Por Gerardo Pacheco:
«Bastará decir que yo soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne».
El túnel, Ernesto Sabato
Ernesto Sabato escribió hace más de medio siglo su renombrada novela “El túnel”. En ella, y atendiendo las lecturas definitivas de los opinadores, el protagonista mata a su mujer por, digamos, dejarlo solo. Sabato fue propuesto al Nobel en tres ocasiones y “El túnel” es considerado como la obra del existencialismo latinoamericano.
Juan José Arreola es uno de los escritores más respetados de la literatura mexicana. Innumerables bibliotecas llevan su nombre y su novela fractal, “La Feria”, ha sido interpretada como una denuncia a la revolución y un grito en favor del indigenismo en el sur de Jalisco. Arreola, entre su vasta obra, tiene un cuento llamado “Para entrar en el jardín”, en el que, a modo de tutorial, narra la violación y el asesinato de una mujer, además de que describe cómo deshacerse del cadáver metiéndolo en una mezcla de cemento.
Enrique Serna, uno de los autores contemporáneos más irreverentes, productivos y premiados, en “Amores de segunda mano”, escribe un cuento llamado “La Extremaunción”, en el que un hombre se convierte en sacerdote sólo para violar y matar a la mujer que le saboteó un amor de adolescencia.
Hace unos días, el cantante Gerardo Ortiz fue detenido en el aeropuerto de Guadalajara por la «apología del delito» que cometió en el videoclip de “Fuiste mía”, en el que el grupero, como protagonista, mata a su pareja y al hombre que la acompaña; a él de un balazo y a ella, parece, incendiando el coche donde la encajueló.
No estoy comparando a Gerardo Ortiz con Sabato, a pesar de que el lector se sienta tentado a replicar. Esto es un poquito más importante.
Hace algunos años, quizás cinco, nos gustaba mucho la libertad de expresión, citábamos con mucho entusiasmo a Voltaire; nos enfurecía que no se respetara la presunción de inocencia, y, por supuesto, explotábamos en diatribas cuando algún vocero del gobierno salía a decir: se aprehendió a Fulano de tal por esto, pero lo encontramos culpable de este otro delito, que igual es malo. Ya lo agarramos, que sirva de lección para los cacos y para que todos sepan que este gobierno trabaja por la justicia y la democracia.
El caso de Gerardo Ortiz es de cuidado y de miedo. Por un lado: el cantante fue criminalizado por un ejercicio artístico, nos guste o no. Sacó un sencillo, un video con menos violencia que casi todas las películas que hay en cartelera en este momento, y por presión del feminismo institucional, que cada vez tiene más dinero y más poder otorgado por el Estado, se le giró una orden de aprehensión.
Por otro lado, se expone el Napoleoncito que llevamos en el alma. Usuarios con cierto respeto salieron a defender la versión no oficial de la aprehensión del grupero. Sin ningún tipo de pudor y con un hedor clasista terrible (ya sabemos que quienes quieren democratizarlo todo, odian lo que le gusta al pueblo) se justificó la detención de Ortiz con cualquier otra cosa. Los encabezados decían «Apología del delito», y no «Nexos con el narco»; sin embargo, nosotros los opinadores pusimos en la cartilla del acusado el mote de Narcotraficante y desde ahí lo juzgamos: lo tildamos de Mártir de la libertad de expresión con esa suficiencia ridícula que da el airecito frío de los tres ladrillos, y de inmediato lo despojamos de cualquier juicio justo (tanto público como legal): en uno de sus videos mató a una mujer. Qué bueno, qué bueno. Tenga, tenga.
De esto se tratan las etapas tempranas de cualquier régimen totalitario: Se dice y se piensa sólo lo permitido. Para todo lo demás: cárcel y fusil.
¿Qué nos va a pasar?, ¿qué sigue? ¿Ir por todos los demás?, ¿presos políticos de poca monta porque (y hay que pensarlo) nuestra política de la hipersensibilidad tampoco es la gran cosa?
Hay que tener cuidado y hay que tener miedo. En toda la industria del entretenimiento y del arte hay muertes, sangre, incorrecciones y política. Que no nos sorprenda que, si hoy permitimos que el expediente de Gerardo Ortiz se manche con esto, mañana los chaparritos intelectuales que se están haciendo de presupuesto y poder, soliciten que no venga tal película a México porque en ella toman del cuello a la protagonista; que se baje tal video de las redes porque defiende el feminicidio (LOL, eso ya pasó); que se levante tal obra de teatro porque en sus estelares no hay una mujer; que se almacenen tales libros porque resultan ofensivos para los del InMujeres, a pesar de haberse escrito hace un siglo; que se prohíba cierta música porque «si ella quiere reguetón, dale», y que se consuman sólo ciertas cosas dentro de los márgenes del Manual de Carreño del Progresismo, porque eso y sólo eso es lo correcto y no daña a nadie en su pensamiento, en su palabra, en su obra o en su omisión.