Por Oscar E. Gastélum:
“Never let a good crisis go to waste”
Winston Churchill
El domingo pasado atestiguamos el estrepitoso fracaso de “Vibra México”, una marcha supuestamente organizada para exhibir la unidad de los mexicanos frente a Trump. Y aunque la convocatoria fue lanzada por algunos sectores respetables de la sociedad civil, resultó irremediablemente contaminada por la intervención de instituciones e individuos de muy dudosa reputación, empezando por Televisa y sus intelectuales. Sí, Trump representa una amenaza inédita y muy real en contra de millones de mexicanos en ambos lados de la frontera, por ello es una lástima que se haya desperdiciado una buena oportunidad para mandarle un mensaje contundente a él y a la sociedad norteamericana, que sigue estando mayoritariamente en su contra. Pero el hecho de que una manifestación tan publicitada y promovida en los medios masivos y emplazada en contra de un ser tan universalmente despreciado como Trump haya fracasado tan contundentemente, sirvió para exhibir la impotencia de la otrora todopoderosa Televisa y para demostrar que buena parte de la ciudadanía detesta a la clase política nacional y a nuestra oligarquía parasitaria con la misma intensidad con la que desprecia al propio payaso anaranjado.
Ese hecho me parece muy positivo y esperanzador, y la gente que convocó y marchó de buena fe debería encontrar consuelo en ello. Y es que en una sociedad como la nuestra sometida a una élite ilegítima e indigna de su prominencia (políticos desvergonzada y vorazmente corruptos y archimillonarios que forjaron sus fortunas a base de monopolios, tráfico de influencias y evasión fiscal), hasta el más bienintencionado despliegue de “unidad” termina siendo una simulación que el régimen tratará de explotar a su favor. Aceptémoslo, lo más probable es que si la marcha del domingo hubiera sido un éxito, el gobierno pusilánime y corrupto de Peña Nieto habría tratado de presentarla, con la ayuda de Televisa y el resto de la prensa rastrera, como una demostración de apoyo popular a favor del presidente. La gente reconoció ese riesgo y por eso se negó a marchar. El problema es que en una democracia simulada y fallida como la mexicana, el individuo, que tiende a ser más una especie de súbdito que un ciudadano, está tan habituado a la mentira y al desengaño que, en lugar de seguir luchando y protestando, acaba resguardando su impotencia bajo una coraza de desconfianza y cinismo que también puede terminar beneficiando al régimen que lo sojuzga.
Y es que el cinismo casi siempre termina transformado en pasividad, conformismo e indiferencia. “¡Las marchas no sirven para nada!”, escucho constantemente en boca de mexicanos asqueados y desmoralizados que expresan su amargura a través de ese mantra catártico pero absolutamente falso. Y es que la historia y las estadísticas demuestran contundentemente que los movimientos civiles no violentos tienen una altísima efectividad a la hora de enfrentar a regímenes antidemocráticos o corruptos. Durante los últimos meses, los ciudadanos de Corea del Sur han provocado una crisis política sin precedentes en su avanzado y exitoso país al tomar las calles para exigir la renuncia de la presidenta Park Geun-hye por un escándalo de corrupción que, comparado con los atracos de las ratas que han saqueado a este país durante décadas, parece un juego de niños. Y este mismo año, la pequeña Rumania nos ha dado una lección de ciudadanía y democracia al protestar durante dos semanas consecutivas en contra de una reforma regresiva que, gracias a dichas protestas finalmente fue revertida. Y, sin ir tan lejos, hace apenas unas semanas los ciudadanos de Baja California se movilizaron en contra de una ley que privatizaría el servicio de agua potable, y lograron abrogarla.
Eso es lo que sueño con ver a nivel nacional algún día: Un movimiento ciudadano masivo y auténtico, pero no contra Trump sino, primero y antes que nada, contra la pandilla de ladrones y traidores que secuestraron las instituciones del Estado hace décadas y nos roban y humillan cotidianamente. Esos que tanto se han beneficiado con la apatía y el cinismo generalizado. Pero la historia y las estadísticas dicen que para que un movimiento ciudadano triunfe debe ser espontáneo y plantear demandas realistas, bien definidas y capaces de convocar a la mayor cantidad de gente posible. Porque una participación amplia garantiza diversidad: generacional, ideológica, socioeconómica, religiosa, etc. Y tanto la diversidad, como el carácter declaradamente pacífico de una protesta, son condiciones indispensables para su éxito. Y es que la pluralidad enriquece la visión estratégica del movimiento, y el tono pacífico genera simpatías amplias y eleva considerablemente el costo de una represión para el gobierno. Y sí, también es importante la “unidad”, pero de objetivos y de métodos, y esta no debe confundirse con la unanimidad obtusa que han estado promoviendo el gobierno y sus voceros malvibrosos en las últimas semanas.
Sí, Donald Trump es un peligro inédito para nuestro país, pero para hacerle frente, antes debemos aprovechar esta crisis exógena limpiando la casa y derrocando a la camarilla de ladrones que nos ha hundido en el atraso y la miseria, forjando fortunas obscenas a costa del bienestar nacional. Pues sin importar cuánto nos esforcemos por fingir unidad en aras del bien común, un México dividido entre una minoría microscópica, opulenta y despótica, y una sociedad civil depauperada, amordazada y atrofiada por la corrupción y el cinismo, siempre será un país débil y muy vulnerable frente a un enemigo externo tan peligroso como el payaso fascista que profanó la Casa Blanca.