Por Adriana Med:

“Nadie conoce realmente una nación hasta que ha entrado en sus prisiones”.

Nelson Mandela

 

Hay montón de películas que me gustan. De hecho, hay un montón que me encantan. Sería difícil hacer por ejemplo un top 10 de mis favoritas, pero no me cuesta nada de trabajo decir cuál me ha impresionado más profundamente de todas: A short film about killing (Krótki film o zabijaniu, en español “No matarás”) de Krzysztof Kieślowski. Ochenta y  cinco minutos que cambiaron mi visión del mundo.

Es una versión ampliada (y a mi parecer más poderosa) de uno de los episodios de El Decálogo, serie de drama psicológico para la televisión polaca que aborda los diez mandamientos. El plot: un joven abogado hace todo lo posible por salvar de la pena capital a un campesino que asesinó a un taxista.

A diferencia de mis películas favoritas, A short film about killing es una que no volvería a ver. Es demasiado fuerte, demasiado inquietante. Tiene momentos casi insoportables. Sin embargo, debe ser vista por lo menos alguna vez en la vida, porque es una ventana a la realidad cuya persiana hay que abrir tarde o temprano. Es imposible medir el impacto que tuvo en su tiempo pero, coincidencia o no, el mismo año de su estreno se abolió la pena de muerte en Polonia.

En A short film about killing nadie es inocente y sin embargo nadie merecía morir. De Kieślowski aprendí que incluso los peores seres humanos son seres humanos, y que si realmente queremos vivir en un mundo civilizado, no deberíamos usar la misma lógica criminal que pretendemos ajusticiar.

La influencia de Albert Camus en el pensamiento de Kieślowski en general y en esta obra en particular es evidente. De hecho cita un fragmento de Reflexiones sobre la guillotina, un brillante ensayo contra la pena de muerte: “Si el crimen pertenece a la naturaleza humana, la ley no pretende imitar o reproducir tal naturaleza. Está hecha para corregirla”. Ante el delito, la rabia y la sed del ojo por ojo son reacciones naturales, primitivas y por lo tanto comprensibles. Pero las leyes de los hombres han de obedecer a la razón y no a las vísceras, al bien y no al mal, a la justicia y no a la venganza; ser imparciales.

En México no se aplica la pena de muerte pero tenemos un sistema penitenciario podrido, corrupto y en crisis en el que muchas ilegalidades están permitidas. Hay un consenso silencioso en cuanto a los tormentos que ocurren dentro de las prisiones. Es como si el abuso sexual, las condiciones degradantes y el maltrato físico y psicológico formaran parte de la sentencia, de los gajes de ser un prisionero. “Ellos se lo buscaron”, “Se lo merecen”, son argumentos que criticamos pero que sin darnos cuenta también usamos. La deshumanización en nombre de la justicia, la justificación de la crueldad, la guillotina de la moral. Nuestras cárceles hablan muy mal de nosotros y nos hacen un poco criminales también.

Hay, además, un tabú: está mal visto defender los derechos de los reclusos porque creemos que es ponerse del lado de “los malos”. La verdad es que denunciar los problemas y los crímenes que ocurren dentro de las cárceles no implica ponerse en contra de las víctimas y sus familiares ni restarle importancia a los problemas y los crímenes que ocurren fuera de ellas: hay que denunciarlo todo, hasta la fatiga, hasta que ya no haya nada qué denunciar.

Una cosa que a veces nos cuesta trabajo entender y aceptar es que ante la ley todos somos (o se supone que somos) iguales. Seas Mahatma Gandhi o Calígula tienes derecho a un juicio justo y al respeto de tus garantías fundamentales. El artículo 18 de la Constitución mexicana establece que “el sistema penitenciario se organizará sobre la base del respeto a los derechos humanos, del trabajo, la capacitación para el mismo, la educación, la salud y el deporte como medios para lograr la reinserción del sentenciado a la sociedad y procurar que no vuelva a delinquir…” Los derechos humanos de las personas privadas de su libertad incluyen un trato digno, salubridad y protección de la integridad. Quedan prohibidas la tortura y el uso de la fuerza. ¿Cumplen las cárceles mexicanas con esas características, con esos derechos y con ese objetivo? La respuesta es no.

¿Hasta cuándo entenderemos que ellos, los de adentro, también nos conciernen? ¿Viviremos o vivirá alguien algún día para ver una evolución en nuestro sistema de justicia? Es fácil celebrar a los premios Nobel, los genios, los héroes; ser humanista con los buenos. Pero un importante síntoma del verdadero estado de la humanidad sale a relucir en la manera en la que castigamos a los criminales.