sus pataletas. El candidato que ha prometido quemarlo todo y ofrece un «cambio de régimen», llena su plataforma de gobierno con propuestas de los regímenes que se ha hecho famoso combatiendo. El candidato que cree que el desmantelamiento institucional es una virtud, resulta en el papel dispuesto a profundizar las acciones y programas implementados por la «mafia del poder».

Aunque uno esté en desacuerdo en prácticamente todo con él, tanto en forma como en fondo, no deja de ser descorazonador que el político que la gente percibe como el más honesto, con todo cinismo abuse de su posición, mienta y subestime a los votantes. Un hombre que usa discursos encendidos e indignados de cambio y que en el papel ofrece más de lo mismo. ¿A quién debemos creerle más: al López Obrador de la plaza o al López Obrador de la plataforma de gobierno? ¿Vale más la palabra escrita o la hablada? Un hombre que pone en esa disyuntiva a sus votantes es un hombre que tiene intenciones inconfesables que es preciso ocultar hasta que sea demasiado tarde.

O quizá es que a nuestros políticos ya se les acabaron las soluciones; que si la plataforma de MORENA podría ser la misma que enarbolaría el PAN o el PRI en los temas torales del Estado, es que debemos resignarnos a que todo va bien y las mismas soluciones sólo necesitan diferentes caras.

En México estamos discutiendo problemas viejos hace décadas porque nuestra incapacidad de llegar a acuerdos lleva tanto tiempo que está firmemente instalada en nuestro sistema; quizá por eso no hallamos manera de escapar a nuestro laberinto de corrupción, inseguridad, pobreza y desigualdad.

De cara a la elección decisiva para moldear al México del siglo XXI, nadie está hablando del futuro; nadie habla de la ciencia, de la inteligencia artificial, de las tecnologías de la información. Para nuestros políticos, estos temas se resuelven teniendo una cuenta de Twitter, hablando con admiración de los millennials, regalando iPads y laptops. No se han dado cuenta que el futuro es hoy y ya nos alcanzó; que estamos discutiendo problemas de hace cincuenta años y proponiendo soluciones igual de viejas; que las nuevas causas de pobreza y desigualdad como la automatización y la sustitución acelerada de mano de obra ya están aquí; que otra vez nos quedamos dormidos y vamos tarde; que no podemos permitir que el siglo XXI mexicano comience dentro de cincuenta años.