La mente como navío

El viaje más barato es el del dedo sobre el mapa.

Ramón Gómez de la Serna

 

En Alaska hay más de tres mil ríos. En Islandia hay más de 200 volcanes. En Japón hay cerezos. En Siberia, Rusia, está el lago más profundo de la Tierra. En Nueva Zelanda hay más ovejas que personas. En Nueva York está el Central Park. En el Mar de Cortés, también conocido como el acuario del mundo, se encuentra la mayor concentración de vida marina. En Finlandia puedes ver auroras boreales entre agosto y marzo. En Copenhague hay una escultura de La Sirenita. En Perú está Machu Picchu. En Praga hay un restaurante en el que puedes tomar un baño caliente de cerveza. En las islas Whitsunday hay un arrecife con forma de corazón. En Francia hay un parque temático de Astérix (¡un parque temático de Astérix!). En la Patagonia hay unas cuevas de mármol. En América del sur está la Amazonia. En Argelia hacen alfombras con un error a propósito porque consideran que solo Dios puede ser perfecto. En Gansbaai, Sudáfrica, puedes ver tiburones blancos saltando fuera del agua… Y todo eso es tan maravilloso que al escribirlo no puedo evitar emocionarme.

Pero, ¿qué hay en tu país, en tu estado, en tu ciudad? ¿Te lo has preguntado? ¿Los has explorado? Y sobre todo: ¿qué hay en ti? ¿Qué mares, cuántos bosques? ¿Qué especies te habitan? ¿Hay calamares bioluminiscentes? ¿Zorros rojos o polares? ¿Qué idiomas se hablan? ¿Cuáles son las maravillas de tu mundo?

A veces nos lamentamos por lo poco que viajamos, pero la verdad es que viajamos todo el tiempo. En muchos sentidos. En primer lugar, nuestro planeta nos pasea alrededor del sol con un movimiento lento pero constante: estamos viajando por el espacio, siempre. En segundo lugar, viajamos en el tiempo, hacia el futuro, y a veces con el alma hacia el pasado. En tercer lugar, cada vez que vamos a algún lugar, ya sea a la escuela, al trabajo o la tiendita de la esquina, hacemos un pequeño viaje en el que muchas cosas pueden pasar. En cuarto lugar, tenemos los libros, las fotografías, la música, las películas, las anécdotas de los amigos e internet. En quinto lugar tenemos la mente: la imaginación y los sueños.

Cuando me di cuenta de que no tenía dinero para viajar, empecé a viajar en mi ciudad, en mi casa, en mi cuarto y en mi cabeza. Eso potencializó mi deseo de viajar materialmente por el mundo (sueño al que nunca renunciaré), lo cual a veces provoca un poco de dolor y frustración, pero también me proporciona felicidad. Es tranquilizante saber que hay paisajes hermosos, especies fascinantes y construcciones increíbles en alguna parte.  Me hace sentir parte de algo prodigioso. Me recuerda que siempre habrá algo por lo cual entusiasmarse.

Viajar, aunque sea en nuestra mente, amplía nuestra visión, enriquece nuestro espíritu, disminuye nuestros prejuicios, facilita nuestra comprensión de muchas cosas y nos acerca a todo lo demás, por lejos que esté. Viajar es aprender, refrescarse e irse deshaciendo de lo que pesa demasiado. Es vaciar la valija y regresarla llena de flores. Es ver todo con ojos nuevos, siempre sorprendidos. Es vivir.

Me gusta ver mapas y globos terráqueos, y preguntarme si todos los lugares que quiero conocer también tienen ganas de conocerme. Y pienso en mi abuelo. Él nunca tuvo dinero suficiente para visitar los países que tanto quería, y cuando lo conocí tampoco podía caminar, por lo cual casi siempre estaba en su cuarto. Pero aun así fue un gran trotamundos. Nunca dejó de leer ni de ver documentales ni de maravillarse. Imagino que él era su propio barco. Y yo, poco a poco, también trato de ser el mío.