Por @Bvlxp:

Carlos Monsiváis repetía que a todo se acostumbra uno menos a no comer. Lo decía como una suerte de resignación mezclada con esperanza de que eventualmente todo estaría bien o al menos no tan mal, con la convicción de que no hay nada que no se pueda superar o ya de perdis sobrellevar en nuestro México tan sufrido. Monsiváis escribía desde la planta baja de lo que una vez pensamos que sería el priato más recalcitrante que conoceríamos. Luego vino la realidad, como siempre, a sorprendernos.

Repito la máxima, que ignoro si es realmente de Monsiváis (pero para el caso no importa), para ignorarla completamente en estos días indecentes. La realidad tiene siempre una tendencia a imponerse y nosotros a moldearnos a su voluntad. Después de la victoria de Donald Trump, nuestra misión colectiva es permanecer siempre incómodos ante la presencia anormal del tirano y su camarilla operando en la democracia más avanzada del planeta. Toca resistir con valentía y coraje el avance de la embestida fascista.

En los días siguientes a la victoria de Trump, he escuchado muchos testimonios de amigos y familiares que viven en Estados Unidos y han empezado a aceptar la realidad de vivir bajo el trumpismo con una suerte de miedo y vergüenza, con una resignación ante el nuevo orden de las cosas. Esto no puede ser así, no podemos resignarnos a la derrota de la decencia, a ablandarnos, a dejarla pasar, a confiar en la suerte, a confiar en que el bien siempre triunfa. Las peores atrocidades de la humanidad, la expansión del horror del prójimo, sucedieron cuando nos resignamos a que las cosas eran de cierto modo. Quizá las cosas siempre terminan por estar bien pero a veces demasiado tarde.

Una vez más, los vencidos están del lado correcto de la historia, del lado que alumbra los valores fundamentales de la democracia liberal y del mundo occidental, que da cobijo a las premisas básicas de la dignidad humana. Ninguno de ellos debe olvidar esto, esta convicción debe guiar la lucha de los días y años valientes que se avecinan. Por su parte, los líderes mundiales deben cobijarse por la misma convicción y dejarlo claro, como hizo la Canciller Merkel: trataremos con el nuevo presidente de los Estados Unidos bajo el piso mínimo de la decencia. Ni un centímetro por debajo.

Para México resistir es, además de defender con convicción los principios y derechos ciudadanos que rigen a la civilización occidental, también pasar la ofensiva, no agacharse, no dar un paso atrás. Resistir con fiereza y con inteligencia. Quizá ninguna nación tiene tanto en juego bajo el trumpismo como México. El bienestar de los mexicanos viviendo en ambos lados de la frontera está en juego. Toca al presidente de la República liderar con convicción este esfuerzo, cobijarnos bajo un mando certero y decidido; sin necesidad de aspavientos, sin nunca más dar la impresión de que se cobija a quien nos tiene contra la pared.

Por último, el presidente debe hacer algo que de ninguna manera hará: cambiar la primera línea de contacto del gobierno de México con el de Estados Unidos, sobre todo en los frentes que representan una mayor amenaza para el bienestar mexicano. Traer a la cancillería a gente que conoce a Estados Unidos de a de veras y que en momentos decisivos de las relaciones de ambos países nos sacaron a adelante. Traer a gente como Jorge Castañeda, así como a Jaimes Serra y Zabludovsky a la Secretaría de Economía. Dudo que los doctores estuvieran interesados o les conviniera volver a desempeñar un papel así dentro del gobierno, pero deberían considerarlo un servicio a la patria en estos momentos. No será con la improvisada arrogancia imperante como salgamos adelante de ésta.