Las ilusiones recuperadas

Por Oscar E. Gastélum:

«Patriotismo es cuando el amor por tu propio pueblo es lo primero; nacionalismo, cuando el odio por los demás es lo primero.»

«¿Cómo se puede gobernar un país que tiene 246 diferentes clases de queso?»

Charles de Gaulle

Sé muy bien que la inmensa mayoría de los lectores mexicanos (esa raquítica minoría) preferiría leer un texto sobre los fajos de billetes que recibió la súbitamente célebre Eva Cadena o sobre algún otro chismarrajo local relacionado con las elecciones del Estado de México o con los esperpénticos precandidatos presidenciales que, a más de un año de distancia de lo que será la más tóxica y deprimente de las elecciones que hayamos padecido, ya saturan cotidianamente todos los espacios posibles tanto en la prensa como en las redes sociales, con basura y promesas huecas. Así que siento mucho decepcionarlos con otra columna sobre la distante Francia, pero lo que pasó el domingo fue un evento trascendental y para quienes creemos, basados en antecedentes históricos y estadísticas irrefutables, que la democracia liberal es el mejor sistema político que existe para producir libertad, igualdad y prosperidad, fue un auténtico bálsamo para empezar a sanar las heridas que nos dejaron Brexit y Trump.

Y es que el contundente triunfo de Emmanuel Macron, a quien sólo un cataclismo de dimensiones bíblicas podría arrancarle la presidencia en la segunda vuelta dentro de dos semanas, ha sido una bocanada de aire fresco para la alicaída democracia liberal y ha confirmado que la ola populista-fascista que arrasó el mundo en 2016, y cuyos estragos seguiremos padeciendo durante décadas, finalmente ha sido contenida. Pues no debemos olvidar que antes del humillante fracaso de Marine Le Pen, sus colegas fascistas Geert Wilders y Norbert Hofer ya habían sido derrotados en Holanda y Austria respectivamente. Los líderes del fascismo internacional creyeron erróneamente que el ascenso de Trump serviría como un catalizador insuperable para su revolución reaccionaria, pero todo parece indicar que sucedió exactamente lo contrario, pues los constantes ridículos y descalabros del energúmeno anaranjado han alertado a millones de votantes alrededor del mundo sobre las desastrosas consecuencias de elegir a un demagogo rabioso e ignorante como líder de una nación.

Una de las principales razones por las que los demócratas de hueso colorado y los amantes de la libertad alrededor del mundo deberían celebrar jubilosamente esta gloriosa primera vuelta electoral, es el hecho indiscutible de que el gran perdedor del domingo se llama Vladimir Putin. Para entender la dimensión de su derrota, bastaría con recordar que entre los cuatro candidatos punteros el sátrapa ruso contaba con dos fieles peones dispuestos a cumplir su ansiado sueño de destruir la Unión Europea: la fascista Marine Le Pen (que participará en la segunda vuelta pero con muy pocas posibilidades de ganar) y el estalinista-chavista Jean-Luc Mélenchon. Mientras tanto, el conservador Fillon, que era el favorito para ganar al principio de la campaña, siempre se había mostrado obsequioso e indulgente con el tirano ruso e incluso le había ofrecido relajar las sanciones económicas impuestas en contra de Rusia tras la invasión de Crimea. Así es, el único candidato sólidamente proeuropeo y enemigo declarado de la cleptocracia imperial rusa era Emmanuel Macron, y aunque Putin desate en su contra toda la mendacidad de sus cloacas propagandísticas durante las próximas dos semanas, será prácticamente imposible que evite su ascenso al Élysée.

Otro de los detalles interesantes que nos dejó la elección francesa fue la confirmación de que en esta era de crisis cultural y populismo rampante la dicotomía izquierda-derecha ha sido rebasada y sustituida, quizá temporalmente, por el enfrentamiento entre lo abierto y lo cerrado, entre quienes, como Macron, proponen que encaremos nuestros problemas desde una perspectiva histórica optimista y con la mirada puesta en el futuro, y quienes aquejados de una nostalgia reaccionaria y febril sueñan con volver al pasado y con amurallarse en una era dorada que jamás existió. Además, está elección volvió a exponer en toda su sordidez la innegable hermandad ideológica que existe entre la ultraderecha y la ultraizquierda. Y como prueba basta con repasar algunas de sus afinidades en esta coyuntura: Ambas son nacionalistas y detestan la globalización, son antieuropeas, alojan en su seno el virus del antisemitismo (para esta gente Soros y Rothschild son tan malignos como el mismísimo anticristo), admiran a Putin, son propensas al conspiracionismo, desprecian a los medios de comunicación tradicionales y se “informan” en las cloacas propagandísticas rusas, iraníes y en otros “medios alternativos”. Pero sobre todo, ninguna puede ocultar el desprecio que siente por la cultura democrática y por sus procesos e instituciones. Casi todos los candidatos derrotados llamaron inmediatamente a formar un frente antifascista para defender la República votando por Macron. Pero el representante de la ultraizquierda, Jean-Luc Mélenchon, guardó un ensordecedor y revelador silencio, pues el verdadero enemigo para él y los suyos es la democracia liberal, no el fascismo.

Sí, tras una era de tinieblas electorales que incluyó la aprobación de Brexit y el bochornoso ascenso de Trump a la presidencia de EEUU, es válido regocijarse ante el inminente triunfo de Macron. Pero ni los defensores y simpatizantes de la democracia liberal alrededor del mundo, ni los dirigentes de la Unión Europea, ni el propio Macron deben caer en la complacencia o el triunfalismo. Los problemas que provocaron esta crisis en Francia y en todo Occidente (la desigualdad obscena, la incertidumbre laboral y económica provocada por una era de cambios tecnológicos vertiginosos, el terrorismo islámico, el oportunismo antidemocrático del régimen ruso, etc.)   no van a desaparecer como por arte de magia y el populismo (de derecha y de izquierda) esperará pacientemente una nueva crisis económica u otro atentado terrorista para llevar agua a su molino.

Me parece que el enigmático y brillante Emmanuel Macron (ese adolescente que se enamoró de su maestra de literatura 24 años mayor que él, el liberal romántico y pragmático, el patriota cosmopolita y proeuropeo, el poeta filósofo que se convirtió en un banquero millonario y que a los 39 años seguramente terminará siendo el presidente francés más joven desde Napoleón) es el líder ideal para sacar a su bellísimo y entrañable país del estancamiento, y para encabezar la profundización de la integración europea. Pero el fascismo marca Le Pen permanecerá agazapado, haciendo todo lo posible para que Macron fracase, y si eso llegara a pasar, quizá la tercera terminará siendo la vencida para la ultraderecha gala…