La clausura de los Juegos Olímpicos de 1968

El 27 de octubre de 1968 llegaron a su fin los Juegos de la XIX Olimpiada celebrados en México. Esa tarde se retiraron del Estadio Olímpico de nuestra Ciudad Universitaria los obstáculos que habían servido para la prueba ecuestre del Premio de las Naciones. En la pista aparecieron seis representantes de cada nación participante, agrupados de diez en diez. El contingente mexicano apareció vestido de blanco en congruencia con el concepto medular de los Juegos, brindamos y deseamos la amistad de todos los pueblos de la Tierra.

 Cuando cesó el estruendo de aplausos y alaridos, el presidente del Comité Olímpico Internacional Avery Brundage, desde el centro del campo, exclamó: «Declaro terminados los juegos de la XIX Olimpiada e invito a la juventud del mundo a reunirse, en cuatro años, en Munich, para la celebración de los Juegos de la XX Olimpiada.»

Mientras retumbaban los cañones y las luces se apagaban, los reflectores iluminaban el pendón olímpico que era arriado y las luces acompañaron a la bandera mientras se retiraba del estadio; al salir de éste, todo quedó a oscuras y la flama olímpica comenzó a apagarse lentamente; en el tablero electrónico la palabra México 68 se desvaneció mostrando la frase Munich 72.

En ese emotivo instante, las luces del estadio se encendieron y comenzó a escucharse la «Novena Sinfonía», a la que siguieron piezas como el “Son de la Negra”, “Guadalajara” y las nostálgicas «Golondrinas» a cargo de mil mariachis. Se lanzaron ocho mil sombreros al aire, provocando un estallido de alegría y los espectadores invadieron la pista, uniéndose a los atletas que corrían; todos contagiados del entusiasmo. Luego, el grito generalizado de ME–XI–CO y el júbilo compartido, habrían de convertir en un verdadero carnaval toda la noche; por las calles de la ciudad, al compás de la música, los gritos y bocinazos de los vehículos. Se vivió algo nunca antes visto en ceremonia alguna de clausura olímpica y tampoco experimentado en nuestra capital.