Ni perdón ni olvido

Por @Bvlxp:

Como todos sabemos, en días pasados Colombia votó mayoritariamente rechazando el plan de paz que el gobierno negoció con la guerrilla. Más allá de los dimes y diretes políticos que llevaron al pueblo colombiano a refutar el acuerdo de paz negociado con los fantoches de la selva, el resultado del plebiscito invita a reflexionar sobre el alcance y el significado del perdón y de cuál debe ser el precio de la paz.

Los promotores del SÍ, además de buenas razones, tenían a la mano un argumento reduccionista, simplificador y muy pegador con los blandengues y los simplones: la paz. Vamos, a todos nos gusta la paz, la paz por definición es buena. Por ende, si te opones a la paz quiere decir que tienes el corazón pequeño, que eres mezquino, obtuso, mostrenco, malvado, reaccionario, infeliz. La paz es buena y ser bueno está de moda. Este es el nuevo código moral de los que tienen la mente facilota y espiritualidad de Osho: ante la duda, escoge la bondad, escoge la paz. Pero resulta que la paz nunca es tan fácil. La paz en este caso no es un estado mental, un algo de lo que te convenciste en tu última ayahuasca, la paz aquí es un proceso social y político. La paz se trabaja y no se decreta. La paz, incluso, no se vota. Nadie puede votar por estar en paz: hoy voto que estamos en paz y a otra cosa.

La paz y el perdón tienen que ver mucho entre sí. ¿Se puede perdonar a alguien que realmente no quiere ser perdonado? ¿Se puede estar en paz con alguien que no muestra el mínimo arrepentimiento del dolor causado? ¿Se puede perdonar a alguien que chantajea y pretende cobrar su perdón? Creo que no habría Osho que baste para perdonar a un amigo o a un amante que nos pide perdón en esos términos. Algo así pretendían los trasnochados marxistas armados, quienes no querían un perdón de la sociedad a la que secuestraron, asesinaron, robaron, destruyeron, sino un salvoconducto que los sacara de su ratonera.

Los promotores del SÍ parecían fincar su argumento en evitar más muertes, más pérdidas y más dolor. ¿Es correcto o incluso posible perdonar en esos términos? El perdón que buscaba el acuerdo de paz estaba realmente basado en un chantaje y en un cálculo de riesgos: un ahí muere y cada quien con su golpe. Sin embargo, el acuerdo trasladaba los costos del perdón al verdadero afectado: el pueblo colombiano, forzado a escoger entre perpetuar un conflicto o dar carta blanca a sus asediadores. Eso no es perdonar ni estar en paz, es vivir preso por elección propia, normalizar a tus captores. No es posible una paz fundada en el chantaje y el miedo.

La paz que trae el perdón se trabaja y parte del arrepentimiento. El perdón es un proceso, no es un evento y lo mismo con la paz. El acuerdo entre gobierno y guerrilla representa el inicio del proceso y no su final, como lo pretendían las partes. El acuerdo de paz no puede ser más que la expresión de una voluntad de alcanzar la paz, de recorrer el largo camino del perdón.

Entre hoy y el futuro en paz al que aspiran los colombianos y que todo el mundo les desea, hay que recorrer una brecha de contrición, de búsqueda del perdón, de que quienes los rompieron paguen los platos rotos y no esperar que las víctimas paguen y perdonen, encima con un fusil apretándoles la espalda.