La lealtad en tiempos canallas

Por @Bvlxp:

Inútil explicar a alguien el sentido de lealtad. Se tiene o no se tiene. Y no pasa por titubeos.

                               Fernanda Solórzano

Sé leal hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida.

                               Apocalipsis 2:10

No vivimos otros tiempos así que estos han de parecernos por fuerza los peores. Esto debe ser cierto de cada persona, de cada generación. Al ejercer el derecho a estar plenamente vivos, habremos de sentir que el mundo y ese ente nebuloso que llamamos “la vida” nos fallan o nos roban la voluntad de vivir, la esperanza, la fe en los otros y la forma en la que la realidad funciona. La época que nos tocó siempre es la más terrible y esto debe ser así en cada generación. Somos siempre la víctima del otro, el mundo siempre está al revés. Vivir bajo ciertas reglas es lo que habrá de salvarnos del infierno del otro y del que llevamos dentro.

No conozco forma más digna de existir y de conducirme ante el prójimo que la confianza, que las puertas abiertas, que la ausencia de sospecha: todos son dignos de mi corazón hasta que prueben lo contrario. Hay muchos, la mayoría quizá, que funcionan justo al revés: la desconfianza es la norma hasta que el extraño va ganándose la confianza y la entrada a su mundo. Aunque entiendo que se sufre menos, esta estrategia siempre me ha resultado un poco triste y un poco solitaria, gente con menos vínculos que sin embargo quizá sean más sólidos y en apariencia más probados. Pero, a la hora de la desilusión (la hora que siempre ha de llegar), la estrategia de la confianza a puertas abiertas pone la responsabilidad en manos del otro: nunca la culpa es del que confía sino del que traiciona. Es como cuando quedas de comer con alguien: si el otro escoge el restaurante, si todo sale mal, ceder paga al no ser responsables del desastre y uno puede reconocer la parte que le toca con empatía.

Nada es más irremediable que la creación de un vínculo sentimental: un hilo invisible que siempre te ata y nunca se rompe, una persistencia del corazón que se ha entregado. De un afecto nunca se vuelve y nunca se parte del todo; hay algo nuestro ahí para siempre, algo que no podemos negar, algo que se extraña y que existe, que casi puede tocarse cuando te encuentras de nuevo a esa persona que has decidido olvidar o dejar de frecuentar, a ese paria de tu mundo. Los desterrados sentimentales son los que se han quedado sin tierra donde habitar en tu corazón, pero eso no quiere decir que no pertenezcan o que no vengan de ahí. Un desterrado es alguien que pertenece pero que ya no tiene cabida, alguien que vive en ti para siempre como un fantasma. Uno ha de cuidar sus vínculos porque no hay forma de pedir de vuelta el corazón que se ha entregado.

Por eso me resulta completamente extraño que algunos malbaraten sus afectos a cambio de nada. Que en tiempos canallas de enconos y reacomodos por asuntos que no compiten y no deberían rivalizar con afectos ya establecidos como la ideología o la política, traicionen a quienes han dejado entrar en su casa más íntima. Vivir implica que no siempre vamos a poder estar a la altura de nuestra propia ética, que vamos a fallarle a los que queremos y que vamos a fallarnos a nosotros mismos. La debilidad es uno de nuestros rasgos más humanos, pero es preciso saber discernir una cosa de otra. Podemos fallar, pero traicionar es abandonar a nuestro propio corazón.

La lealtad es a la vez la recompensa y el precio de la confianza y la cercanía y se pone a prueba en tiempos canallas, en tiempos en que dos que se quieren han de enfrentarse o cuando uno de los nuestros está en la lona contra la muchedumbre. No se espera lealtad de extraños y de enemigos; si tenemos suerte, tendremos enemigos honorables y decentes. Si a nuestros enemigos les dispensamos un trato honorable, ¿qué nos lleva a ser miserables con quienes hemos llamado amigo? La lealtad nunca es gratis, la lealtad a veces cuesta caro, pero es de las cosas que se pagan sin pensarlo.