Por Frank Lozano:

El PAN está muy lejos de morir, como afirman los simpatizantes de Javier Corral. Pero también, el PAN está lejos de volver a ser una opción viable para los ciudadanos.

El imponente triunfo de Anaya sobre el senador Javier Corral dibuja al PAN actual. Se trata de un partido donde ya no hay cabida para la reflexión. Se trata de un partido donde el 80 por ciento de los militantes han avalado el rumbo que ha tomado el partido en los últimos años: un rumbo perdedor, con un liderazgo pusilánime, que redujo su votación en el 2015 y que suscribió el hoy desdibujado Pacto por México. El PAN es cómplice de tener una autoridad electoral como la que hoy hay. El PAN es cómplice de la reforma energética fallida. El PAN no defendió, ni ha defendido, la reforma educativa.

En la cámara alta y baja, el PAN ha sido una oposición dócil. No ha sido capaz de ir a fondo en los temas que ponen en entredicho a la administración de Peña Nieto; se trate de los escándalos de corrupción o de la evidente crisis de derechos humanos por la que atraviesa el país, ha predominado el silencio.

Anaya tiene un perfil promisorio, pero es un perfil que contrasta con la realidad del partido que va a dirigir. Su discurso se cae a pedazos después del resultado con el que llega; ese 80 por ciento huele a corporativismo, a clientelismo y a prácticas que, precisamente, Anaya dice combatir.

Anaya hereda un partido que camina por inercia. Compite en elecciones y celebra sus rituales internos, pero no tiene nada qué ver con el partido que luchó por tener un país democrático, un partido que tenía autoridad para convocar a ciudadanos libres, un partido que no era confesional, que provenía de una tradición liberal, la de Gómez Morín.

Para que Anaya cumpla con su misión deberá comenzar por darle las gracias a quienes lo impulsaron. El hedor de la derecha lo envuelve, está rodeado de oportunistas, está salpicado de roedores que transpiran a moches.

El PAN no está tan lejano de tener un escenario como actualmente lo tiene el PRD. Se percibe un ambiente cismático en las filas azules. El calderonismo, dolido y acorralado, podría optar por crear una nueva vía de acción política. La otrora sólida derecha es probable que se resquebraje.

Adicionalmente, el cambio de dirigencia en el PRI le mete presión extra a Ricardo Anaya. Para librar la batalla del 2018, el joven se enfrentará al más colmilludo de los dinosaurios, Manlio Fabio Beltrones. A la par de enfrentar a Beltrones, tendrá un frente abierto con los independientes.

El PAN no es un partido de voto duro, su voto es volátil y, sin duda, es el voto que buscarán los candidatos independientes: zonas urbanas, clases medias, universitarios.

Anaya tiene por delante la difícil tarea de transformar al PAN. Sin duda, le llevará años. Debe oxigenar la estructura partidista, renovar cuadros y liderazgos, actualizar el discurso, formar una nueva clase política más responsable y mejor preparada.

El PAN debe volver a ser un partido cercano a la gente y, al mismo tiempo, un partido moderno, serio, con soluciones prácticas, más ocupado en los problemas estratégicos del país y menos ocupado en la moral privada de la gente.

Se antoja una empresa difícil, más no imposible.