La mexicanización de EEUU

Por Oscar E. Gastélum:

“One thinks one’s something unique and wonderful at the center of the universe, when in fact one’s just a slight interruption in the ongoing march of entropy.”

Aldous Huxley

“Nor public flame, nor private, dares to shine;
Nor human spark is left, nor glimpse divine!
Lo! thy dread empire, Chaos! is restored;
Light dies before thy uncreating word:
Thy hand, great Anarch! lets the curtain fall;
And universal darkness buries all.”

Alexander Pope

Para nadie es un secreto que vivimos tiempos canallas. Los peores seres humanos del planeta (los más corruptos, ignorantes e inescrupulosos) están siendo elevados al rango de líderes, y no en África, Latinoamérica o Medio Oriente, sino en países democráticos y avanzados. Sí, pareciera que un nuevo obscurantismo y el resurgimiento de antivalores que creíamos desterrados del mundo civilizado, conducirán a Occidente a una nueva era de barbarie. Es como si de pronto algunas de las democracias más antiguas y entrañables del mundo hubieran decidido “mexicanizarse”, y seguir la misma ruta de corrupción, prejuicio, mentira, ignorancia jactanciosa y fealdad opresiva, que ha condenado a nuestro país al atraso y la miseria.

Aquí debo confesar que desde hace varios años llegué a la conclusión, desoladora pero creo que realista y lúcida, de que lo más probable es que México no cambie jamás, y si cambia, seguramente no me tocará atestiguar el milagro. Pero nunca he considerado que esa sea una razón suficiente para dejar de luchar en contra de todo lo que detesto y a favor de lo que amo. Y precisamente para continuar con esa lucha, muy probablemente condenada al fracaso, encontré consuelo e inspiración en la existencia de naciones con valores milagrosamente parecidos a los míos y diametralmente opuestos a los que reinan en este simulacro fracasado de país al que llamamos patria. Por eso me resulta tan doloroso que, desde hace algunos meses, el refugio emocional y estético que dichos países me ofrecían, haya comenzado a desmoronarse y súbitamente esté en riesgo de desaparecer por completo. Y es que no sé si podría soportar la vida en un mundo en el que algo muy parecido al PRI gobernara en cada rincón del planeta, y se volviera imposible huir de México aunque sea de vez en cuando. Esa es la pesadilla a la que me ha enfrentado Brexit y el ascenso de Trump.

Pero por el momento concentrémonos en ese energúmeno naranja que, gracias a un sector minoritario del electorado norteamericano, fue elegido presidente de EEUU, y detengámonos en su incomprensible obsesión por mexicanizar a su poderoso país. Y es que si excluimos la tóxica xenofobia y el supremacismo blanco que le dan una tonalidad claramente fascista a su movimiento, el resto de los retrocesos que propone y planea llevar a cabo, y que tanto nos horrorizan, en México no son más que realidades consolidadas desde hace años, y en algunos casos décadas. Sí, Trump es un subnormal ignorante, ultracorrupto, mentiroso y autoritario, pródigo en conflictos de interés y proclive al nepotismo descarado. Un traidor obsequioso y sumiso frente al peor enemigo de su patria. Un misógino inseguro de su propia masculinidad, casado por conveniencia con una esposa trofeo. Ahora, querido lector, lee esa misma descripción pero intercambiando el apellido Trump por Peña Nieto. Perturbador ¿no es cierto?

Pero ahí no paran los paralelismos: Sí, Trump planea desmantelar Obamacare y dejar sin seguro médico a decenas de millones de sus ciudadanos más vulnerables; pero en México desde hace décadas la salud es un negocio redondo para un puñado de plutócratas y un privilegio inalcanzable para la inmensa mayoría de la población, incluyendo a la depauperada “clase media” que casi siempre se enfrenta a la ruina económica ante una emergencia o una enfermedad grave. Sí, Trump detesta la independencia del poder judicial y lanza ataques virulentos y soeces contra cualquier juez que ose fallar en su contra; pero en México los poderosos pueden manipular a su antojo la ley, y la justicia es un lujo que sólo unos cuántos pueden costear, pues para el resto es un laberinto burocrático aterrador y una mazmorra infernal en la que cualquiera, sin deberla ni temerla, puede caer en el momento menos pensado.

