Por Alberto Sánchez.
Las segundas partes nunca fueron buenas, pero ¡hey!, esta columna nunca fue buena. Como quizá recordarán, ávidos lectores de JuristasUNAM, la semana pasada dejé pendiente mi reflexión sobre el caso de Sergio Edivaldo Gallardo Rodríguez, un adolescente que murió, presuntamente (y como lo alega su padre), por negligencia médica, cosa que llevó a que se les dictara auto de formal prisión a 16 médicos.
Pero en el texto de la semana anterior no iba hacia ese lado, iba hacía el otro lado: el lado del pasante.
El estudiante, o recién egresado, como ya es una tradición en México, tiene que luchar a muerte con sus demás compañeros por un puesto de trabajo, armado sólo con un cortauñas y un cerillo.
Salario miserable, mala alimentación y poco descanso podrían ser los 3 picos de la santísima trinidad del pasante. El pasante de abogado puede optar entre ser becario en algún organismo gubernamental o judicial sin pago (o con algún pago simbólico -a menos que tenga influencias, claro-); trabajar medio tiempo en el sector privado (también, con sueldos paupérrimos) o en una notaría: poco salario y más estrictos que la iglesia ortodoxa.
Yo salí de casa de mis padres a los 17 años cuando entré a la universidad, y salí porque era ridículo el tiempo de trayecto entre mi casa en el Estado de México a Ciudad Universitaria. Con mi caja (metafórica) de huevo llena de sueños llegué a la gran ciudad. Tenía dos empleos: el primero, pasante de la notaria 53 del DF y, además, haciendo los ensayos de maestría de variopintos personajes. Y a pesar de que en la notaria era un trabajo duro, perfeccionista y muy estricto, nunca dejé de aprender. Ni un solo día. Y si de algo no tengo queja alguna es de que, mientras ejercí, todos mis jefes respetaron mi horario y mis prioridades académicas.
Lo cuál también es un caso muy raro, ya que acostumbraba encontrar a compañeros que se quedaban a altas horas de la noche trabajando en despachos o juzgados, cuyo nivel de sobreexigencia era inhumano.
Sin embargo, a pesar de que la historia del abuso del pasante es muy amplia, en ninguna profesión llega a niveles tan graves como la sufre el estudiante de medicina. Jornadas de 36 horas, días seguidos de guardias, mala alimentación, explotación laboral, acoso de parte de los residentes de mayor jerarquía y hasta el abuso sexual de residentes mujeres en ciertos casos. Y todo esto es ejercido naturalmente con el pretexto de que la formación tiene que ser así de dura para formar médicos de calidad.
En una especie de síndrome de Estocolmo, los mismos residentes justifican las acciones de sus superiores porque piensan que, de alguna forma, les da reconocimiento, como si de cicatrices de batalla se tratara. Pero no hay honor en una cicatriz hecha de comer unas donitas bimbo y una coca cola en 24 horas.
Hospitales como La Raza ya son famosos por este tipo de “formación estricta” y acumulan quejas y quejas administrativas que llenan un buzón de quejas invisible.
Es decir: en México los buenos médicos se forman tradicionalmente (ojo: no en todos los casos) con base en el sadomasoquismo. Y no es que no tenga ni idea de lo que hablo (o sí) pero mis diferentes amigos y conocidos de la facultad coinciden en que este modelo arcaico y abusivo de enseñanza dentro de los hospitales para los residentes debe acabar.
No es ningún orgullo haber sufrido condiciones infrahumanas para llegar a ser un profesional respetable y mucho menos es sano que los residentes que antes eran abusados emulen esas mismas conductas abusivas en cuanto tienen la jerarquía para hacerlo.
Lo cuál me lleva a preguntarme, ¿nos estamos fijando en cómo tratamos a los próximos profesionistas que nos van a salvar la vida?, ¿es sano que residentes realicen labores de hospital cuando algunos están exhaustos?, ¿cuántos errores no han provenido de un residente o pasante muerto de cansancio?
Y es que en dos profesiones con dos grandes valores a proteger como lo son la libertad y la vida, todos quieren pelear sobre las copas de los árboles y nadie se da cuenta de que son las raíces las que están podridas.
Carpe diem. Sowy not sowy.