La Hidra y la Guillotina

Por Oscar E. Gastélum:

I think decriminalization of drugs is long long overdue, it will be looked back on when it is done as: «What was all that about? How did we let Richard Nixon declare a «war on drugs» and ruin so much of our society, throw away so many of our liberties, incarcerate so many innocent people, deny ourselves – in the case of marijuana – so many potential remedies. How did we ever let this prohibition go as far as it has gone?»

 Christopher Hitchens

“El paternalismo es el peor despotismo imaginable”.

 Immanuel Kant

 

Hace unos días el estado de Jalisco fue escenario de una serie de violentos ataques orquestados por una organización criminal conocida como “Cártel Nueva Generación”, sucesos que desembocaron en el derribo de un helicóptero del ejército mexicano y la muerte de varios soldados. Todo esto como reacción a un operativo del gobierno federal que tenía como objetivo aprehender a los principales líderes de dicho grupo delictivo.

El operativo en cuestión fue denominado “Jalisco”, pero si el gobierno federal lo hubiera bautizado como “Operación patadas al avispero” habría sido más honesto y riguroso, pues, en un bochornoso despliegue de ineptitud y soberbia que pudo haber tenido consecuencias mucho más graves, eso precisamente fue lo que terminó haciendo.

Pero todo este amargo y ridículo sainete fue sólo un capítulo más de la absurda tragicomedia conocida como “guerra contra las drogas”, despropósito que nuestros sagaces y creativos gobernantes podrían haber bautizado como “Operación Decapitación de la Hidra”.

Sí, Felipe Calderón Hinojosa es el principal responsable de haber hundido al país en esta carnicería absurda, atizando una guerra imposible de ganar, sin una estrategia clara y poseído por una terquedad obtusa e irresponsable que muchos consideramos criminal. Pero Enrique Peña Nieto ha decidido seguir exactamente el mismo camino que su fracasado y torpe antecesor, ignorando el voto de castigo que la ciudadanía le asestó al PAN y el mandato ensordecedor que millones de votantes desesperados le dieron en las urnas: devolverle la calma al país con un cambio radical de estrategia.

Lo que los ingenuos, por no llamarles de otra forma, votantes del PRI recibieron a cambio fue una tóxica dosis de más de lo mismo combinada con una campaña de desinformación y ocultamiento de la realidad ejecutada por medios de comunicación y periodistas serviles.

A algunos funcionarios se les llena la boca cada vez que hacen un recuento del número de capos que han sido aprehendidos en lo que va del sexenio, como si esa cifra tramposa y hueca significara algo para el ciudadano promedio o se hubiera visto reflejada en su calidad de vida.

A raíz de la detención de tal o cual capo: ¿La violencia disminuyó o aumentó? ¿El poder corruptor de los carteles y su penetración en los distintos niveles de gobierno disminuyó o quedó exactamente igual que antes? ¿El consumo de drogas entre la juventud mexicana descendió o se incrementó? ¿El lavado de dinero con la complicidad de grandes empresarios y conglomerados bancarios vino a la baja o todo siguió igual? Esas son las preguntas que realmente importan y las incómodas respuestas que todos conocemos exhiben el fracaso monumental de este gobierno fanfarrón.

Por todo esto y muchas razones más,  el enfoque punitivo-policiaco es insostenible y racionalmente injustificable desde hace décadas. Lo único que los prohibicionistas han logrado es brindarle al crimen organizado un negocio redondo y obscenamente lucrativo y un poder corruptor capaz de corroer cualquier institución, sobre todo en una democracia tan endeble y deficiente como la mexicana. Para no hablar de la epidemia de violencia, (con narcofosas, “pozoleados”, encobijados, cabezas decapitadas y decenas de miles de desaparecidos incluidos) que diariamente afecta la vida de millones de personas y que es consecuencia directa de esta errada estrategia.

No basta con blandir la perogrullada mojigata de que las drogas son nocivas para la salud, los accidentes automovilísticos y las caídas en la regadera matan a muchísimas más personas que cualquier droga ilegal y a nadie se le ha ocurrido declarar una guerra contra los automóviles o las duchas. El alcohol y el tabaco, drogas 100% legales, son muchísimo más dañinas que casi todas las “ilícitas” y sin embargo nadie toleraría su prohibición. Sobre todo porque sabemos que la ilegalización del alcohol en EEUU a principios del siglo pasado no disminuyó un ápice su consumo pero propició el surgimiento de mafias poderosísimas y sanguinarias que traficaban con él.

Y es que el papel de un gobierno democrático no es ser una nana que protege a sus ciudadanos de sí mismos. Consumir drogas puede ser una actividad riesgosa y dañina, pero no más que el alpinismo, manejar una motocicleta o comer azúcar o tacos al pastor sin moderación. Pero todas esas son decisiones que deben recaer en la conciencia individual de cada ciudadano sin que el gobierno tenga derecho a inmiscuirse en sus acciones con despliegues de paternalismo tiránico.

Lo que necesitamos urgentemente es cambiar el paradigma, legalizar todas las drogas y regular su venta para impedir que puedan ser adquiridas por menores de edad o consumidas en determinadas circunstancias, tal y como sucede con el alcohol o el tabaco. Además, el gobierno podría cobrar tasas impositivas altísimas sobre esos productos e invertir lo recaudado (más la fortuna que ahorraríamos al dejar de desperdiciar recursos públicos en helicópteros, armas, cárceles y demás parafernalia requerida para tratar de imponer una prohibición absurda) en centros de desintoxicación para verdaderos adictos, campañas de prevención y centros de recreación juvenil de primer nivel con ofertas culturales y deportivas que alejen a la mayor cantidad posible de jóvenes del mundo de los estupefacientes.

Es obvio que la legalización generalizada de las drogas no va a suceder de un día para otro, hay demasiados prejuicios e intereses muy poderosos detrás de esta guerra fútil y destructiva. Sin embargo, hay pasos que podrían darse para enmendar el camino y empezar a avanzar por la senda de la cordura. Pero para que semejante cambio pudiera siquiera arrancar sería necesario contar con un auténtico líder al frente del país, un individuo excepcional que se atreviera a correr riesgos para lograr una transformación histórica.

Desgraciadamente, en la presidencia de México hay un personaje limitadísimo, un ladronzuelo ignorante y bobalicón al que una misión trascendental como esta le queda demasiado grande. Las reformas de pacotilla que ha tratado de vender como una panacea para los problemas del país palidecen ante el auténtico, benéfico y profundísimo cambio que podría lograr deteniendo esta pesadilla grotesca.

La “guerra contra las drogas” es el extravío ético e intelectual de nuestra época, un desvarío autodestructivo que nuestros descendientes no van a lograr comprender. Pero si la esclavitud fue abolida, las mujeres en Occidente alcanzaron la igualdad y la Iglesia Católica dejó de chamuscar herejes en público, entonces esta insensatez suicida también terminará algún día, de nosotros depende que alcancemos a festejar su merecido y largamente pospuesto final.