Revisitando al Mesías Tropical

Por Bvlxp:

Se están cumpliendo doce años de la publicación de “El mesías tropical”, el texto clásico de Enrique Krauze sobre Andrés Manuel López Obrador. El ensayo apareció justo antes de la elección presidencial del 2006 en la que el pueblo de México decidió ajustada y sabiamente en favor de Felipe Calderón. El texto de Krauze aún levanta ámpula entre el pejismo; ese retrato fiel del eterno candidato es algo que nunca le perdonará la izquierda rancia a Krauze. Doce años después, nuestro país se encuentra en la misma encrucijada que en aquel entonces y el personaje sigue siendo idéntico a sí mismo. Por más que ha intentado disfrazarse de mil cosas, al final AMLO siempre terminará siendo él detrás de la máscara. Por el momento electoral, es pertinente hacer un balance del personaje doce años después y mirarnos como electores ante ese espejo.

El ensayo krauziano resalta la personalidad de López Obrador: arisca, simplona, siempre viendo hacia atrás. AMLO es la personificación de que todo tiempo pasado fue mejor. Es un personaje que viene del pasado y que quiere regresar a él a toda costa. Releer el ensayo con ojos nuevos nos da pistas frescas sobre el país que AMLO le ofrece a los mexicanos, guiado por una profunda animadversión hacia “los de arriba”, “los ricos”, “los camajanes”, “los machucones”, “los finolis”, “los exquisitos”, “los picudos”, que hoy han quedado rebautizados como “la minoría rapaz” y “la mafia del poder”. López Obrador es un político que concibe a la sociedad que aspira a gobernar desde una mente dicotómica que siempre tiende a dividir entre buenos y malos, entre quienes lo acompañan y entre quienes lo cuestionan, entre los “fifís” y el pueblo bueno.

Krauze habla del delirio de persecución de AMLO. En su sexenio no hubo errores, sino persecución política. Dice Krauze: “la teoría de la conspiración se volvió política de Estado: toda crítica era parte de un complot para desbancarlo”. No es que Bejarano e Imaz hayan sido sus personeros para recaudar dinero ilícito de un empresario benefactor de la causa; o que Gustavo Ponce, mientras era su Secretario de Finanzas, apostara dinero público en Las Vegas; o que la sociedad estuviera agraviada y saliera a protestar por los altos índices de criminalidad durante su gestión como Jefe de Gobierno. Ninguna penitencia, todo era un complot para perjudicarlo. Doce años después, AMLO sigue en las mismas: no hay la más mínima disposición a aceptar la crítica; todo cuestionamiento necesariamente es espurio y persigue fines ulteriores en detrimento del proyecto del pueblo que él encarna. Esto a pesar de que de 2006 a la fecha ha redoblado sus esfuerzos en hacerse acompañar de los personajes más dudosos del escenario político nacional —Elba Esther, Napoleón, Nestora Salgado, Manuel Espino, Víctor Hugo Romo y un largo etcétera— y que matarifes suyos, como Eva Cadena, han sido captados en movidas ilegales muy parecidas a las de Bejarano en el 2004. Si eso no ha cambiado en doce años, tampoco lo ha hecho la reacción de AMLO ante los escándalos de corrupción que lo rodean: todos son obra de la mafia del poder.

Hoy, sus personeros en las redes sociales presumen su “exitosa gestión” como Jefe de Gobierno como un signo de que a México le conviene un gobierno obradorista. Convenientemente omiten recordar, como sí lo hace Krauze, el desaseado y oscuro manejo de las finanzas públicas (hoy propone como Secretario de Hacienda al mismo personaje que tuvo al inicio de su gestión como Jefe de Gobierno); su aversión hacia la transparencia (disolvió el Consejo nombrado por la Asamblea Legislativa e hizo instaurar uno a modo); su gestión vio el más alto índice de criminalidad desde que existe la medición en la Ciudad de México; extorsionó a las Delegaciones de la ciudad para financiar ilegalmente la obra más representativa de su gestión: el segundo piso del Periférico; privilegió una política social de dádivas que no empoderaba a la sociedad vulnerable sino que la hacía dependiente de su capricho, de su generosidad y, sobre todo, de su permanencia. Estas son las credenciales de AMLO, cuya gestión apuntaló propiciando una constante confrontación con el Gobierno Federal por cosas tan anodinas como el Horario de Verano. El análisis de entonces sigue vigente ahora porque en doce años no ha vuelto a desempeñar un solo cargo público y por lo tanto no tiene mayor currículum que ofrecer más allá de una muy mediocre y cuestionada gestión que se retrata en el ensayo de Krauze, y cuyo empuje fue consecuencia, como lo es hoy, del conflicto y la confrontación y no de la efectividad.

Sin embargo, el signo distintivo más preocupante de AMLO es sin duda su franco asco por la democracia liberal y su preferencia por la “democracia popular”. Krauze resalta que al entender de López Obrador hay normas tradicionales que están por encima de la ley: desde los usos y costumbres, pasando por las creencias de la gente, hasta la consulta popular de la democracia plebiscitaria. Doce años después, estas creencias antiliberales de Obrador han cristalizado en dos propuestas que amenazan a nuestro régimen democrático y la subsistencia de nuestra Constitución Política: el referéndum revocatorio y la llamada Constitución Moral. También, la idea de que los derechos de las minorías pueden someterse a consulta, aunque ya hayan sido sancionadas favorablemente por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, o bien, la derogación de disposiciones constitucionales por obra y gracia de la consulta popular. “La Corte no puede estar por encima de la soberanía del pueblo”, ha dicho AMLO. Una barbaridad que amenaza al entramado institucional de México y un pensamiento vigente en el ideario obradorista del 2018.

Igual que hoy, cuando se publicó «El mesías tropical», una victoria de AMLO en las urnas se veía probable. Igual ayer que hoy, la campaña de López Obrador empezaba a hacer agua y a cometer errores autoinducidos que minaron la confianza en el proyecto obradorista. Hoy también AMLO ha resultado ser el peor enemigo de sí mismo, mostrando su peor cara en los peores momentos. Aunado a lo anterior, en el 2018 acompañan a Andrés Manuel una serie de personajes muy vocales en las redes sociales que en nada le han ayudado para generar confianza y que por momentos muestran la cara de Morena que se busca ocultar: esa que suscribe el régimen chavista de Venezuela y las peores prácticas democráticas y económicas de los países miembros del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) y que prefiguran una gestión puritana, dogmática, autoritaria, proclive al odio y a la polarización de la que hablaba Krauze en el 2006.

En 2006 como en 2018, AMLO ofrece no la gestión de un Jefe de Estado sino “la de un salvador y un gobierno redentorista”. En López Obrador empieza y termina la esperanza. En el México de AMLO no hay ciudadanos, hay acólitos o hay herejes. La visión iliberal de AMLO sostiene que el país no avanza con reformas o acuerdos políticos sino con movilizaciones sociales, sin reparar en la exclusión democrática que esto representa. AMLO busca ser ungido más que electo y como tal es susceptible a tentaciones que garanticen su permanencia como el mesías y el maná de México. Dios no tiene límites temporales ni materiales. La salvación requiere tiempo. La trasmutación de un hombre en un pueblo, como se asumía Chávez, no es cosa que puedan regular las leyes ni estar limitado por el tiempo.