Por @Bvlxp:
El Presidente Peña Nieto, como su antecesor y el antecesor de su antecesor, la ha emprendido contra el populismo, esa tara de la democracia que seguirá amenazando a México por lo menos mientras Andrés Manuel López Obrador viva y, por lo tanto, aspire a la Presidencia de la República. La amenaza del populismo no es trivial. Ya sea de izquierda o de derecha, el populismo es una forma de ejercer el poder desde una visión patrimonialista y unipersonal: todo lo que hace el líder es con un propósito ulterior difícil de descifrar para el ojo común y por eso no debe cuestionársele ni ponérsele ataduras.
Los gobernantes populistas son trogloditas que reciben un mandato democrático, enmarcado en leyes e instituciones, pero que gobiernan como si el voto popular les hubiera girado un endoso en blanco que puede ser llenado con sus más locos antojos. Populismo por igual es que Donald Trump ponga disposición de su hija una oficina en la Casa Blanca y la incluya en altas reuniones de Estado, como que Hugo Chávez haya hecho modificar la Constitución venezolana para reelegirse hasta que la gracia dejara de iluminarlo. El populismo es el mayor cáncer de la democracia liberal y todo demócrata convencido tiene la obligación de denunciarlo.
Sin embargo, al populismo no debe combatírsele con frases que terminan cayendo huecas si no se respaldan con acciones ejemplares que pongan de relieve los beneficios de un gobierno que se rige por leyes e instituciones. Como recientemente apuntó Jesús Silva-Herzog Márquez: al populismo no se le combate con arengas igual de vacuas que las que denuncia. Al populismo hay que oponer las instituciones y las leyes producto de la democracia liberal. Aunque tenga razón, poco ganará el Presidente advirtiendo una y otra vez sobre el abismo populista si no gobierna con la convicción de la democracia liberal: con base en las leyes e instituciones y sabiendo que todo poder es pasajero y prestado.
El Presidente no puede por un lado denunciar al populismo y al mismo tiempo proponer a Paloma Merodio Gómez a la vicepresidencia del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). No puede uno hablar de cómo el populismo socava las instituciones y remitir al Senado (y sostener) la candidatura de alguien que no reúne los requisitos señalados por la ley. No se puede hablar de Estado de Derecho y pedirle (o permitirle) a una candidata que tergiverse su currículum vitae y les mienta a las instituciones de la República. No se puede hablar de la visión patrimonialista del poder que sostiene al populismo y empujar la candidatura de una persona con el único fin de colocar a los cercanos en posiciones de poder como si las instituciones le pertenecieran.
La propuesta de que Paloma Merodio ocupe una vicepresidencia del INEGI es escandalosa desde todos los puntos de vista. Paloma Merodio llegaría a una posición clave para el Estado Mexicano en franca oposición de sus pares y sin credibilidad, cualidad vital para sostener a las instituciones democráticas. Sería nefasto para la salud de la República que el Senado ratificara a una persona en contra de los requisitos exigidos en ley, en contravención de un instrumento emanado del propio cuerpo que lo desestimaría. El Senado no puede permitirse actuar con la ligereza y el desprecio por la legalidad que han exhibido senadores como Roberto Gil Zuarth. Sostener la propuesta de Merodio es una afrenta contra la credibilidad de las instituciones, la seriedad de la democracia y el respeto por la ley, pero sobre todo es demostrar que, contrario a lo que se dice en el discurso, el populismo ya está entre nosotros.