Por Oscar E. Gastélum:

«When someone shows you who they are, believe them the first time.»

Maya Angelou

No puedo comenzar este texto sin antes felicitar efusivamente a Luis Videgaray, Claudia Ruíz Massieu Salinas y Enrique Peña Nieto, por el triunfo de Donald Trump, el candidato al que tanto apoyaron y que, a pesar de haber obtenido DOS MILLONES de votos menos que Hillary Clinton, finalmente fue declarado presidente electo de los EEUU. Sí, ya sé, que para millones de inmigrantes mexicanos que cruzaron la frontera de manera ilegal esto significa el comienzo de una tortuosa pesadilla que nadie sabe a ciencia cierta cómo terminará. Y que hasta quienes residen legalmente en EEUU, e incluso son ciudadanos, pero cargan con el pesado estigma de su origen mexicano, tendrán que acostumbrarse a habitar un país en el que un demagogo sin escrúpulos los transformó en los temidos “otros”, una peste infrahumana de violadores, narcotraficantes y “bad hombres” a los que, tanto Trump como su deplorable turba de seguidores, culpan de todos los males de su patria.

También estoy consciente de que los mexicanos que tienen la desgracia de seguir habitando este simulacro de país llamado México, tendrán que ver cómo su patrimonio se desvanece o mengua considerablemente en los próximos años, y además de las penurias y tribulaciones económicas, deberán soportar las humillaciones y agresiones de un tirano fascista irascible e impredecible. Tampoco ignoro que enfrentar esta catástrofe histórica será muchísimo más difícil desde un país sin líderes dignos, competentes o con la estatura política necesaria para dar la cara por sus gobernados frente a un demagogo prepotente y todopoderoso. Lejos de eso, Trump ha tenido la fortuna de toparse con una pandilla de ladronzuelos y politicastros amateurs, tan insaciables en su codicia como ineptos en el arte de guiar a una nación en crisis, y perfectamente dispuestos a acatar sumisamente sus órdenes y exigencias.

Para darse una idea de la frivolidad con la que el régimen priista ha abordado la amenaza de Trump, basta con recordar el impúdico y vomitivo oportunismo exhibido por los propagandistas y voceros del gobierno, quienes en cuanto conocieron los resultados de la elección, trataron de transformar ese cataclismo civilizatorio en un triunfo de sus amos, tildando a Peña Nieto y Luis Videgaray de “visionarios” (sí, no es broma) por aquella abyecta invitación que le hicieron a un candidato alicaído. Pero no necesitamos esperar a que empiecen las deportaciones masivas para saber que esos supuestos “visionarios” no son más que un par de traidores que pasarán a la historia por haber colaborado en el triunfo de uno de los enemigos más peligrosos que haya tenido que enfrentar este país en toda su historia. Pero incluso más repulsivos y banales han resultado los esfuerzos de esos mismos merolicos, y algunos otros tontitos despistados, por subestimar o normalizar a Trump a base de clichés y optimismo hueco: “No va a cumplir sus amenazas”, “sólo eran promesas de campaña”, etc. Pues detrás de su hipocresía hay un intento desesperado por maquillar de serenidad la aterrada y suicida pasividad en que la elección dejó sumido al gobierno.

Quizá las predicciones de nuestros lacayunos gacetilleros acaben cumpliéndose y Trump no consume sus amenazas. Tal vez el primer presidente naranja, y fascista, de la unión americana termine identificándose y simpatizando con la colosal corrupción de sus obsequiosos colegas mexicanos y admirando la abyecta docilidad de nuestros pasquines, tan alejados del profesionalismo crítico de su aborrecido New York Times, y eso lo lleve a compadecerse de nosotros. A final de cuentas, uno de los inocultables sueños de Trump es transformar a su país, la democracia moderna más antigua del mundo, en una república bananera ahogada en corrupción sistémica, y México podría ser un modelo a seguir ideal. Pero incluso si terminaran teniendo razón, habrá sido por pura casualidad, pues sus pronósticos no tienen un sustento sólido y se basan en puro “wishful thinking”. Y apostarle a que un déspota narcisista que lucró con el odio, la mentira y la ignorancia durante su campaña, se transforme milagrosamente y de la noche a la mañana en un estadista responsable, violando las promesas que le hizo a sus detestables e histéricos, pero fieles, simpatizantes, es tan peligroso como irresponsable.

Lo más probable es que Trump no descubra súbitamentela la compasión o el honor, y decida levantar su humillante muro, cumplir con la demolición del TLC y volver realidad la bajeza inhumana de las deportaciones masivas. Pero de lo que sí podemos estar 100% seguros es de que nuestro gobierno no estará a la altura de las circunstancias y los mexicanos de ambos lados de la frontera acabaremos dependiendo, como Blanche DuBois, de la generosidad de los extraños. Es decir, de la decencia elemental de lo que queda de la sociedad civil norteamericana. Así que si usted quiere combatir a Trump, algo que el gobierno de Peña Nieto ha sido incapaz de hacer en todos estos meses, adquiera una suscripción del New York Times o el Washington Post, done lo que pueda a la ACLU o a alguna otra institución dedicada a asesorar y defender a migrantes en EEUU, y rece porque Trump se meta en algún lío en Medio Oriente que lo distraiga de su vulnerable vecino.