Por Alberto Sánchez:

Mariana (Nombre inventado para no lastimar a nadie) es una muchacha de no más de 1.70 de estatura. Especial como muy pocas. Aficionada de las Chivas del Guadalajara a muerte y, especialmente, dotada para casi cualquier deporte, en especial el básquetbol.

En la cancha es capaz de barrer con sólo tiros de tres a cualquier equipo que se sintiera superior físicamente, hombres o mujeres.

Mariana además es muy inteligente, hábil con las matemáticas, la física y las ciencias anatómicas; dedicada y responsable. De todo su grupo de amigos, es la que sabe siempre qué y cuándo hay que entregar las cosas, la primera que va a la biblioteca, la que siempre le avisa a sus papás en dónde está de fiesta. Además, es espectacularmente bonita, del tipo que provoca que todos volteen a mirarla.

Mariana es mi amiga.

Nos conocimos porque íbamos en el mismo grupo de la Escuela Nacional Preparatoria 9 “Pedro de Alba”, la que está en el norte y a donde llegan como exiliados los alumnos que no están contentos con el nivel que les ofrecen sus estados.

Hay de todo, muchos del estado de México (como yo), que viajan 5 horas diarias (2 horas y medias de ida y dos de regreso); muchos del propio DF que vienen del sur o de cualquier lado hasta el poco popular norte de la ciudad; y muchos de provincia, que dejan todo para venir a la que muchos consideran la mejor preparatoria del país.

Allí coincidimos en nuestra necedad de ser los ñoños de la clase. Todo nuestro grupo de amigos era muy curioso y original, con defectos y personalidades fuertes. Pero de todos ellos, Mariana era la única que nunca perdía la compostura; era obstinadamente amable con todos, no importando la situación, y era genuinamente buena. Todo el tiempo. Decirlo es cliché pero en esta época, encontrar a alguien en quien poder confiar plenamente en su calidad moral es extremadamente difícil.

Terminó su carrera en Biología, se casó con la estrella de futbol americano de la preparatoria y tuvo un hijo. Ya no la frecuentaba tanto, pero yo estaba muy contento por Mariana. Yo quería mucho a Mariana.

A Mariana la asesinaron una tarde de marzo, casi entrando la primavera. Cuatro balazos cobardes en la espalda acabaron con su vida. La principal teoría es que le intentaron quitar su cartera. Nadie sabe bien qué pasó.

De todo esto me acordé esta semana que leía el polémico artículo de Alejandro Sánchez Gónzalez en @emeequis. Se me hizo muy pendejo, no encuentro otra palabra. Y entiendo que en las redes sociales muchas personas se sientan indignados por la misoginia que refleja en el artículo, pero no pasa de ahí.

Lo que realmente me encabrona es que el caso tiene meses que pasó y hasta hoy se derrama tinta y tinta crucificando a la revista y al autor, ¿pero saben qué es más misógino que el autor? El cabrón que descuartizó a la morrilla.

Día tras día suceden casos como el de Sandra o el de Mariana, día tras día hay gente que se dedica a buscar justica y seguridad a todas ellas, en silencio, sin querer retuits o favs en un tuit o en un post. Personas que calladas tratan de proteger lo que realmente importa.

Tanta publicidad no es porque les haya importado Sandra, es porque la agenda del género les dio la oportunidad por despotricar contra un tipo que escribió un artículo estúpido.

Defender el discurso se ha vuelto más importante que defender a la persona o a las familias devastadas. Ellos no tienen artículos en revistas progre, ni discusiones virales que solo buscan clicks. Ellos están solos.

Aquí somos lo que hacemos, no lo que pretendemos con nuestro discurso.