Por Frank Lozano:

Latinoamérica está viviendo un momento de transformación política en el que, el principal componente, al menos en apariencia, es la despedida de las izquierdas en los países sudamericanos. Curiosamente, no hablamos de una sola izquierda, sino de modalidades de izquierdas que varían de un país a otro. El caso emblemático de la peor izquierda que se ha visto en el continente en mucho tiempo es Venezuela. Desde las épocas de Chávez, donde la abundancia económica obtenida por la renta petrolera, permitía los desplantes y payasadas del presidente venezolano, hasta la casi quiebra económica en la que hoy se encuentra Venezuela, la constante en aquel país, fue enarbolar una revolución demagógica. Chávez logró influenciar a la región y ejercer, de algún modo, un liderazgo ideológico y económico. Con su muerte y la llegada de Nicolás Maduro, era cuestión de tiempo para que la revolución bolivariana se desmoronara lenta pero inexorablemente. El saldo de la revolución ha sido muy grave, porque más allá del desabasto de productos, la revolución fragmentó socialmente al país.

El caso argentino pasa por otras claves y procesos. El fin de la era política que terminó, comenzó en el ya lejano año de 2000 cuando la economía argentina quebró. A partir de eso, la desesperación permitió que el peronismo —ese monstruo polifacético— dominara el panorama electoral del país durante catorce años. El peronismo logró contener la tragedia económica del 2000 para emprender una débil recuperación, misma que no ha llegado del todo. Sin embargo, en el plano político, el peronismo formó parte del bloque cubano, venezolano, brasileño. Con la llegada de Macri, es de esperarse un replanteamiento del papel de argentina en el cono sur, especialmente en materia de tratados comerciales y revisión de las alianzas globales.

Por su parte, el modelo brasileño parece ir en picada. Del sueño grandilocuente de Lula da Silva, en el que Brasil se posicionó como el país fuerte del continente, al debilitamiento paulatino de Dilma Rousseff ha pasado poco tiempo. Si bien la economía brasileña seguirá siendo pujante, hay señales de desgaste del gobierno en turno. Los escándalos de corrupción no dejan en paz a la presidenta. Sigue latente la posibilidad de llevarla a juicio político para su posterior destitución.

En la lista sigue Bolivia y Ecuador, donde Evo Morales y Rafael Correa encabezan gobiernos que tienen amplias coincidencias con los de Maduro y Fernández de Kirchner.

En América Latina, la ola que se va, parece querer desterrar la demagogia y la irresponsabilidad, mientras que en Europa, la ola que viene parecer querer sepultar el miedo.

En ambos continentes, el cansancio y el hartazgo están orillando a los cambios políticos. Lo cierto es que, bien a bien, nadie sabe si la marea terminará por hundirnos más. Mientras tanto, en nuestro país, las aguas comienzan a agitarse. El 2018 comienza a verse cerca.

De nuestros hermanos y vecinos, los mexicanos tenemos la oportunidad de aprender. Ojalá que seamos capaces de distinguir entre lo que ya no funciona y lo que puede mejorar.

Estamos a tiempo.