La segunda muerte del padre de la patria

Por Ángel Gilberto Adame:

Octavio Paz Solórzano, padre del Nobel, fue parte de los fundadores del Partido Nacional Agrarista, en el que coincidió con Antonio Díaz Soto y Gama, Gildardo Magaña, Antonio I. Villarreal, Plutarco Elías Calles, Francisco J. Múgica y Eulalio Gutiérrez. Desde esa tribuna impulsó su carrera política hasta que, en septiembre de 1920, resultó electo como diputado por el décimo distrito electoral —Mixcoac, San Pedro de los Pinos y Tacubaya— y se incorporó a la XXIX Legislatura.

Aunque en ese tiempo el cargo solo duraba dos años, el diputado Paz tuvo una constante participación. Una de las primeras iniciativas que refrendó trajo consigo una enardecida discusión acerca de la Independencia de México, en particular de los méritos cívicos de Agustín de Iturbide como miembro del Panteón nacional.

Cabe recordar que en el turbulento siglo XIX y a pesar de las pugnas entre liberales y conservadores, Iturbide mantuvo su lugar entre los personajes más reconocidos de la lucha independentista. Sin embargo, el prestigio de su figura decayó a la llegada del siglo XX y al ocaso del porfirismo. En los preparativos para la inauguración de la Columna de la Independencia, Porfirio Díaz decidió omitir el nombre del primer emperador mexicano de la lista de próceres y que sus restos no se trasladaran al mausoleo patrio.

La degradación de Iturbide se agudizó a causa de la radicalidad ideológica de algunos sectores revolucionarios. Durante la Convención de Aguascalientes, el representante de Emiliano Zapata fue Soto y Gama. Previo a la celebración de la misma, los principales grupos habían acordado firmar la bandera nacional como muestra de voluntad conciliadora, sin embargo, al iniciar su intervención, Soto y Gama mencionó que no estamparía su rúbrica sobre un símbolo del triunfo de “la reacción clerical encabezada por Iturbide”. Dicho lo anterior, siguió con su discurso entre gritos dejando abierta una controversia histórica que seguiría su cauce.

En agosto de 1921 se suscitó otro incidente que puso de manifiesto el repudio a Iturbide. El entonces rector José Vasconcelos ordenó intempestivamente el cese del profesor de la Escuela de Jurisprudencia Antonio Ramos Pedrueza. El motivo del desencuentro se debió a que el catedrático había pronunciado una conferencia en la que celebró a Iturbide como consumador de la independencia y se refirió a él como Libertador de México. Aunque a los pocos meses el profesor volvió a sus actividades —en buena medida por la presión estudiantil, pues era muy querido por los universitarios—, Vasconcelos no cesó en su intención de menospreciar al jefe del Ejército Trigarante, oponiéndose a que se festejara el centenario de su entrada a la capital.

Imbuido por la inercia de esa defenestración, el diputado Paz hizo suya una propuesta generada por la Asociación Juventud Revolucionaria de México, en la que se pedía que se retirara del recinto de la Cámara el nombre de Agustín de Iturbide y que fuera sustituido por el de Belisario Domínguez. En el texto de la misma se puntualizó que “el principal objeto de esta cruzada de depuración histórica, es hacer luz con la verdad de los hechos en la conciencia de nuestras masas populares […] para poder apreciar la funesta influencia del traidor Iturbide en la consumación de nuestra independencia, por haber desvirtuado los altos fines de la revolución insurgente que anhelaba el fin de aquel oprobioso estado social en que el régimen virreinal mantenía al pueblo mexicano”.

El 29 de septiembre la solicitud fue puesta a debate y buena parte de los presentes la suscribió. Muchos de los argumentos leídos se inclinaron a presentar a Iturbide como un imperialista déspota, como un traidor y como un asesino. Asimismo, se ponderó a Vicente Guerrero como precursor del agrarismo y defensor de los oprimidos.

Fue tal la tensión provocada por la petición de Paz, que el diputado Enrique Bordes Mangel dijo en tribuna: “Teniendo sangre mexicana en las venas parece imposible no estremecerse de horror y de indignación al leer los partes con que tanto se complacía Iturbide al dar cuenta de las matanzas de los valientes que querían independizar a su patria del dominio español, del cual fue entonces el más firme sostén ese infiel y pérfido mexicano”.

De acuerdo con Carlos Martínez Assad, ese día la sesión se celebró “entre gritos y golpes […] pero como no se cumplió con el requisito de que estuvieran reunidas las dos terceras partes de los diputados, se consideró inválido el procedimiento”.

La resolución tomó varias semanas más y fue hasta el 7 de octubre, con 126 votos a favor y 11 en contra, que se aprobó la iniciativa en estos términos: “Sustitúyase el nombre del traidor Iturbide por el del heroico doctor don Belisario Domínguez”.

La victoria produjo una emoción exacerbada entre los agraristas. Federico Gamboa, en la entrada de su Diario correspondiente al 11 de octubre, describió cómo fue que Paz y sus compañeros celebraron su éxito:

Eran las nueve de la noche del viernes pasado. Los diputados habían salido ya del salón de sesiones y las luces habían sido apagadas. Quedaban, sin embargo en el recinto parlamentario, algunos representantes del pueblo: Antonio Díaz Soto y Gama, Octavio Paz, Martín Barragán y algunos otros.

La oscuridad era densa. Parecía aquello un antro de conspiraciones. Soto y Gama mandó llamar al electricista del edificio, José Refugio Hernández, y le ordenó que encendiera una rueda de foquitos del gran candil del salón.

Una suave claridad se extendió sobre las curules e iluminó la plataforma. Pero los autores del atentado no se sentían con fuerzas bastantes para consumarlo. Entonces Octavio Paz envió con un mozo a la cantina Frontera el siguiente recado: Isidro: le suplico que remita una botella Martell cuatro letras —Very Special Old Product— y unas diez copitas, que le serán devueltas. O. Paz.

Con la presencia del coñac el ánimo renació entre los diputados presentes. Se mandó traer una escalera y se ordenó al electricista Hernández que con un desarmador desprendiera las letras.

Sin dificultad arrancó éste la A y pretendió ponerla en manos de don Martín Barragán: pero Soto y Gama se indignó por ello, y determinó que la letra fuese arrojada al suelo. Un eco metálico resonó en el salón, seguido del ruido que producían las patadas que daban los diputados.

Años después, cuando escribió El desastre, Vasconcelos justificó estos episodios, ya que “nunca se habían conmemorado los sucesos del Plan de Iguala y la proclamación de Iturbide, ni volvieron a conmemorarse después”.

NOTA: Una primera versión de este texto se publicó en Letras Libres