La tierra prometida de Obama

Por @Bvlxp:

Comenzó ya la larga despedida del presidente Obama, que terminará el 20 de enero cuando entregue el poder al próximo presidente de los Estados Unidos. En estas semanas, cada vez ha sido más común escuchar a la gente decir cuánto lo va a extrañar, lo distinto que será el mundo sin la común estampa de Obama. Y no es para menos, su presidencia ha sido la culminación de muchos sueños, de largas batallas, en muchos sentidos una hazaña de lo improbable.

En la que quizá resulte a la postre ser su más elocuente despedida, Obama se presentó ante la Convención del Partido Demócrata con un memorable y conmovedor discurso, no sólo para decir por qué los estadounidenses deben votar por Hillary Clinton, sino también para hacer un recuento y una defensa de su legado. Entre las cosas que, para bien y para mal, todo presidente de los Estados Unidos está obligado a hacer como el poder hegemónico mundial, Obama recapituló acerca de un mandato profundamente moral, una administración que amplió el sueño americano haciéndolo más generoso e incluyente, recordándole al pueblo americano de qué se trata el ideal común que los guía como nación: allanar la brecha para que cada quién encuentre su propio camino a la felicidad.

La elocuencia de Obama es un gran símbolo de lo que fue su gestión: pausada, reflexiva, sin aspavientos, con una profunda vocación por el cálculo y la solidez de la argumentación, una administración que piensa sus pasos y que camina del lado correcto de la historia, una presidencia profundamente consciente de su peso y su misión, un liderazgo ejercido con el tono de un sermón dominical: corregir los errores y las atrocidades históricas, reconocerlas, exorcizarlas como nación de la mano de un presidente que entiende que hay viejas heridas que vale la pena reabrir para descubrir que fueron profundas pero no dignas de manchar el futuro, sino de engrandecerlo.

Durante el gobierno de Obama sucedieron gestas de una trascendencia tal que costará mucho trabajo darles marcha atrás, luchas de un valor simbólico profundo que pasarán a formar parte de eso que define el alma americana: reafirmar que el amor es el amor y que todos tenemos derecho a cobijarnos bajo su esperanza, dejar claro que el país más rico y poderoso del mundo no puede desentenderse del cuidado de la salud y dejar a los ciudadanos a su suerte, que el cambio climático es una responsabilidad transgeneracional que amerita sacrificios presentes para poder seguir invocando el futuro, que la diplomacia siempre será la mejor forma de solucionar los conflictos, que la autoridad moral cuenta más que la fuerza.

Al mismo tiempo, Obama deja pendientes contradicciones del espíritu americano que bien le valdría a los Estados Unidos tramitar bajo la cadencia suave y reflexiva del que ya es uno de sus grandes líderes históricos: dilucidar por qué aferrarse a las armas pesa más que la vida de niños asesinados a mansalva en su escuela, las crecientes tensiones raciales que, irónicamente, se agudizan después de elegir a un afroamericano para vivir en la Casa Blanca, la agudización de la desigualdad económica y el avance de la ignorancia, el encono y la polarización que ésta provoca.

Ocho años después de que ganó las elecciones y se convirtió en el primer Presidente negro de los Estados Unidos, me conmoví escuchando de nuevo el discurso de Martin Luther King Jr., aquella pieza maestra pronunciada el 28 de agosto de 1963 en las escalinatas el monumento a Lincoln en la que proclamaba tener un sueño y estar seguro que él y los suyos llegarían a la tierra prometida de la igualdad y los derechos civiles. A punto de culminar su administración, podemos decir que la presidencia de Barack Obama fue digna de la tierra prometida por el pastor de Atlanta.