Radicales libres

Por: Alberto Sánchez.

Casi cualquier radicalización resulta en una pendejada. Los cristianos se radicalizan y empiezan a quemar cruces y negros. Los alemanes se radicalizan y empiezan a quemar judíos. Los mexicanos se radicalizan y empiezan a aventar petardos.

Radical parece ser un término que está mejor en la música, en el arte o en un chavorruco que lo usa como adjetivo: «Vamos al Rhodesia. SE PONE RADICAL».

Y es que las posturas radicales han existido siempre con terribles resultados. Desde que crucificaron a Jesús hasta el terrible caso del periodista James Foley en el que terroristas del Estado Islámico lo secuestraron y decapitaron, no sin antes grabarlo todo en un video que subieron a YouTube.

Pero, nosotros pensaremos, «qué terrible que ocurran esas cosas; qué bueno que vivimos a miles de kilómetros de ahí». Pero eso no es verdad. Sería ingenuo cegarnos a la cruda y explícita violencia que vive el país todos los días. Aunque no aparezca en los periódicos, aunque ya no haya fotos en los diarios de circulación nacional, aunque se nos haya olvidado porque ya no la vemos. No necesitamos ir a los rincones más peligrosos de México o a Kurdistán con una playera de Estados Unidos para vivir esa violencia. La radicalización está en tu Internet, en tus conversaciones, en lo que lees. En este gran y bello mundo que es la supercarretera de la información. Para bien o para mal, todos podemos decir los que pensamos, les guste a los demás o no, o sea estúpido o no (para muestra, esta columna).

La que fue ideada como una plataforma donde las mentes más brillantes del mundo pudieran intercambiar información y discutir sin fronteras instantáneamente para beneficio del desarrollo humano, terminó siendo un caldo de cultivo para que las personas que comentan las notas de Milenio se mienten la madre en mayúsculas por los parquímetros.

En mayor o menor medida, nuestras herramientas sociales también han sufrido de este afán de todas las personas por dar su opinión y no sólo eso, inculcártela religiosamente cada día, evangelizarte en lo que ellos creen que es lo correcto: ser vegetariano/vegano/ovolácteo/ sólo comer cosas que no hagan sombra, ser antiaborto, estar a favor de las corridas de toros, el ecolesbofeminismo, etc. El problema inicia cuando formulas una crítica sincera (o no) a alguno de los argumentos de los llamados “activistas de sillón” y en vez de recibir un antítesis que lo revire, te vuelves inmediatamente un enemigo de la causa, un intolerante, SATÁN.

El argumento de ser tolerante y la frase de Voltaire de “No podré estar de acuerdo con lo que digas pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo” entra en un loop infinito cuando lo asumimos como tener que soportar a la opinión de todos todo el tiempo sin ningún tipo de crítica.

Todo esto me lleva a algo muy polémico y gracioso que pasó en Twitter, mi red social favorita por excelencia donde una periodista, usando el hashtag #MachismoPúblico, se quejaba amargamente de que un muchacho le había ofrecido un café mientras leía. Evidentemente, los tuiteros en este afán característico (y malsano) de dejar en evidencia lo ridículo, no paramos de hacer parodias de esta actitud radicalizada del feminismo.

A lo que muchos otros, pertenecientes a la Patrulla Moral del Internet respondieron tachando de machistas, misóginos y heterofascistas (lol) a los implicados. El problema es que el mismo modelo social que nos hemos creado en el Internet difiere muchísimo de la realidad social que muchos pretenden corregir y adaptar. Es sencillo identificar al ciudadano perfecto a través de un escaneo de conductas bien vistas.

Ser ecologista, orgánico, pet friendly, anticapitalista, social demócrata moderado, independiente, con un estilo muy común que les exige paradójicamente ser fuera de lo común. A lo que cualquier persona o actitud que pretenda ser irónica o distinta a alguno de los lineamientos de lo políticamente correcto merece ser linchado. El humor negro no cabe, el sarcasmo y lo mordaz sólo son “burdos” y “sin chiste” ya que no comparten la misma ideología.

En algo tan libre como el internet, nos hemos encargado de la creación de esta nueva policía de lo políticamente correcto que sólo ha servido para radicalizar movimientos totalmente válidos e importantes como el feminismo para transformarlos en caricaturas de sí mismos que se preocupan más porque un chico les invite un café a que el novio de su amiga le pegue en secreto o que, hasta la fecha, la brecha salarial entre ambos sexos siga siendo significativa. No, lo que importa son los tuits y los chicos que invitan café.

Tanto miedo le teníamos al Gran Hermano de George Orwell que al final la policía del pensamiento terminamos siendo nosotros.

Sowy not sowy. Carpe Diem.

Dudas, comentarios, petrobonos: Twitter: @Durden