Sí, Trump planea hacer una purga en sus servicios de inteligencia y seguridad para tratar de someterlos a su voluntad; pero en México dichas instituciones, supuestamente del Estado, siempre han sido utilizadas facciosa y discrecionalmente por el presidente en turno y en la inmensa mayoría de los casos para ejecutar venganzas políticas o para reprimir o amedrentar a disidentes y activistas. Sí, Trump detesta a la prensa libre y crítica, e incluso la declaró “enemiga del pueblo”; pero en México la inmensa mayoría de la prensa está al servicio del tiranuelo sexenal en funciones y se limita a fungir obedientemente como su abyecta vocera y propagandista. Sí, Trump es un troglodita enemigo de la ciencia, no cree en el cambio climático y piensa que las vacunas causan autismo; pero en México la ciencia siempre ha languidecido en el más bochornoso y suicida de los abandonos, y nunca ha sido más que un rubro ideal para hacerle recortes al presupuesto.

Sí, Trump es un macho patético, caricaturesco y cerril que acosa y denigra mujeres a diestra y siniestra, y que prometió despojarlas del derecho, conquistado tras una larga y ardua lucha, a decidir sobre su vida y su propio cuerpo; pero en México las mujeres son ciudadanos de tercera categoría, trozos de carne desechables, víctimas perpetuas de un sistema de explotación y abuso en el que el feminicidio prolifera en la más absoluta impunidad, y ante la indiferencia o la complicidad de los neandertales que nos gobiernan. Sí, Trump es un vejete racista que prometió perseguir y deportar masivamente a millones de inmigrantes mexicanos e incluso planea separar a los niños de sus madres en la frontera; pero en los últimos años, México se ha transformado en el corazón de las tinieblas para cientos de miles de inmigrantes centroamericanos (los seres humanos más inermes del planeta), un infierno en el que cotidianamente son vejados, extorsionados, asesinados y desaparecidos sin piedad ante la connivencia indolente de la ciudadanía y el Estado.

Sí, Trump planea obsequiarle recortes impositivos al 1% más rico de la población a costa del bienestar de los más pobres; pero en México nuestra oligarquía parasitaria siempre ha evadido impuestos con total impunidad y cinismo. Sí, Trump es un mentiroso patológico que miente para extenuar las facultades críticas de quien lo escucha, debilitar el prestigio de la verdad objetiva y erosionar la confianza básica que hace posible que una sociedad democrática funcione eficientemente; pero en México basta con leer las primeras planas de nuestros pasquines, las columnas de opinión de los voceros del régimen o las delirantes declaraciones de nuestros funcionarios públicos, para darnos cuenta de que llevamos décadas bombardeados por “fake news” y ahogándonos en el viscoso pantano de la postverdad y la desconfianza en todo y en todos.

Sí, Trump quiere transformar a EEUU en un infierno de atraso, ignorancia, intolerancia, miseria y autoritarismo; pero ese infierno no es algo inédito u original, sino que ya existe en varios rincones del mundo y aunque el modelo que Trump parece querer imitar es el ruso, otra de sus versiones más acabadas se llama México. Y quizá duela reconocerlo, pero no tenemos derecho a burlarnos o a condenar la crueldad vesánica del energúmeno naranja sin antes contemplarnos en el espejo para reconocer su grotesca y contrahecha figura en su reflejo. La civilización puede seguir funcionando y avanzando a pesar de la existencia de países de segundo orden como México o Rusia que han decidido libremente atascarse en un atolladero de autoritarismo y corrupción, pero si Trump logra hundir a EEUU en el mismo lodazal, jamás me cansaré de repetirlo, las consecuencias para la humanidad entera serán catastróficas e impredecibles.