Prietos en aPRIetos

Por Bvlxp:

Ninguna agenda progre está completa sin el ingrediente del racismo. Importado como es del norte (Canadá, Estados Unidos), a nuestro catálogo de all things progre (feminismo, veganismo, et al), no puede faltarle la lucha contra el racismo, sin reparar en diferencias sociales ni históricas. Educados principalmente en Estados Unidos o influidos por el activismo anglosajón (que es el que más directamente nos llega, gracias a los buenos oficios del instrumento más odiado por los progres y que ha propiciado una asimilación cultural en la región: el Tratado de Libre Comercio de América del Norte), el progre mexicano no puede quedarse atrás y ha tratado de convencernos de que México es un país racista.

México es un país mestizo cuya diversidad genómica está compuesta principalmente por linajes indígenas y europeos, con una pequeña porción afrodescendiente cuyo número se explica porque la importación de esclavos de África a nuestro país fue marginal, sirviendo principalmente como ruta de tráfico hacía los Estados Unidos (el Instituto Nacional de Medicina Genómica encontró que, por ejemplo, el 58% del genoma de los sonorenses tiene un componente mayoritariamente europeo, y que el 22% del de la población de Guerrero proviene de genes africanos; mientras que los genes de la población mexicana se componen de una mezcla de 35 grupos étnicos). Contrario a Estados Unidos, México nunca se ha pensado a sí mismo como un país que está compuesto por diferentes razas. Todos tenemos la conciencia de que nuestra composición genómica es diversa y obedece a diversos factores por lo general indescifrables del pasado. Nuestra falta de la división social por razas es tal que, en sus censos, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) no divide a la población por “razas”, llegando a lo más a una autoadscripción a grupos indígenas. En 2015, el INEGI pidió por primera vez que los entrevistados en la Encuesta Intercensal de ese año respondieran a una pregunta sobre el color de su piel para el Módulo de Movilidad Social Intergeneracional de dicha Encuesta. Los datos son reveladores: el 87% de los entrevistados manifestó tener algún tono de piel morena, y solamente el 2% dijo ser blanco.

El fin de semana pasado, en medio del fragor de la contienda electoral, el Presidente Nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Ochoa Reza, echó mano de un juego de palabras para denunciar a los militantes de ese partido que han migrado al así llamado Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), a cuyos militantes no es poco común que se les dé el gentilicio de “morenos” en la jerga de nuestra política. Dijo: “A los prietos de Morena les vamos a demostrar que son prietos pero ya no aprietan”. Quizá es un mal chiste el de Ochoa Reza dicho al calor del mitin y de la plaza pública, jugando con las palabras moreno y prieto, y que, al ya no ser del PRI, ya no aPRIetan, o sea, ya no sirven. Es fantástico que en la ola de indignación progre que levantó Ochoa Reza, las feministas hayan pasado por alto este detalle de la arenga, dicho sea de paso. Se les fue una, qué barbaridad. También lo es que se les haya escapado que Ochoa Reza de ninguna manera puede ser considerado blanco y que como “prieto” puede decirle prieto a otros prietos y salir indemne. Lo que sí: prieto es una palabra horrible; prefiero pasar las uñas contra un pizarrón que decirla en voz alta.

La reacción que las palabras de Enrique Ochoa generaron en Twitter eran de esperarse: el Presidente del PRI es un racista y todo México también (menos ellos, se entiende). El argumento vino de los tuiteros orgánicos adheridos al candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador. Las maromas no se hicieron esperar: Ochoa es un racista por decir que los militantes de Morena son prietos; pero, en cambio, López Obrador no lo es cuando señala que los de PRI y PAN (Partido Acción Nacional) son unos “pálidos a los que no les da el sol”. Ochoa es racista y López sólo se basa en una observación sobre sectores privilegiados de la población y, por lo tanto, los señalamientos del tres veces candidato a la Presidencia en realidad son profundamente virtuosos. Cuatro y media vueltas al frente con 3.7 grados de dificultad.

¿Cómo podemos ser racistas en un país en el que el 87% de la población se considera morena y sólo el 2% blanca? Contrario a lo que sucede en los Estados Unidos, donde la población negra o afrodescendiente representa alrededor del 15% de la población, podríamos decir que en México las “minorías” son mayorías. Por eso el argumento progre del racismo mexicano es tan sospechoso. No importa cuántos libros (pocos, en realidad) sobre racismo mexicano escriban, el alegato no termina de cuajar. Todos los argumentos sobre el racismo mexicano entonces migran hacia el argumento de la desigualdad… cuando les conviene. Si México no es un país racista en términos clásicos, entonces será un país “pigmentócrata”, es decir, en el cual el éxito profesional y económico está asociado al color de la piel. Ya sabemos que el argumento de la desigualdad y los privilegios es la tabla de salvación de los progres cuando se encuentran en aprietos y no pueden sustentar ni ser consistentes en sus dogmas.

Sospecho que los progres mexicanos incurren en un fervoroso onanismo cuando creen encontrar la mínima validación a sus vaciladas. Es lamentable sin embargo que, como siempre sucede con ellos, quieran ponerle pisos al edificio de su agenda moral y “progresista” robándole ladrillos que supuestamente lo sostienen. Es decir, no puedes denunciar el tono discriminatorio de Ochoa mientras condonas el de López Obrador, el candidato de tus idolatrías. Este es otro ejemplo de la hipocresía y doble moral progre, que intenta convencernos que hablar de los blancos en términos en que lo hace Obrador (muy parecidos a los de Ochoa hacia los prietos, por lo demás) es aceptable porque señala privilegios y los privilegios son malos. Convenientemente olvidan que sobre la denuncia de los privilegios se desencadenó en la Alemania de mediados del siglo pasado la más feroz y despiadada persecución contra una etnia en la historia y que, en todo caso, los señalamientos de Obrador, al menos en México, sí van dirigidos contra una minoría.