Eterno Apocalipsis

Por Bernardo Esquinca:

El fin del mundo. Ocurre muy a menudo. Es una obsesión que acompaña al hombre desde las primeras culturas. Hoy en día, como han señalado algunos estudiosos, es ya toda una industria. Un negocio del que se benefician desde las sectas milenaristas, pasando por los editores de autoayuda, hasta Hollywood. Y mientras los ingenuos crecen y continúan cayendo en los engaños, el planeta resiste. Esperando, tal vez, a que los humanos -la auténtica plaga- terminemos nuestro ciclo y abandonemos el teatro por la puerta de atrás.

Dentro de las numerosas películas que han abordado este tema, una de las más inquietantes es la australiana The Last Wave, dirigida por Peter Weir en 1977. De entrada, porque es un filme que no revela su auténtica naturaleza hasta las escenas finales. Lo que vemos en un inicio es al abogado David Burton, quien lleva una vida aparentemente apacible con su mujer y su hijo, hasta que es encomendado a defender a un aborigen que cometió un asesinato ritual. Su vida comienza a verse trastocada por una cultura que no entiende, mientras el mundo onírico y mágico de los aborígenes se filtra en su cotidianidad como una pesadilla.

Otras de las cosas que hacen de este filme una obra perturbadora es su reflexión sobre la falsa modernidad. Bajo el imperio del concreto y el neón sobrevive un mundo primigenio, con sus dioses y profecías, que el hombre contemporáneo desdeña o de plano ignora, sin imaginar que él mismo tiene un papel protagónico en la trama cósmica. Un rol definitorio sin el cual el Apocalipsis no puede concretarse.

Eso es justo lo que le ocurre al abogado Burton. Los sueños crípticos que lo asaltan y las figuras intrigantes que lo espían en las calles de la ciudad son para él parte de un anomalía, de algo que se salió del guión. Conforme las señales se van acentuando -lluvias torrenciales, granizadas bíblicas, sueños cada vez más alucinantes- Burton intuye que es sólo un títere que es conducido a un destino ineludible. Un destino que sólo entenderá en su totalidad cuando lo vea dibujado en las paredes de una caverna, con trazos plasmados desde el principio de los tiempos.

Y, como suele ocurrirle al hombre moderno, confiado en el progreso y receloso de los rituales ancestrales, las revelaciones llegan demasiado tarde. Tan tarde que sólo quedan unos segundos para contemplar esa gigantesca ola a la que hace mención el título de la cinta, que arrasará con todo para que la Historia, en su constante y necesario ciclo de vida y destrucción, vuelva a comenzar una vez más.