Por Alejandro Rosas, @arr1910.
“Y los muertos aquí lo pasamos muy bien, entre flores de colores…”
Mecano
A “Lady Rotonda” ya la chupó el diablo. Hasta este momento, aún no sé quién es Claudia Cervantes y aunque le habría quedado mejor “lady panteón” –pero el término ya tenía dueña-, lo cierto es que decidió “bailar con la más fea” en sus propios dominios, juguetear entre los sepulcros y tomarse fotos. Suficiente para que ardieran las redes sociales. ¿Se habrán molestado los espíritus liberales de Guillermo Prieto, Melchor Ocampo o Santos Degollado? ¿se habrán ofendido la Fábregas, la Peralta o la Castellanos?
¿Se habrán movido los esqueléticos dedos del “flaco de oro” ansiosos de posarse sobre las teclas de un piano para unirse a la fiesta? Quizás los fantasmas de Donato Guerra, Jesús González Ortega, Juan A. Mateos o Manuel Azpiroz estén agradecidos con “Lady Rotonda”: son parte de los más de cien muertos ilustres que comparten la vida eterna en este peculiar altar a la patria y hoy la ciudadanía se ha percatado de que existen o existieron alguna vez.
Creado en 1872 a instancias del presidente Sebastián Lerdo de Tejada, la Rotonda de los Hombres Ilustres, así llamada por entonces, no recibió a ningún muerto célebre durante los cuatro años del gobierno de don Sebastián. Cuando Porfirio Díaz asumió el poder en 1876 comenzó la historia de este espacio enclavado en el Panteón de Dolores.
En la Rotonda de los Hombres Ilustres (hoy llamada Rotonda de las personas ilustres) se refleja claramente el imaginario patriótico creado por la historia oficial porfirista. Los liberales impusieron la moda; construyeron sendos mausoleos a personajes que, desde luego, lo merecían como Altamirano, Ocampo, Prieto, Ramírez, Arriaga, Degollado, pero también otorgaron la inmortalidad, como una recompensa, a hombres que apoyaron a Porfirio Díaz durante la guerra contra la intervención francesa, que lo ayudaron a llegar al poder o que favorecieron al régimen como Juan N. Méndez, el presidente que por algunas semanas le cuidó la silla presidencial a don Porfirio en 1876 o Carlos Pacheco, amigo del dictador, que perdió una pierna y un brazo en el asalto a Puebla del 2 de abril de 1867 contra los franceses. Los gobiernos del siglo XX continuaron con la decisión discrecional de quién sí y quién no merecía un sepulcro de honor en la Rotonda.
Indudablemente desde 1876 (año en que fue sepultado el primer personaje célebre, Pedro Letechipía -no se engañen, casi nadie sabe nada acerca de este personaje-) la Rotonda de los Hombres Ilustres fue un lugar exclusivamente “para hombres”. Su actual denominación “Rotonda de las Personas Ilustres” le fue otorgada por el presidente Vicente Fox en 2003, obedeciendo más al discurso de equidad de género (enarbolado por su gobierno) que a una verdadera intención de reconocer y redescubrir la participación de la mujer en la vasta historia nacional.
En la Rotonda de las Personas Ilustres prevalece la injusticia histórica: en sus sepulcros sólo descansan 8 mujeres. Tuvieron que transcurrir 61 años antes de que una mujer ocupara un lugar junto a los “grandes hombres” de la Patria. El 22 de abril de 1937 los restos de Ángela Peralta, el ruiseñor mexicano, fueron trasladados a la Rotonda. En 1950 Virginia Fábregas siguió el mismo derrotero y al cumplirse casi un siglo de existencia del célebre panteón, fue sepultada la notable escritora y diplomática Rosario Castellanos. Además de estas tres: María Lavalle Urbina, Dolores del Río, Emma Godoy, Amalia González Caballero y María Izquierdo completan la cuota femenina.
Y ahora una mujer “viva” -o mejor dicho “vivales”- lleva los reflectores hasta el panteón de Dolores. Seguramente “Lady Rotonda” desconoce toda esta historia ¿a quién le importa la historia de un panteón si es el sitio ideal para celebrar un año más de vida? Y aunque no la aguarda una fosa en el altar a la patria, en las redes sociales ya descansa dos metros bajo tierra.
Quizá no es tan grave hacer una fiesta en un panteón; el asunto puede reducirse tan sólo a falta de respeto y escasa educación, pero en este caso, al igual que en los de las otras “ladies”, el asunto no es de forma sino de fondo: “Lady Rotonda” representa la impunidad ciudadana; la destrucción de nuestro incipiente estado de derecho desde la sociedad. «Solicito permiso para una cosa, pero hago otra»; «No me importan las leyes, ni los reglamentos ni las disposiciones»; «corrompo porque puedo hacerlo», al fin no hay consecuencias.
Nuestros muertos célebres ni sufren ni se acongojan, finalmente ya son puros huesos y como establece el dicho: «Hay que temerle más a los vivos». Por lo pronto, en honor a nuestras personas ilustres, que se escuche hasta el más allá: «No es serio este cementerio».