La redención del humor

Por Isabel Hion:

Vale la pena preguntarse qué tan condescendientes somos con nuestros discursos. Llamar “conservador” o “retrógrada” a quienes exhiben las conductas más humanas, por no decir las más oscuras y molestas, en una sociedad que pregona la obligación de ser buenos, es cada vez más normal. Lo desconcertante no es la intención de aspirar a la nobleza; eso siempre será esperanzador y uno de los fines más sutiles de nuestra humanidad. Lo que entristece son las medidas intolerantes por las que deseamos se accione la tolerancia. Las redes sociales son un claro ejemplo; en el humor ya no caben mil temáticas, y eso sí está para llorar, o preguntémosle a Andy Kaufman.

Cada vez son más claros los lineamientos impuestos si elegimos recurrir a la comedia. Hacer uso de un tema mal visto en pos del humor no tiene la intención de exaltar, sino de combatir y enfrentar. El humor es la forma más honesta de decir: “Esto somos. ¿Ahora qué hacemos?”. Verán: cuando ustedes nos dicen sobre qué tema no es gracioso reírse y sobre cuáles sí podemos hablar, hacemos un salto cuántico en retroceso maquillado de progreso: ¿Me dices que no puedo hacer comedia en torno a un punto clasista porque… está mal? Porque admitámoslo: el clasismo ahí está, y el no reírnos de su existencia no hará que deje de ser una realidad. No estamos generando una apología al clasismo; remarcamos una situación que se vuelve graciosa precisamente porque existe el clasismo, y porque existimos nosotros.

Estamos generando una represión silenciosa respecto a las partes más incómodas de nuestra humanidad. Si no las tuviéramos, claramente no seríamos eso: humanos. Jamás he dicho que hay que vanagloriar nuestros feos modos, pero el primer paso es encararlos y decidir qué hacer con ellos para que dejen de joder a los otros y, sobre todo, a nosotros mismos.

Dicen que tras la publicación de Oliver Twist hubo muchas personas ofendidas que reclamaron a Dickens por crear personajes tan ruines; que eran un mal ejemplo para los lectores y que, definitivamente, no consideraban que fueran buenos personajes dignos de ser mencionados. Dickens, con toda la lucidez que podría esperarse del autor de “Historia de dos ciudades”, tuvo a bien responder: “Realmente no importa si las personas de quienes hablo son buenas o malas. Lo que importa es que existen, y que así son”.

Hay una delgada línea que separa a lo trágico de lo doloroso en lo deplorable. La amalgama resultante es el humor. ¿Que no son graciosas nuestras incongruencias? Lo son, y duelen al mismo tiempo. ¿Cómo combatirlas? Muchas veces con más risa. La risa incomoda. La risa señala lo que más nos duele de nosotros mismos. Los temas prohibidos sobre los cuales sustentar la risa aniquilan más porque son los más reales. Son los que replicamos en el día a día y sobre los que hacemos la vista gorda. ¿Nuestra solución? No reírnos de ellos, porque es incorrecto. Exacto: nosotros mismos somos incorrectos. ¿Ya podemos hablar de eso con libertad, amor y compasión?