¿Por qué se decidió NO debatir con un venezolano en el Senado?

Por: Fernando Cota

Ayer el Senado de la República tuvo el honor de recibir a Lorent Saleh, un joven defensor de los derechos humanos de Venezuela. Lorent fue uno de los presos políticos del régimen socialista bolivariano que oprime a Venezuela. Como preso sufrió violaciones al debido proceso, fue torturado y hoy se encuentra desterrado de su país.

Terminando la rueda de prensa, en el Senado fue increpado por un asesor de la senadora Bertha Caraveo: Abraham Mendieta. Un español llegado a México sin más credenciales que la formación recibida en Podemos, un partido de inspiración y financiación chavista. Este asesor acusó a Lorent de promover un golpe de Estado. Lorent escuchó atentamente lo que Mendieta tenía que decir y después de ello le respondió: “Lo que estamos pidiendo es que…”. Y en ese momento Mendieta interrumpió, no dejó a Lorent explicarse y lo acusó de nuevo de promover un golpe de Estado. Ahora Mendieta agitaba hacia Lorent su dedo índice. Nuevamente Lorent intentó debatir hablando del hambre en Venezuela ¿Y a ello qué respondió Mendieta? Lo mismo: están promoviendo un golpe de Estado. Pueden ver el intercambio en el video que el asesor orgullosamente subió: https://twitter.com/abrahamendieta/status/1093638285711175680

Esta forma de conducirse no es original. Uno puede verla en cualquier debate de televisiones españolas donde participan los miembros de Podemos. En los debates no escuchan ni respetan, interrumpen constantemente para acallar al contrincante. Tampoco se molestan en responder a los argumentos, les basta con repetir el soundbite de turno como herramienta para silenciar.

Verdaderamente hubiera sido interesante atestiguar un debate entre Lorent, quien sufrió en carne propia al régimen socialista bolivariano, y los defensores de este modelo.

Si estos defensores decidieran debatir tendrían que irse más allá del slogan y explicar por qué se defendió abiertamente entonces (y veladamente hoy) a un régimen que, desde su instauración en 1999, expulsó de su país a casi cuatro millones de venezolanos por hambre y persecución política, una cantidad de refugiados sin precedentes. Tendrían que defender el hambre, la enfermedad y la violencia provocadas por el socialismo. Tendrían que defender a un régimen que inhumanamente niega a su población la ayuda humanitaria que otros le quieren brindar. Tendrían que defender la persecución política, los presos políticos y las torturas. Tendrían que defender el fracaso económico del socialismo que ya ha provocado una caída del 50 por ciento en el PIB de Venezuela, pocas veces en la historia de la humanidad se puede atestiguar algo así. Tendrían que defender, de paso, la alianza de Venezuela con las más crueles dictaduras del mundo como Cuba e Irán. Y tendrían que defender la ilegítima elección de 2018 donde se violó la misma Constitución bolivariana, donde se impidió a los líderes opositores presentarse y se cometió un vulgar fraude electoral. Y ahí se caería incluso el argumento del golpe de Estado, pues hoy el golpista es Maduro, quien se encuentra usurpando el poder, y la Asamblea Nacional es el órgano democrático que trabaja por la restauración del orden constitucional en Venezuela.

Al final del día poco importan las posiciones de un asesor parlamentario. Lo que nos debe preocupar a los demócratas y a los defensores de los derechos humanos es que el huevo de la serpiente está instalado en el oficialismo. Uno quisiera creer que las llamadas al diálogo de nuestro canciller Marcelo Ebrard surgen de un verdadero deseo de terminar con el criminal régimen de Maduro de manera pacífica y dialogada. Pero es difícil hacerlo cuando senadores de Morena son asesorados por defensores del bolivarianismo, más difícil cuando vemos que diputados oficialistas como Fernández Noroña viajan con los gastos pagados por el régimen socialista bolivariano a la toma de protesta de Maduro. Y aún más difícil cuando la misma presidenta de Morena acudió hace apenas unos meses al Foro de Sao Paulo a aplaudir un discurso de Nicolás Maduro.

No se puede chiflar y comer pinole al mismo tiempo.