Fumarse una casa

“There was a young lady named Mae
Who smoked without stopping all day;
As pack followed pack,
Her lungs first turned black,
And eventually rotted away.”

Edward Gorey

Hace no mucho le hablé a mis padres de algo que leí en Mis documentos de Alejandro Zambra mientras estábamos parados en el tráfico. El libro es una colección de cuentos o de ensayos o de las dos cosas y no recuerdo ahora el título del cuento o ensayo del que hablé, pero se trata de varias anotaciones sobre el proceso de dejar de fumar. En una de ellas Zambra cuenta que, haciendo algunos cálculos en excel con una compañera de trabajo, descubrió que la cantidad de cigarros que había fumado, además del dinero que gastó en ellos, era tan alarmante que ni siquiera se atrevía a escribirla. “Me he fumado una casa”, escribió. O creo que escribió porque cito de memoria.

Le dije a mis padres que ellos han hecho lo mismo: fumarse una casa, y que de no ser fumadores ahora vivirían en un lugar más bonito y más céntrico y no estarían atrapados en una abarrotada avenida de la que siempre se quejan. Mi madre hizo un sonido extraño, algo como “ja-ja”, así como se lee en lugar de soltar una risita verdadera, creo que como sinónimo de “no te creo”. Hicimos cuentas y resultó que la casa en la que viven ahora podría haberse pagado con los cigarros que se han fumado en treinta años. Quizá lo alarmante de ese dato no sea pensar en la casa real, en los tabiques, pisos y techos que podrían servir de hogar (seamos realistas: yo no fumo y no tengo ni un peso en el bolsillo), sino imaginar una construcción enorme rodeada de neblina gris en lo alto de una colina, como un fantasma que te recuerda la cantidad de humo y nicotina que ha pasado por tu cuerpo.

No dijeron nada por unos segundos y luego hablaron de cómo un empleado de mi papá que fuma mucho más que ellos y tiene mucho menos dinero ya habría terminado de pagar su casa con lo que ha gastado en marlboros. Entonces recordé eso de que siempre nos parece que en el jardín del vecino el pasto crece más verde, y que quizá cuando se trata de salud, tratamos de encontrar el jardín del vecino que esté más seco y tal vez eso los consuela un poco.

No pienso en todo esto como un sermón del tipo “yo soy mejor porque no fumo, qué asco fumar”, y sé que un cigarro puede ser la cosa más bella del mundo en las manos adecuadas o en la boca de una estrella de cine. También en la literatura el tabaco es una figura que disfruto, porque no son pocos los cuentos, novelas o ensayos que encuentro maravillosos en los que un cigarro o el acto de fumar es una figura importante. Pienso ahora en la anécdota de Onetti y eso de que escribió El pozo, mi obra favorita del autor, durante un fin de semana en que se quedó sin cigarrillos. El tabaco, además de tranquilizar al fumador, o desesperarlo en su ausencia, también es motor y fuente de inspiración.

Y a pesar de esas imágenes en blanco y negro de gente hermosa fumando, o de los poemas dedicados al tabaco, creo que la razón por la que yo no fumo es que cuando iba en tercer año de primaria hicimos un experimento en el que unos pedazos de algodón dentro de una botella simulaban ser un par de pulmones; después de impregnarse del humo de un cigarro que el maestro soltó dentro de la botella, el algodón se pintó de un color espantoso, un gris casi negro con algunas manchas marrón que, después de tantos años, todavía puedo ver. Sé que todos nos vamos a morir, que a pesar de no fumar puedo salir a la calle y ser aplastada por un camión, pero si puedo evitar que mis pulmones se conviertan en la cosa que vi en esa botella cuando era niña, entonces seguiré pensando que fumar es horrible y que ojalá mis padres no lo hicieran.

Debo confesar, eso sí, que me gusta la idea de la casa fumada. No por el dinero que yo encuentro desperdiciado, ni por el daño que pueda causar tal cantidad de nicotina, lo que me gusta es la imagen grotesca y encantadora de tener una casa dentro del cuerpo, apretada entre órganos, venas y huesos. Da para un buen dibujo o cuento. Tal vez las personas que mueren a causa de cáncer, por mencionar una de las enfermedades relacionadas al tabaquismo, en realidad mueren como consecuencia de un terremoto que convierte en escombros esa casa interior.

Y entonces viene la parte que me aterra, porque pienso en mis padres mientras escribo esto, sentados en su sala viendo un episodio de Game of Thrones, y deseo con todas mis fuerzas que si no dejan de fumar, entonces exista pronto una alarma sísmica que pueda instalar en mi teléfono, una aplicación que con meses o años de antelación me avise cuándo, exactamente, las casas de mis padres se van a derrumbar.

Ilustración de Sara Morante