La libertad de prensa en México: un derecho no ejercido

Por Ángel Gilberto Adame:

Las recientes declaraciones del titular del noticiero de Univisión, Jorge Ramos, sobre la corrupción y el ejercicio periodístico en México, hechas durante un evento de la revista Time —que en su último número lo colocó entre los 100 personajes más influyentes y le dedicó su portada—, han generado diversidad de opiniones y comentarios.

Entre lo que el galardonado afirmó, dijo que aún existe prensa influyente en México que sigue y cumple la línea que le dicta el gobierno; que no se hace periodismo de investigación sustentado en fuentes confiables y que son pocos los que se atreven, principalmente mujeres, a ejercer su derecho a la libertad de expresión.

Gran parte de los autores de los textos dedicados a comentar “su atrevimiento” se indignaron por estas aseveraciones, aunque no las reprocharon directamente tratando de ocultar su chauvinismo. Es decir, «el saco fue a su medida». Luego, ¿será que gran parte de los medios de comunicación en México sí están controlados por Los Pinos? O, ¿esta afirmación incomodó a tal grado que los que se sintieron aludidos tuvieron la necesidad de salir a replicar?

Ante la imposibilidad de reconocer sus fobias, los ataques hacia Ramos se han dirigido principalmente a dos flancos. Por una parte, señalar que no tendría el valor de sostener sus afirmaciones cara a cara. Si bien es cierto que el periodismo es una actividad de riesgo en territorio mexicano —sobre todo en el interior—, no parece serlo tanto para los opinólogos inquisidores que, desde la Ciudad de México, viven del señalamiento y la sospecha. Ahora bien, si el peligro en realidad existe, ¿por qué continúan desempeñando un trabajo que hacen mal y de malas? La otra vertiente exhibe su maniqueísmo al acusarlo de obedecer a intereses de partido, tachándolo de “chairo”, “izquierdista” o “lópezobradorista”. Es tal la furia, que ignoran que nadie puede desprenderse de su manera de ver al mundo. Por ejemplo, nunca se descalificó la investigación del caso de Watergate solo por las preferencias políticas de Carl Bernstein y Bob Woodward.

Tal parece que el hecho de que Jorge Ramos resida y trabaje en el extranjero, concretamente en Estados Unidos, es lo que incomodó a muchos. Sin que se digan honestamente, los señalamientos van desde relatorías críticas de su temprana trayectoria en México hasta afirmar que no tiene valor moral, al no vivir aquí, para criticar y pedir la renuncia del Presidente. Siguiendo la lógica de sus detractores, ¿por qué no piden la cancelación del procedimiento que permite —a un elevado costo y con magros resultados— el voto de todos aquellos mexicanos que residen en el exterior? De acuerdo a su pensamiento, ellos tampoco tendrían derecho a opinar porque no viven “aquí”.

Estas circunstancias provocan que el asunto de fondo se pierda entra descalificaciones propias de un gremio que parece no entender que vivimos en un mundo globalizado, en el que su pobre ejercicio profesional limita nuestras opciones de contrastar y llegar a conclusiones propias. Así, al tratar de desviar la atención sobre lo importante, se confirma tácitamente lo que Ramos denuncia: Que desde que se conocieron los primeros hechos de presunta corrupción y conflicto de interés del titular del Ejecutivo, hasta ahora ningún informador nacional se ha tomado la molestia de seguir las averiguaciones.

Y es que esto último es una triste realidad en un país que, a pesar de las restricciones, ha tenido a lo largo de su historia buenos periodistas como Francisco Zarco, Ángel de Campo, Roberto Blanco Moheno, Luis Spota, Jacobo Dalevuelta, Manuel Buendía y Julio Scherer, entre otros,  quienes intentaron formalizar la prensa de investigación. En tiempos recientes, los medios que denuncian hechos reprochables recurren a  fuentes difusas, casuales o ilegales. Filtraciones, llamadas, videos, y otros recursos de la misma naturaleza, dan pauta a conjeturas que casi nunca van acompañadas de un análisis profundo del contexto en que se obtuvieron. Por ejemplo, es un secreto a voces que cuando Carmen Aristegui dio a conocer la información sobre la casa de Angélica Rivera, lo hizo con datos que le facilitó la Unidad de Inteligencia Financiera —una institución creada por Marcelo Ebrard y su consejera jurídica Leticia Bonifaz, que tiene por objeto investigar manejos ilícitos de dinero, aunque también fue utilizada para atacar y extorsionar a diestra y siniestra— por lo que resulta exagerado atribuirle la totalidad del hallazgo a su equipo de trabajo.

Siguiendo con el tema de los inmuebles, por qué ningún medio informativo ha intentado responder a las siguientes interrogantes: ¿Ya se entrevistó a los contratistas señalados como copartícipes de estos actos? ¿Ya se buscó un pronunciamiento de Televisa respecto los pagos millonarios que se le imputan? ¿Ya se verificó si se cubrió el impuesto de adquisición por la compraventa con reserva de dominio que exhibió como atenuante la Primera Dama? ¿Ya está en venta la famosa Casa Blanca? ¿Quién es el agente inmobiliario encargado de esa operación?

Es necesario puntualizar que han sido los corresponsales extranjeros quienes han afrontado con mayor seriedad este delicado asunto, localizando documentos legítimos y exhibiéndolos como pruebas de sus aseveraciones, a pesar de que los registros oficiales y las personas señaladas están en nuestro país. Mientras tanto, como ya comenté, los periodistas locales han mantenido una pasividad pasmosa e inexplicable que demuestra falta de compromiso con su trabajo. Coincido con Jorge Ramos cuando afirma que “el mejor periodismo se produce cuando tomamos partido, cuando cuestionamos a los que están en el poder”, y no cuando parte de la mojigatería y la supuesta imparcialidad. La consolidación de la vida democrática de México depende en buena medida de la construcción de espacios informativos serios, capaces de articular perspectivas críticas dirigidas a impugnar la falta de transparencia que ensucia las instituciones.

El tema no es cómo, ni en dónde, ni quién, lo que realmente debería impulsar a hacer señalamientos y emitir opiniones es la información compartida. Puede que no estemos de acuerdo con la forma en que aquellos periodistas, independientes o no, hacen su trabajo, es válido que no simpaticemos con ellos o que sus convicciones políticas no sean las nuestras, sin embargo no es posible que hechos secundarios como esos logren ensombrecer la realidad que día a día se destapa.