Internet: mi lugar en la esquina del salón

Por: Alberto Sánchez @Durden.

 

«Uno solo debe hablar de lo que conoce… o de lo que cree que conoce», uno de los más grandes consejos que me haya dado un maestro en mi alma mater, la Facultad de Derecho de la UNAM. Mi facultad llena de maestros comprometidos porque sus alumnos dignifiquen la profesión del advocati mexicano o, por lo menos, no lleguen crudos a sus clases.

Y yo vengo a escribir aquí de lo que sé, o creo que sé: el Internet. Tanto de lo que involucra como concepto, como de lo que me entero a través de él; como un nuevo medio de comunicación que ha hecho más dinámicas y, a su vez, más caóticas las relaciones entre las personas. O las personas y sus Estados. Porque nunca antes en la historia, un ciudadano podía estar tan seguro de tener contacto con un funcionario público e incluso con su propio presidente que ahora.

Actualmente, para bien o para mal, puedes manifestar tu sentir a una autoridad a través de Twitter o Facebook, formular denuncias virtuales y muchísimas otras cosas sin llenar un solo formato, pagar línea de captura o hacer una fila para que, de dos a tres semanas, te respondan. No, las cosas cambiaron.

El internet se ha vuelto un hermoso país cuya analogía más cercana (que le pude poner a mi maestra de Derecho romano) son las aguas internacionales donde hay apuestas de monos que pelean con cuchillos. Y como siempre lo he sostenido, el Internet es mi país, es el lugar en donde las teorías más absurdas de la libertad y regulación están siendo puestas a prueba en tiempo real; donde miles de voces se amontonan una sobre otra, intentando destacar; pero donde, sobre todo, cualquier persona tiene el mismo potencial de hacerse oír.

Y le echo tantas porras al Internet porque, verán, nunca me sentí cómodo en el ambiente de los abogados: la parsimonia y las formalidades nunca fueron mi fuerte y me acarrearon más de una expulsión de mis clases para ir a contemplar el águila de la explanada.

Por supuesto, también tiene que ver la actitud de muchos de mis colegas que, cuando portan un traje, se ostentan más invulnerables que Iron Man a pesar de apenas ser, pues, unos estudiantes.Pero eso ya es cosa mía; quizá la actitud cínica y soberbia que esta de moda en el abogado moderno nunca fueron mi hit.

Así que el Internet fue mi oasis, mi paraíso nerd, mi lugar en la esquina del salón. Desde 2009 tengo una cuenta de Twitter, y antes que Twitter fue Myspace, y antes que Myspace fueron los foros de icq o napster; lugares en los cuales te encuentras con algo extraordinario para un joven que sólo esta acostumbrado a clases magistrales: la libertad de discutir ideas.

Porque así es el internet: se mueve a una velocidad que la mayoría de nosotros apenas acaba de entender y que nuestras propias leyes intentan alcanzar montadas en un Datsun 72 desvielado.

Y es que después de un camino arduo por responder preguntas como: ¿Son las reglas jurídicas expresión de auténticos deberes o simples exigencias provistas de obligatoriedad?, ¿deriva su validez de la voluntad del legislador o es independiente? Surgen otras más nuevas como: ¿alguna vez la Suprema Corte entenderá como funciona un Torrent?, ¿entenderá la transmisión de la propiedad de los espacios virtuales?, ¿dejarán de decir que la gente manda twitters? Obviamente no tengo estas respuestas, pero espero contribuir a refrescarlas con lo que he aprendido en mi experiencia. Como conclusión solo puedo decir: quería salvar al mundo siendo abogado, cuando en realidad entendí que no necesita ser salvado: necesita ser escuchado. Muchas gracias a JuristasUNAM por el espacio y perdón por todo lo que está por venir.

Carpe diem, sowy, not sowy.