Ni unión ni reconciliación

Por Bvlxp:

Andrés Manuel López Obrador ha ganado las elecciones. Será el Presidente de México de 2018 a 2024. Nuestra primera tarea cívica será asegurar que no lo sea ni un día más ni un día menos. Ganó de forma contundente encabezando un movimiento conservador y reaccionario. Ricardo Anaya y José Antonio Meade, sus rivales, reconocieron inmediatamente su derrota, un gesto que AMLO no tuvo en sus dos derrotas presidenciales pasadas, abonando así a la desinstitucionalización de México y a la prolongación de su candidatura. En las horas siguientes a la victoria del Movimiento de Regeneración Nacional, no pudimos extrañar las frases cursis sobre la “victoria de la democracia”, de su “mayoría de edad” y de la encomiable participación ciudadana. También los factores reales del poder se alinearon en torno al ganador y le dieron la bienvenida a su victoria con las frases hechas de toda la vida. Estas frases huecas son el signo de que se empieza a formar un consenso alrededor del ganador como típicamente sucede porque nadie quiere quedarse fuera de la foto. Este consenso puede resultar peligroso para la subsistencia de nuestra democracia no sólo por la contundencia del triunfo sino porque durante años AMLO se ha hecho acompañar de antidemócratas que buscan la destrucción de nuestro arreglo democrático y sus instituciones.

A pesar de que AMLO ganó con el mandato democrático más claro que cualquier Presidente haya recibido en la era de nuestra democracia, es innegable que México está más dividido que nunca. Mal haríamos en concederle una victoria total porque la realidad es otra. El país está partido justamente por la mitad. Nada hay tan peligroso para las democracias como un país polarizado. La polarización mexicana tiene muchas explicaciones, pero sin duda una de ellas es Andrés Manuel López Obrador. AMLO se ha beneficiado de un discurso maniqueo, de los buenos contra los malos, del México que vale la pena contra el de la vergüenza. No deja de ser irónico que hoy llame a la unión y la reconciliación cuando llegó a la silla presidencial sembrando lo contrario. Como Presidente habrá de hacerse cargo de esa cosecha. El candidato presidencial de Morena y todos sus otros candidatos han ofrecido un proyecto excluyente en el que sólo caben los incondicionales. Será su responsabilidad replantear esta oferta.

Los que estamos del lado perdedor no podemos permitir que la victoria de AMLO se entienda como un permiso para avasallar al México que no le dio su voto. Debemos insistir en que las soluciones que el país necesita no vendrán de la voluntad de un hombre todopoderoso sino de un consenso cristalizado en las leyes y las instituciones. El anhelado bienestar no puede ser—y no será—resultado de la gracia y de la dádiva de un mandamás sino de una construcción colectiva.

No es momento de unión ni de reconciliación como pidió AMLO. Es momento de reconocer los resultados como los demócratas que nunca han sido en Morena, pero no es momento ni de otorgar el beneficio de la duda, ni de dar un cheque en blanco. Habrá que esperar cómo se conduce el próximo Presidente de México, el tono que adopta, y cómo integra su equipo de gobierno. Entonces sabremos el rumbo que tomará su administración y podremos ponderar nuestra adhesión y enfocar nuestras críticas y nuestra vigilancia al quehacer de su gobierno.

No podemos ni debemos atender el llamado a unirnos con los impresentables. El problema no es AMLO, a quien conozco y respeto, sino sus compañeros de viaje. Atender los llamados a la comunión es normalizar a Elba Esther Gordillo, a Napoleón Gómez Urrutia, a Cuauhtémoc Blanco, a Nestora Salgado, a la agenda homofóbica e intolerante del Partido Encuentro Social, a Manuel Bartlett, a Ricardo Monreal, a René Bejarano, es decir, a una larga lista de personas que han puesto a México de cabeza y que hoy buscan seguirlo haciendo pero con la cara lavada. Por el bien de México, no podemos ni debemos darle respetabilidad a esa calaña con nuestro perdón.  Esto no implica ni invita a ser desleales con la democracia o a boicotear al nuevo gobierno, todo lo contrario. Es preciso ser leales a la democracia no dejándonos cooptar por el llamado de las sirenas.

Winston Churchill afirmó: “En la guerra, resolución; en la derrota, desafío; en la victoria, magnanimidad”. Siguiendo la máxima de Churchill, a los que apoyamos a un proyecto que no obtuvo el número suficiente de votos nos toca no achicarnos por la magnitud de la derrota. La derrota debe hacernos más fuertes y más desafiantes. Tampoco podemos unirnos ni reconciliarnos con quienes no han sabido ser magnánimos en la victoria. El primer reto de López Obrador será lograr que su discurso de concordia permee en sus seguidores para que su oferta sea creíble. En las condiciones actuales, la oferta de AMLO parece más una invitación a claudicar. Los perdedores no pueden sentarse a la mesa con quienes los invitan con la espada desenvainada. Más vale morir con dignidad en el campo de batalla y que los ganadores se hagan cargo de su victoria.

Somos un país dividido. No se puede ignorar esto ni gobernar como si no fuera cierto. Hoy más que nunca deben protegerse los derechos de las minorías y las reglas para todos ante las tentaciones de la arrogancia que da un triunfo contundente. Si queremos seguir caminando juntos como país, ganadores y perdedores habremos de encontrar la manera de conciliar un camino que incluya a todos. Ignorar esto puede llevar al rompimiento social en el que, invariablemente, sufren más los que menos tienen y los que más lejos del poder están. No conviene a nadie acomodarse en el enojo ni en el rencor como tampoco en el triunfalismo y en la arrogancia. Toca no callarse, toca construir, toca no cesar en que las ideas por las que votamos se hagan realidad. Toca ser más fuertes.

Ni unión ni reconciliación, oposición.