Había una vez…

Por Adriana Med:

«Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos.»

G. K. Chesterton

 

Tuve la fortuna de crecer entre cascanueces, sirenitas y gatos con botas. Quizá no tuve mucho dinero ni ropa ni juguetes caros, pero siempre tuve cuentos. Recuerdo a mi papá contándonos cuentos a mi hermano y a mí antes de dormir y los audiolibros que a veces nos compraba. Sonrío al pensar en toda la literatura que conocí antes de que supiera leer gracias a él. También recuerdo mi primer libro de cuentos de hadas. Me lo regaló mi abuelo. Al principio solo veía los dibujos, que eran hermosos, y cuando aprendí a leer lo leí muchas, muchas veces. Todavía me duele haberlo perdido.

Para algunos los cuentos de hadas o, mejor dicho, las versiones de los cuentos de hadas que conocemos de niños (las versiones originales suelen ser más oscuras) nos hacen huir de la realidad o nos inhabilitan para enfrentarnos a la realidad. También muchos se quejan de que las niñas quieran ser princesas, como si eso le hiciera daño a alguien.

En mi opinión la fantasía puede nutrir la realidad. La imaginación es tan o más importante que el conocimiento, y estos cuentos la alimentan. A mí me gustaba tanto que me contaran cuentos que también empecé a contarlos. Los inventaba en el momento, contándoselos a mi tía. Se sentía muy bien saber que de mi mente también podían salir personajes, historias, conflictos y desenlaces. Era muy divertido.

También pienso que nunca se es demasiado viejo para leer cuentos de hadas. De hecho, al principio eran destinados a los adultos. No todo en ellos es miel sobre hojuelas. Los personajes se enfrentan al dolor, la pérdida, el miedo, la pobreza, la envidia, la avaricia y el odio, justo como nosotros. Y podemos elegir, como ellos, responder a los problemas con valentía, amabilidad e inteligencia. Pero más allá de la moral y las enseñanzas, los cuentos de hadas siempre estarán ahí para emocionarnos, para hacernos disfrutar de su poesía y sus imágenes.

Tal vez tenga razón Hans Christian Andersen cuando dijo que los cuentos de hadas están en todas partes. Estamos tan acostumbrados a la magia del mundo que a veces no nos percatamos de ella. Creemos vivir una vida ordinaria cuando estamos rodeados de sucesos extraordinarios. Vivimos entre gigantes, brujas, bestias, sirenas, ogros, patitos feos, bellas durmientes, hadas madrinas, sirenas y príncipes convertidos en sapos. Solo hay que abrir bien los ojos.

Me gustaría que no solo no se perdiera la lectura de estas historias, sino que también conserváramos su tradición oral. Que no perdamos el placer de leer cuentos, pero tampoco de contarlos y escucharlos. Tiene un encanto especial. Nos une a las personas que nos prestan sus oídos o su voz. Una de las cosas que tengo por seguras, es que si tengo hijos y nietos les contaré cuentos de hadas. No solo para acostarlos en sus camas, sino para que, en cierto modo, vuelen y naveguen en ellas. Y es que los cuentos de hadas nos ayudan a dormir, pero también a despertar. Por dentro.