¿Me concede esta pieza de pan?

Por Adriana Med:

En un cuento de hadas divertidísimo de origen japonés que conozco por la pluma de Lafcadio Hearn, a un anciano que va a cortar leña a la montaña lo toma por sorpresa una tormenta. Asustado por la imposibilidad de volver sano y salvo a casa en esas condiciones, decide refugiarse en el hueco de un árbol muy viejo. Después de un rato escucha el sonido de unas voces que se acercan. Para su sorpresa no son seres humanos, sino demonios de un aspecto muy extraño, difícil de describir. Algunos tienen un solo ojo, otros no tienen boca. Unos son rojos y otros negros. Estos seres encienden una fogata y comienzan a emborracharse y bailar como si fueran personas. Parecen estarla pasando muy bien. Entonces el anciano siente unas enormes ganas de salir a bailar. Perdiendo el miedo se dice a sí mismo «Que sea lo que sea, si muero por ello, por lo menos habré bailado». Y sale de su escondite para mover el bote.

Ojalá todos fuéramos como ese anciano. En cierto modo, aquél que tiene miedo a bailar en público se siente amenazado por esos u otros demonios que por lo general viven en su interior. Creo que una vez que pierdes el miedo a bailar en público te vuelves invencible. Quizá te detengan otros miedos en otras circunstancias, pero ya nada te impedirá sentir la música y divertirte, que es lo que verdaderamente importa.

Me agrada que las personas se permitan ser tontas de vez en cuando. Que no necesiten demostrar todo el tiempo lo inteligentes y superiores que son. Que se permitan liberar su espíritu festivo. Que rían. Que coman. Que beban. Que bailen. Que se atrevan a hacer un poquito el ridículo haciendo un paso extraño o diciendo algo incoherente.

Dice una canción de Bob Dylan que detrás de todo lo que es hermoso hay cierta pena, cierta tristeza. Creo que es verdad. Pero creo que detrás de todo lo que es hermoso también hay una chispa que baila swing y celebra la vida. Un remolino interior que quiere brindar por lo que sea, por los no-cumpleaños, por las abejas. Esa alegría que te hace levantarte y cantar que hoy vas a pasártela bien mientras te arreglas. Confío en que incluso las personas que parecen un funeral por fuera tienen una fiesta reprimida adentro.

Algunos consideran que las fiestas son una vulgaridad y que la gente verdaderamente inteligente nunca sale porque que siempre está demasiado ocupada escribiendo, viendo cine de arte o leyendo a Shakespeare con libro en una mano y un cráneo en la otra. Yo creo que ir a una fiesta es una de las experiencias más humanas que existen. No tienes que medir tu vida en el número de fiestas a las que vas ni es obligatorio salir todos los fines de semana, pero está bien darse el gusto de vez en cuando de convivir y dejar que tus caderas hablen por ti. En el fondo aprender a bailar de todo y aprender a hablar muchos idiomas es lo mismo. Entre más aprendamos, mejor podremos expresarnos.

La pista de baile es ese lugar en el espacio en el que podemos ser completamente libres, felices y tontos. Por eso no hay que dejar pasar la oportunidad de sacarnos a bailar, ubicarnos en ella y dejarnos llevar por nuestros cuerpos, los cuales volarían si pudieran.

No siempre la vida es un carnaval. La rutina y los problemas aún no poseen la tecnología para construir un cohete e irse a Marte, así como tampoco han decidido ir a un bosque y perderse, pese a que muchas personas se lo han sugerido. Lo bueno es que hay una pista de baile que llevo conmigo a todas partes. Me reconfortará poder decir al final de mi vida que sí, que como el anciano del cuento, por lo menos bailé.