Feliz matrimonio queridos gays

Por Frank Lozano:

No es de sorprenderse la reacción que ha tenido el episcopado mexicano ante la epifanía que tuvo la Suprema Corte de Justicia de la Nación, al avalar el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Entre tanta oscuridad que vivimos, esta, sin duda, es una noticia positiva que nos pone en vías de ser una nación más incluyente, más justa y más igualitaria.

La Iglesia Católica es rica en exabruptos. Es y ha sido tradicionalmente reaccionaria. Ante la imposibilidad dogmática de cambiar, vive una lenta agonía. Ha escrito su historia como un monstruo bipolar, que dice hacer el bien, desde el lado más oscuro del mal.

La Iglesia misma se ha retractado de muchas de sus infamias históricas, principalmente las que han tenido que ver con la ciencia y con su posición respecto al nazismo.

La Iglesia, a la que tanto le ofende que dos personas del mismo sexo que se aman deseen para sí mismos lo que el resto tiene, es la misma que calló durante décadas los abusos sexuales de muchos de sus miembros, cometidos contra niños en colegios católicos.

Sí, se trata de esa Iglesia que ha destruido la vida de muchos niños y sus familias, la Iglesia que condena el sexo y a las mujeres, la que intenta reivindicar un concepto a todas luces rebasado, la familia, para limitar el derecho al matrimonio de quienes, según su visión, son distintos.

Cuando la Iglesia habla de familia, se refiere a un fantasma inmutable cuyo origen se remonta unos cuantos siglos atrás. Pero la familia no es un monolito ni mucho menos una patente religiosa.

La familia ciertamente es poderosa y dinámica. Es una fuerza social invaluable, es un medio para que los individuos se desarrollen en ambientes de amor, solidaridad y conciencia que les permitan ser mejores ciudadanos, creyentes o no creyentes.

Pretender que la visión de un grupo confesional sea la que rija a todo un país, es iluso y miope. De hecho, tristemente ya tuvieron durante siglos el monopolio de la vida privada de las personas. Para fortuna de todos, ese tiempo se acabó. La visión de la Iglesia sobre la familia niega de un plumazo la diversidad, y cuando hablo de diversidad, no solo me refiero a diversidad de creencias, sino también a la diversidad misma de las familias.

Hoy no hay un solo modelo de familia. Tampoco se trata de decir que un modelo es mejor o peor que otro, todos reflejan una evolución social e histórica y como tales, deben ser reconocidos.

Quien afirme que solo los matrimonios entre un hombre y una mujer son nidos de virtud, miente y se engaña. Cualquier matrimonio enfrenta los mismos riesgos y retos, porque al final, hombres y mujeres, heterosexuales u homosexuales, venimos de un mismo molde y padecemos o disfrutamos la así llamada condición humana.

Ahora bien, el principal argumento en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo, es que no garantizan la continuidad de la sociedad ya que no pueden procrear.  Nada más falso. Hoy existen técnicas reproductivas que, más temprano que tarde, estarán al alcance de todos. De ahí que, el siguiente derecho por el que se debe luchar, es por el de la adopción.

Yo comenzaré adoptando a un sacerdote.