Por Frank Lozano:
Más sabe el diablo por viejo que por diablo. Ese es el PRI, el diablo viejo de la política mexicana. Desde el año dos mil y posteriormente en el dos mil seis, la mala hierba no murió. En los umbrales de la elección presidencial del 2018, todo parece indicar que la estrategia de retención de la presidencia de la República, finalmente tiene un nombre y un rostro: José Antonio Meade.
Dicha estrategia, plenamente identificada por tiros y troyanos, pasa por la fragmentación del voto, el debilitamiento del Frente (no) Ciudadano, para buscar que la elección se polarice entre los tricolores y Morena. Hasta el momento, al diablo le están saliendo perfectamente las cosas.
El gran tonto (Enrique Peña Nieto), está resultando una revelación para la estrategia política. El golpeteo a los promotores del frente ha logrado empañar más la imagen de por sí desdibujada, que representa la unión forzada entre PAN, PRD y Movimiento Ciudadano.
Anaya, Barrales y Mancera, un día sí y otro también, ocupan una buena parte de su tiempo en defenderse; al mismo tiempo, tienen que lidiar con las presiones internas de sus militancias, quienes exigen definiciones claras para lo que viene.
Si bien el escenario está resultando prometedor para el PRI, el éxito de la estrategia no está garantizado. En primer lugar porque parte de la narrativa con la que se está posicionando a José Antonio Meade resulta irrelevante frente al rol que ha jugado por y para el régimen. La supuesta independencia política, el currículum robusto y la trayectoria profesional de Meade palidecen frente al silencio y la complicidad con la administración más cínica y más corrupta de las últimas dos décadas.
Al posible candidato priísta podrían presentarlo como el hombre más maravilloso del mundo, pero el hombre más maravilloso del mundo es incompatible con la historia, prácticas y resultados del partido que lo postula.
El PRI es un lastre y no hay figura o poder narrativo que logre borrar de la memoria de los mexicanos los nombres que definen la historia reciente del PRI: Javier Duarte, los hermanos Moreira, Borge, Yarrington, César Duarte, Romero Deschamps y un largo etcétera. De igual forma, esta administración se ha caracterizado por una actitud negativa en materia de Derechos Humanos, el incremento en homicidios y feminicidios, en escándalos de terribles corrupción. Una figura de altura ética habría renunciado a formar parte de un gobierno que solapa corruptos; Meade calló y permaneció.
Por otra parte, en cuanto a resultados, no debemos confundir la ausencia de escándalos de Meade con los dudosos resultados de las gestiones en las que participó desde el sexenio anterior: la deuda pública pasó de 196 mil millones de pesos a 412 mil millones de pesos; el costo de la gasolina pasó de 6.74 pesos el litro a 16.76 (y contando), el costo del gas LP pasó de 181.46 pesos a 390 pesos; el número de pobres pasó de 46 millones a 53 millones y la inflación va a la alza.
Lo que sigue es esperar a que estos y otros datos pongan en su lugar a quien hoy intentan presentarnos como una solución a los problemas nacionales. Más temprano que tarde, Meade enfrentará con seriedad el juicio de los electores y la crítica seria de los adversario. Mientras tanto, los mexicanos debemos vacunarnos contra la estrategia del PRI, la famosa cargada está en marcha. Medios, opinólogos, influencers, líderes y demás, empiezan a orquestar la mentira. Que esta vez, no nos agarre distraídos.